De nueve en nueve
Obra: ‘La fille du régiment’, ópera de Gaetano Donizetti. Lugar y fecha: Donostia, Auditorio Kursaal. 12/08/2022.
«Customizar» es un verbo que no está incluido en el diccionario de la RAE pero que se usa ampliamente cuando se trata de modificar algo de acuerdo a las preferencias personales. Curiosamente, la RAE sí admite «tunear», que viene a ser lo mismo, aunque quizá más a menudo referido a los coches.
El caso es que, lo llamemos como lo llamemos, lo de adaptar algo a capricho y voluntad no es nuevo. Donizetti creó ‘La fille du régiment’ totalmente tuneable: que se estrena en París, pues la ambientamos en el Tirol, le ponemos unos diálogos en francés y unos couplets a la moda; que se lleva a la Scala, trasladamos la acción a Suiza, convertimos los diálogos hablados en recitativos y le quitamos los couplets franceses… que se representa en Quincena, la ubicamos en el País Vasco, hacemos los diálogos bilingües y ponemos a la Duquesa de Krankenthorp a cantar en euskara. Y lo mejor es que, pese a su versatilidad –o gracias a ella– sigue en plena forma con cambios o sin ellos.
La música de Donizetti, ligera, sencilla y sin pretensiones, fue tocada exactamente así por una Euskadiko Orkestra de aspecto cada vez más joven: con ligereza en las melodías, sencillez en los acompañamientos, robustez y estabilidad en las cuerdas, pulcritud en las maderas y unos metales excesivamente dulces. En el escenario, sin embargo, esa aparente sencillez se convierte en un arma de doble filo, ya que no hay muchas oportunidades de lucimiento y, cuando aparecen, presentan numerosas dificultades técnicas.
Así, Damián del Castillo –mucho más implicado en la ópera que en la zarzuela de hace unos días– volvió a mostrar una voz flexible y expresiva, de atractivo color y clara dicción en el papel de Sulpice. Elena Sancho-Pereg, como Marie, desarrolló una interpretación de menos a más, pero siempre con una voz viva y ligera, de gran transmisión que aderezó con un canto inteligente, bien elaborado y grandes dotes escénicas. Con un agudo de gran facilidad, solo se echó de menos un poco más de cuerpo y solidez en la voz.
Pero el auténtico protagonista fue Xabier Anduaga en su papel de Tonio. Con un canto muy timbrado, bien apoyado en máscara, sin aristas y de una dicción impecable, fraseó con elegantísimo legato y mostró una tesitura de mórbidos y cálidos graves que permaneció intacta al llegar a unos agudos holgados, vibrantes y tan naturales como las notas lo permiten, incluidos los nueve dos de pecho, que se convirtieron en dieciocho al bisar el número.
Muy bien el resto de papeles, más hablados que cantados en su mayoría, pero igualmente bien interpretados. Destacar la voz profunda y poderosa de Darío Maya, el precioso color oscuro de la voz de Anna Alàs y Jové y la fresca interpretación de Juan Laborería –de quien se echó de menos una mayor intervención vocal–. El coro Easo, muy correcto y participativo en su importante presencia escénica.
La dirección musical de Lucas Macías fue eficaz, combinando a partes iguales flexibilidad y firmeza, pero no supo controlar del todo el equilibrio entre foso y escenario. En cuanto a la escena, pese a que en principio iba a ser una versión dramatizada –poco más que una versión concierto–, se convirtió en una ópera al uso. La escenografía de Enrique Sancho, muy esquemática, de apenas unos pocos elementos polivalentes, estuvo en ese difícil punto de hacer algo muy sencillo sin que parezca una fallida función de colegio, pero se sirvió de un toque naif y de un colorido vestuario que, aliados con el cómico argumento, convirtieron algo que podía haber sido un fracaso en una especie de representación de un cuento infantil. La dirección escénica de Guillermo Amaya fue ligeramente estática pero suficiente.
El público ovacionó larga y merecidamente a todo el elenco pero especialmente a la pareja protagonista que, sin duda, volverá a recibir en la próxima función iguales aplausos, aunque haya que cantar los dos de nueve en nueve.