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La economía afgana, entre el colapso y la venganza ocupante

Un año después de la llegada de loss talibanes, Afganistán vive un bloqueo económico total, una «fuga de cerebros» sin precedentes y una inflación devastadora. La corresponsabilidad de Occidente es evidente. Mientras tanto, es el pueblo afgano el que paga.

Una mujer con burka ante una tienda en Kabul. (Adrien VAUTIER | ZUMA PRESS)

Es un día de mercado caótico. Como siempre, las calles de Mandai, el mercado central de Kabul, se llenan a primera hora de la mañana, cuando la multitud deambula entre los carros de los transportistas de mercancías, que rozan las mesitas donde se colocan ropa, especias, zapatos y se reflejan en las ventanas de las tiendas de vendedores de oro.

Rahim, de 45 años, un comerciante de ropa, asegura, sin embargo, que «nunca he visto este mercado tan vacío. Ahora son pocos los que compran. Y sobre todo, faltan muchas mujeres, hay menos que antes. Las cosas no van bien». Entre clientes y comerciantes, los talibanes vigilan de cerca a todos. Unos pasos más allá, otro comerciante de pakol y ropa, Jalal, de 34 años, hace cuentas. «Los proveedores no están funcionando bien. Veremos este invierno si la gente tiene dinero para comprar en el mercado», indica.

Seguridad sí, dinero

no Mandai ha cambiado mucho en los últimos meses. La seguridad, tanto en el mercado como en todo el país, ha aumentado exponencialmente desde que los talibanes tomaron el poder el año pasado. Sin embargo, aquí es donde más se siente la crisis económica que ha quebrado al país. Desde antes del crack del 15 de agosto, Afganistán se encuentra sumida en una grave crisis, primero por la guerra y luego, tras la llegada de los talibanes, por las sanciones internacionales impuestas por EEUU y Occidente. Si el 75% del presupuesto del país provenía de fondos extranjeros y el sistema bancario dependía mayoritariamente de la ayuda internacional, en particular de Washington, todo se ha estancado desde que el Gobierno se paró.

Y es precisamente en Mandai donde todo esta situación se hace evidente. En el corazón del mercado, el centro Srai Shahzada, conocido como la «bolsa de valores de Kabul», parece una colmena llena de tiendas y oficinas donde la gente circula frenéticamente. Todos canjean dinero, escuchan el cambio en tiempo real de la moneda nacional. Es el centro neurálgico de la economía.

El gerente, Zirack Abdul Rahman, no suelta el teléfono móvil. «El pasado 15 de agosto se derrumbó la economía. El sistema bancario estaba por los suelos, nada funcionaba. Ayudamos al nuevo Gobierno a importar artículos de primera necesidad. Es cruel lo que Occidente y los estadounidenses le han hecho al país. Han castigado al pueblo afgano, a los comerciantes, a las mujeres, al entorno académico. ¿Es esto lo que significa democracia? ¿Destruir el alma de un país?», pregunta angustiado.

Después de un año de gobierno talibán, Afganistán está, de hecho, jadeando. El Ejecutivo trata de encontrar formas de volverse lo menos dependiente posible de otros países exportando carbón, cuyo precio ha subido de 100 a 400 dólares por tonelada, y otros minerales, asegura el Ministerio de Economía. «Si antes más del 70% de nuestros ingresos dependían del presupuesto occidental, hoy por primera vez somos autosuficientes. Trabajamos para ser los menos dependientes del exterior. Exportamos mucho carbón y otros recursos», comenta Abdul Rahim Habib, portavoz del ministro de Economía. «El valor del carbón se ha incrementado en más del doble y esto nos ayuda. Además, las nuevas infraestructuras energéticas ayudarán al país para afrontar los desafíos en esta materia», promete.

Si bien es cierto que los talibanes se han encontrado con la caja vacía (también por los grandes robos de los políticos en el poder en los anteriores Gobiernos títere) y una economía bloqueada, han logrado gestionar los impuestos a la importación y reiniciar las exportaciones al exterior. Todo esto mientras están luchando contra la corrupción, todavía rampante, y poniendo coto al contrabando de opio y de maderas valiosas (especialmente de la región de Kunar).

Además está el impacto de las sanciones y los 9.000 millones de dólares de las reservas del Banco Central de Afganistán que EEUU tiene congelados desde el año pasado. Kabul y Washington están negociando el desbloqueo de este montante, del que, según el portavoz del Ministerio de Economía, «el 30% pertenece a los comerciantes y no al Gobierno. Es un crimen contra la humanidad», sostiene.

Pero las negociaciones en curso podrían venirse abajo tras el ataque con drones que mató al líder de Al-Qaeda, Ayman Al-Zawahiri en el centro de Kabul.

China y Rusia

Si bien las relaciones con Occidente –en crisis por la situación geopolítica internacional– siguen desmoronándose también por las exigencias a los talibanes para que respeten los derechos humanos, sobre todo los de las mujeres, las que mantienen con China y Rusia empiezan a mejorar. El gigante asiático ha reabierto sus fronteras a comerciantes afganos y empresas nacionales, permitiéndoles volar a territorio chino. También empiezan a aumentar el número de vuelos comerciales a los destinos más habituales entre Dubai (Emiratos Árabes Unidos, EAU), Estambul e India. Pero, aun así, no todas las compañías internacionales han vuelto a sobrevolar los cielos afganos por problemas de seguros, aunque en mayo se firmó un acuerdo para la gestión del aeropuerto de Kabul con la compañía GAAN de EAU.

Después de todo, Haji Zirack no está equivocado. Analiza de manera honesta y critica a los talibanes, pero no oculta en absoluto las enormes responsabilidades de los occidentales que impiden la vuelta a la normalidad, chantajeando al pueblo afgano por el fiasco de la ocupación estadounidense. «Tratamos de ayudar al Gobierno, pero ahora nos escuchan cada vez menos. Estamos frustrados, pero sabemos que están tratando de trabajar por el país, reduciendo la corrupción en comparación con el Gobierno anterior. Pero necesitamos que los 9.000 millones de dólares en fondos sobreranos robados a Afganistán sean liberados por Estados Unidos, que la política bancaria vuelva a ser lo que era antes para poder construir un nuevo Afganistán».

Dependencia exterior

Por si esto fuera poco, muchos dentro del país perdieron sus trabajos, empleos a menudo creados por ONG occidentales o instituciones internacionales y por el Gobierno anterior. Una situación insostenible dado que se inyectó dinero al país desde fuentes externas. Para las mujeres, el acceso al trabajo en Kabul se ha vuelto más difícil, lo que dificulta aún más cubrir los puestos de trabajo necesarios en algunos sectores.

La destrucción de esos puestos de trabajo no ha venido acompañado de la creación de nuevos, los salarios se han reducido a la mitad para todos y los precios han subido. Los bancos han puesto límites a sus clientes a la hora de retirar los ahorros. Muchos no pueden obtener suficiente comida debido a la escasa ayuda humanitaria.

Todo parece siempre circunscrito a Kabul, dado que, en el resto del país, realmente poco ha cambiado. Es una situación habitual en el caótico tráfico de la capital afgana, donde los desempleados acuden en masa para intentar ganar algo de dinero entre bocinazos y maniobras inverosímiles, transportando pasajeros de un barrio a otro. «Yo trabajaba en el Ministerio del Interior –rememora Ahmed, de 32 años, casado y con dos hijas–. Ahora estoy desempleado. Intento ganarme la vida así», relata.

Hablar con los taxistas es aquí también todo un experimento social. La gasolina, cuyo precio se ha disparado con un aumento de más del 90% respecto al año anterior, les complica aún más la vida.

Fuga de cerebros

Ahmed hace todo lo posible para ganar 150 afganos (alrededor de un euro y 70 centavos) por un viaje. El estrés del tráfico de Kabul es insoportable, pero no tiene elección. «Llévame contigo a Europa», ruega. Quizás sea esta la frase más común en el panorama actual en la ciudad, especialmente después de que, desde el año pasado, miles de personas hayan sido evacuadas y aún más esperan para salir del país. El Gobierno talibán no se opone a ello, pero está experimentando una «fuga de cerebros» sin precedentes. Muchas personas con estudios y capaces de gobernar el país han huido.

El destino de Afganistán también depende de esto. Y si todo el mundo considera que Occidente es fundamental para pensar en mejorar el país, el Emirato Islámico podría acercarse aún más a Oriente, en un intento de salir del callejón sin salida en el que se encuentra y que le tiene en jaque, para luego intentar buscar una vía alternativa al bienestar y al dictado impuesto por Estados Unidos y Europa. Pero, de momento, les toca sufrir a la gran mayoría de los 35 millones de afganos, casi todos inocentes.