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Ninguna Parte o el Triángulo de Bermudas de las fiestas

Buena parte de las noches sanfermineras transcurren en lugares inconcretos. El vete y ven de un bar a otro constituye, por derecho, un espacio festivo. Y uno de los más frecuentados, además. Cojan mi mano y adéntrense conmigo en ese fascinante mundo de Ninguna Parte. 

Los amigos se vuelven más amigos en Ninguna Parte. (Eduardo SANZ | Europa PRESS)

Dicen los científicos ­–se supone que lo habrán cronometrado– que nos pasamos la cuarta parte de la vida durmiendo. Veinte años de media. Este cálculo no es aplicable, ni en sueños, a San Fermín. Aun así, la analogía resulta bien válida para hablar del onírico Ninguna Parte. Porque un buen pedazo de las fiestas las pasamos en Ninguna Parte. Probablemente, estemos más tiempo en Ninguna Parte que durmiendo.

Ojo, que Ninguna Parte no es No Me Acuerdo. Uno puede haber pasado tres días seguidos clavado en La Pulga y, tras encamarse, no acordarse de por dónde anduvo. Pero La Pulga sí que es un algún sitio concreto. Y menudo sitio. Por algo no te acuerdas.

Hay discusión entre los expertos sobre dónde se ubica Ninguna Parte. Cogeremos aquí la versión clásica, aunque esta sea algo difusa, como se verá.

Diremos, pues, que Ninguna Parte está en algún punto del camino entre Jarauta y la Calle del Carmen-Nabarreria. Y viceversa. Más en concreto, comenzaría en la calle Aldapa para seguir por la trasera del Mercado de Santo Domingo, etc. Dicen que por ahí se ataja, pero lo mismo te lleva la noche entera cruzar ese trecho.

Otros ubican Ninguna Parte entre Caldera y Jarauta, o entre Caldera y Nabarreria.  Incluso en la propia plaza Compañía. También son estas opiniones bien fundadas, contrastadas y reales. 

Delimitar Ninguna Parte, sin embargo, no es lo fundamental. Esté un poco más aquí o algo más allá, las características de Ninguna Parte siguen siendo compartidas por todos los que, en un momento u otro, han andado por allí. Y las que, por ende, permiten reconocer este territorio. Si de verás has pisado alguna vez Ninguna Parte, a buen seguro las reconocerás.

Ninguna parte es un reino de fantasía neblinoso como la isla de Avalón o el Triángulo de las Bermudas. No tiene unicornios, ni damas del lago, pero sí contorsionistas que se retuercen como ochos al caer dormidos, elefantes rosas, jinetes de contenedores, mozas reconvertidas en castellers para que mee su amiga con cierta discreción, émulos de Marx y Engels. Y el animal mitológico más peligroso de todos los sanfermines después de un municipal en Curia: ese viejo amigos del que habías olvidado hasta el nombre y que le da por abrazarte. ¡Cuidado, disimula! ¡Te va a pillar! Como un amigo fantasmal te enlace por el cuello, ya no escapas hasta que amanezca.

Las más terribles historias de amor de los sanfermines suceden en Ninguna Parte. ¡Qué lloreras! Las calabazas en Ninguna Parte fueron las que inspiraron Halloween. Las incomprensión entre los miembros de las parejas adolescentes se vuelven abisales, tan profundas como el compañerismo de quien por amistad te aguanta la mona. Ahí se fraguan los colegas de verdad.

Como en otros territorios fantásticos o en los mismos sueños, las personas que vagan por Ninguna Parte como almas en pena no pasan hambre ni sed. Tales necesidades mundanas no tienen cabida o, más bien, el mismo territorio provee de cuanto uno necesita. Ninguna Parte es la Cornucopia. 

Las bebidas brotan espontáneamente en la mano sin saber exactamente de qué bar o cueva han salido. Lo mismo estás agarrando una cerveza de alguien que debería estar por ahí pero que hace rato que nadie ha visto –y que sus amigos insisten en que te la bebas– que compartes un katxi de ambrosías juveniles (que en mi caso suele ser de ron Negrita).

Por cierto, ese a quien nadie ve, el legítimo dueño de la cerveza que te estás bebiendo, hace tres rondas que se ha ido a su casa sin que lo sepa el que lleva el bote. Encontró muy a la chita callando alguna de las salidas de ese territorio fantasmagórico. Ahora solo falta que la encuentres tú.