¿Dónde quiere usted que vaya?
Estaba esperando la cola para ir al baño en las piscinas municipales de Salta, Argentina, en un viaje financiado por la (im)popular beca que otorga AitaAma S.L. a un selecto grupo de jóvenes privilegiadas, cuando una señora entró, me miró, y se pegó tal susto que todavía levitaba cuando exclamó, entre sorprendida y enojada: «Pero, ¿este no es el baño de damas?». Yo, entre avergonzada y hastiada por lo común de estas situaciones, le dije, «sí, señora», a lo que me espetó, ya más enojada que sorprendida: «¿Y qué hace usted acá?» Así le respondí: «Señora, dama, dama, no soy... pero, ¿dónde quiere usted que vaya?».
Volví de ese viaje con un virus que ni los buenos médicos de Osakidetza, los que no saben euskara, sabían identificar. Por lo que un enfermero me hizo la interrogación protocolaria. «¿Ha mantenido relaciones sexuales en estos últimos meses?». «Sí». «¿Con una persona o con varias?». «Con una». Hubo una pausa mientras el enfermero marcaba las casillas en base a mis respuestas. Me vi obligada a aclararle: «Pero es una mujer». Otro que se sobresaltó, tanto que con el espasmo del susto garabateó la hoja volviéndola ininteligible.
Total, que a causa del virus misterioso perdí un 3% de la visión del ojo izquierdo, presumiblemente por culpa de un gato callejero, pulgoso, rancio -por cierto, lo llamamos Galindo, por algo sería-, que acostumbraba a mimar en mi año latinoamericano. Nada, una anécdota.
Sin embargo, no fueron anecdóticas las dos agresiones homófobas de las fiestas de Gasteiz, una de ellas con paliza incluida, ni la del festival Hatortxu Rock. Quizás aquello de «¡bolleras, qué ascazo!» que nos gritó un grupo de chavales en una noche de jueves en Bilbo tampoco era una situación aislada. Quizás las proposiciones de hacer un trío no ocurrirían si mis parejas fueran hombres.
Por todo esto, me pregunto: si no estoy segura en Gasteiz, en Bilbo, ni en un festival como Hatortxu Rock, ¿dónde quiere usted que vaya?