Kepa del Hoyo, cinco años
31 de julio de 2017. Acababa el fin de semana, como este año. Euskal Herria ardía en calor y fiestas igual que ahora. Y era Hatortxu, también. De allí regresaba Peru del Hoyo, tras un fin de semana pletórico que de golpe iba a convertirse en el más triste: «Vente a casa», le dijo por teléfono su ama, Maite.
Se temió lo peor y era lo peor. Kepa del Hoyo había muerto en la cárcel de Badajoz, a más de 800 kilómetros de Galdakao. Aita, al que nunca había visto libre, encarcelado 19 años atrás, cuando Peru solo tenía mes y medio. Demasiado cruel, pero completamente real.
En el medio del verano, políticos, instituciones y medios despacharon pronto la trágica noticia. Un ataque al corazón, «muerte natural». Al silencio le siguió el sarcasmo: el Ministerio del Interior del Gobierno del PP destacó que Kepa había nacido en Almendralejo, una broma pesada. La Wikipedia todavía lo sigue definiendo como «un terrorista español», alucinante.
¿Muerte natural? Resultó que tampoco lo era, aunque hubo que esperar más de un año para constatarlo. Los análisis post-mortem confirmaron que había sufrido un ataque cardiaco cinco días antes, que desencadenó la fatal rotura de corazón del último día de julio. En la cárcel lo trataron por un mero ataque de ansiedad.
Lo natural no fue la muerte, lo natural era la desatención
La reclamación consiguiente de la familia fue rechazada por Instituciones Penitenciarias, que no quiso asumir error alguno, pese a que en el proceso aparecieron nuevos indicios de negligencia: un electrocardiograma ocultado en el primer momento, una ambulancia que esperó al traslado sin materializarlo al final… Lo natural no fue la muerte, lo natural era la desatención.
Esta travesía doblemente dolorosa (el sufrimiento por la muerte y el añadido artificialmente) podía haber generado deseo de venganza, pero nada más lejos de la realidad. En caliente, Peru del Hoyo decía a GARA apenas once días después de perder a su padre que «siento solo pena, mucha pena. En mi caso, quizás por la vida que he tenido, siento que he desarrollado empatía. No sé, igual hace falta sufrir para empatizar en la vida, igual algunos de ellos no han sufrido en la vida y por eso siguen con la dispersión y les da igual... ».
En frío, dos años después, Maite Sánchez explicaba en estas páginas: «Rabia también siento, sí, pero sobre todo por ver que las cosas no cambian en prisión, que ahora estemos con un macrojuicio...».
No es casualidad que Peru e Ibon Garate, dos familiares directos de víctimas de la política carcelaria, fueran quienes enunciaron la declaración de Etxerat de «reconocimiento, respeto y empatía con todas las víctimas de las diferentes expresiones de violencia», en 2019.
En estos cinco años ha cambiado alguna cosa más. A finales de 2020 dejó de haber presos vascos en Badajoz, aquel sitio que para Peru del Hoyo suponía un suplicio antes ya de morir su aita: «Para mí Badajoz era horrible, y en verano un infierno. Ese calor, no había agua, llegaba y estaba deseando volver... A veces tenía que elegir entre mis conciertos y la visita. En junio no pude ir porque me puse enfermo, con paperas; eso no fue culpa de la dispersión, pero si hubiese estado en Basauri claro que hubiera ido a verle, tardas diez minutos desde casa. No hay forma de justificar que tengas que ir a Badajoz a ver a tu padre. Para lo único que sirve es para joder. Hay veces que he tenido que faltar a mi propia fiesta de cumpleaños, porque yo el 12 de diciembre lo celebraba con mi aita, no con mis amigos».
En aquella entrevista de agosto de 2017 había una interpelación y un deseo. La petición era «que los políticos nos escuchen y vean si la dispersión merece la pena». Poco después de la muerte de Kepa del Hoyo empezó a cambiar la dirección de la política carcelaria, primero en el Estado francés y luego en el español, aunque cinco años después ese giro siga muy lejos de completarse. ¿Acaso les escucharon los políticos? Probablemente no, pero los elementos se fueron sumando para que hoy muy pocas personas sostengan que la dispersión sirve para algo, para algo que no sea ejecutar una venganza fríamente planificada.
Cinco años, como se ve, dan para acumular más dolor humano que cambios políticos
En cuanto al deseo, era que nadie más muriera a consecuencia de la política carcelaria. No se cumplió: Xabier Rey falleció en Puerto en 2018, Igor González Sola en Martutene en 2020, varios más han perdido la vida en este tiempo tras excarcelaciones tardías y las muertes evitables de presos sociales también son incesantes.
Cinco años, como se ve, dan para acumular más dolor humano que cambios políticos. A 31 de julio de 2022, lo tristemente obvio es que Kepa del Hoyo nunca pudo ver a Raperu en un escenario, ni abrazar en libertad a Maite Sánchez –su compañera durante 28 años, la mayor parte de ellos encarcelado y alejado–. Ni siquiera pudo dejar atrás Badajoz y seguir la condena más cerca, quizás en Basauri, como soñaba Peru.
Pero el aniversario deja también otras enseñanzas, vetas sobre las que seguir picando piedra: la conciencia creciente de la inhumanidad carcelaria, la verdad de los hechos frente a las mentiras oficiales, la fuerza del testimonio sobre los silencios clamorosos, la generosidad de los familiares ante la desvergüenza institucional, el potencial de la empatía frente al desprecio.