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Cazadores cazados

‘Stone Turtle’, de Woo Ming Jin, y ‘Bowling Saturne’, de Patricia Mazuy, son dos propuestas memorables y emperradas en trastabillarse con los obstáculos puestos por sus propios responsables, quienes brindan sendas lecciones de irresponsabilidad cinematográfica.

Equipo del filme ‘Stone Turtle’. (NAIZ)

Nunca está de más recordarlo: a un festival de cine se viene a jugar, y por esto, a los distintos equipos de programación se les debe pedir que arriesguen. Que se la jueguen en la toma decisiones, vaya; que apuesten por títulos y voces cuyas decisiones no dejen indiferente.

Después de casi 15 años recorriendo muchas de las grandes celebraciones de la cinefilia mundial, lo que más claro tengo es que lo peor que puede pasar en estas ocasiones es ofrecer propuestas que por miedo a fallar, opten por un tono tibio, por no manchar demasiado la conciencia del espectador, por pasar más bien desapercibidas, parapetándose en una corrección (en las formas, en el discurso) que si bien no molesta, mucho más cierto es que está condenada a caer en el olvido, en la irrelevancia. Creo que en estos terrenos, no hay nada más triste que una película triste, como todas esas sin más ambición que la de no molestar.

Hoy, en la segunda jornada competitiva de la 75ª edición del Festival de Locarno, se puede decir que el equipo artístico comandado por Giona de Nazzaro ha estado jugado constantemente con fuego, y que en varias ocasiones directamente se ha quemado de gravedad, pero ya con la sangre más en frío, se puede decir que ya está bien así, que más vale saltar por los aires que, repito, caer en la intrascendencia.

Hoy la carrera por el Leopardo de Oro nos ha presentado a dos nuevos candidatos a tan preciado galardón, y la verdad es que ahora mismo cuesta mucho imaginarse a Woo Ming Jin (director de ‘Stone Turtle’) o a Patricia Mazuy (directora de ‘Bowling Saturn’) con un sitio en el palmarés que se anunciará el día 13… aún así, en sus inseguridades, torpezas y tropiezas ha habido algo memorable que, evidentemente, ha calado en la retina.

De nuevo: a esto hemos venido, a reaccionar (ya sea por alergia, ya sea por pura emoción) ante las imágenes y sonidos que nos revote la pantalla. Y así hemos vivido, precisamente, la primera experiencia. Directamente llegada desde Malasia (uno de los países más poblados del mundo, y aun así, una cinematografía que al menos en occidente, apenas aparece en los radares) ‘Stone Turtle’ es un desconcertante ejercicio de solapamiento de relatos, en el que una capa de la narración (la que sea) complementa y contradice igualmente tanto a la antecesora, como a la que está por venir.

En una remota isla de la nación asiático-oceánica, una mujer apátrida y su sobrina sobreviven comerciando con huevos de tortuga, sin mayor perspectiva que juntar suficiente dinero para pasar un día más, pero también para regularizar la situación de ambas a ojos de las autoridades gubernamentales.

Lo que pasa (por si la situación de partida no fuera lo suficientemente extraordinaria, o directamente dramática) es que un día, a dicho trozo de tierra dejado de la mano de Allah, aparece un hombre que dice ser investigador universitario, y que pide a la mujer que le conduzca allí donde anidan las tortugas. Pactos de asociación y colaboración que evidentemente esconden intenciones perversas. Woo Ming Jin juega con fuego durante poco más de hora y media, dando una lección magistral de dar vueltas sobre sí mismo, en lo que cabe definir como un espectáculo (por llamarlo de alguna manera) ciertamente mareante. Ella dice algo, y a continuación él nos vende otro cuento, totalmente distinto… y justo después, la cría que les acompaña se pierde en las aventuras de Ms. Marvel. Literal.

‘Stone Turtle’ ahora es drama social, y ahora es fábula de folk horror, y un poco más tarde degenera en explosión gore. Sin saber muy bien cómo, vemos cómo a un hombre se le obliga a comer un erizo de mar al que no se le ha quitado ni una sola púa, y no es la situación más escabrosa con la que trabaja el director. Woo Ming Jin nos acerca al exótico cine malayo a través de mecanismos que recuerdan al popular thriller de venganzas coreano. Retorciendo aquello que contamos y aquello que nos cuentan, su película se erige como un laberinto narrativo desesperante; una muy desagradable experiencia audiovisual que al menos, y no es logro menor, se comporta como la febril somatización de una mente desesperada: aquella a la que las terribles circunstancias la empujan a cometer los actos más terroríficos.

Y hablando de escalofríos, a continuación aparece Patricia Mazuy. La directora y guionista francesa presenta ‘Bowling Saturne’, otra película que, tanto para bien como para mal, aturde. Ahora seguimos los pasos de un hombre de fragilidad engañosa. Un paria que no se sabe bien si está sufriendo el rechazo de los demás, o si ha sido él mismo quien se ha empujado a dicha posición de semi-exilio. Hasta que la poca familia que le queda, un hermanastro, da con él y le anuncia que su padre (una figura presumiblemente tiránica) ha fallecido. A partir de aquí, todo aquello de lo que huía el protagonista de esta función, le estalla en toda la cara, y claro, la onda expansiva se cobra a muchas víctimas colaterales.

‘Bowling Saturne’ es, en apariencia, un thriller detectivesco de ejecución chapucera: un relato de misterio noir en el que la presentación de los personajes se lleva a cabo con pinceladas toscas, y en el que las intenciones de estos se ven venir de muy lejos… hasta que un acto de violencia machista inenarrable (filmado bordeando cualquier noción de límite moral) se produce sin previo aviso, y deja el conjunto patas arriba. Locarno y el placer suicida del salto al vacío, de estas decisiones que todo lo destrozan, y que obviamente condicionan lo que queda de camino. Cuando creíamos que la teníamos controlada, la película se descubre como un animal salvaje que muerde y desgarra la piel de quien ose acercársele.

Con esta actitud, Patricia Mazuy habla de presas que se convierten en cazadores… y de cazadores que piden a gritos ser cazadas. Osado acercamiento a las siempre violentas energías de las masculinidades tóxicas, un cometido que ya de por sí implica jugar con fuego. La aplastante lógica de la combustión.