«Truss la breve» se va, pero el caos persiste en un sistema disfuncional
Liz Truss dimite tras 45 días en el cargo, evaporadas su autoridad y la aprobación pública, con los mercados enseñándole la puerta de salida, y sin la confianza de los tories que elegirán sustito dentro de su «club exclusivo».
Ni golpe de Estado, ni homicidio, abdicación, suicidio o enfermedad, ninguna de estas razones ha contribuido al final meteórico de Liz Truss que ha dimitido como primera ministra tras poco más de seis semanas tumultuosas en el cargo. Una desgracia de gestión, una caricatura de liderazgo y competencia política, el establishment tory inmerso en dinámicas cainitas, un shock económico y los poderes fácticos del capitalismo salvaje «invitándola» a irse antes de que todo empeorara, ahí radican las razones de su decisión. Y para más sorna y humillación, la apuesta que ha copado la atención mediática, y ejemplifica la flema y el humor británico, a saber, quién tendría una fecha de caducidad más corta, Truss o una lechuga, ha sido ganada por la planta.
Sus 45 días en el cargo, que no en el poder, además de un récord histórico, han sido un verdadero caos. Todo empezó con su mini-presupuesto, que básicamente defendía bajar los impuestos a los superricos, y conllevó una caída histórica de la libra esterlina y un aumento sin parangón de las tasas de interés, hasta tal punto que el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir, el ministro de Finanzas de Truss, Kwasi Kwarteng, dimitir, y su sustituto, Jeremy Hunt, enterrarlo sin funeral. Esto trajo consigo su caída en picado en las encuestas, la rebelión interna y la agudización de dinámicas fraticidas de los conservadores.
Pie de página en la historia
Esta crisis ha contribuido a que Truss pase a la historia como un pie de página por haber batido todos los récords como primera ministra más efímera y las que más ministros ha perdido en menos tiempo -tres en 45 días, a una media de más de 6 en 100 días-. Y esto implica que cuando el nuevo ministro sea elegido en el «club privado» de los tories, Gran Bretaña habrá tenido cinco primeros ministros desde que salió de la Unión Europea con el Brexit en 2016. Más que Italia, ahí es nada.
El nuevo líder de los tories será elegido en una semana, las candidaturas y las apuestas ya se han disparado. Y aunque se multiplican los llamamientos a unas elecciones parlamentarias para salir del caos, el voto del pueblo estará ausente otra vez, una vez más, como lo ha estado en la elección de los anteriores cuatro primeros ministros. Autodescartadas de la carrera por la sucesión figuras como Jeremy Hunt o Michael Gove, confirmados como candidatos Rishi Sunak -que perdió ante Truss- y Kemi Badenoch, suena con fuerza la posibilidad de una vuelta de Boris Johnson, lo que demostraría el nivel al que ha llegado la política británica. O quizá mejor, su absoluta falta de nivel.
Aunque laboristas, liberales, escoceses e irlandeses llaman a una convocatoria urgente de elecciones generales como única vía para terminar con el espectáculo y ganar un mandato popular claro, los conservadores son muy conscientes de que el veredicto de la gente sería devastador para ellos. Pero tampoco puede alargarse este caos perpetuo que convierte al parlamentarismo británico en un chiste malo, impedido como está para materializar su derecho y su deber de interpretar los deseos de la gente en circunstancias cambiantes.
Incompetente y disfuncional
Y ante el espectáculo crece la indignación social, la impotencia ante la desgracia de tener una clase política tan incompetente y un sistema político tan disfuncional. Cada hogar necesita 500 libras esterlinas más para pagar sus facturas. Desde el Brexit, la economía británica cae más rápido que las europeas. En 2016, era el 90% de la economía alemana, ahora no llega a un 70%. Y todo con un Gobierno sin mandato para gobernar, perdido en una puerta giratoria del caos.
Los británicos merecen algo mucho mejor. Está por ver si se conformarán con un cambio de cromos de los tories, o se echará a la calle para demandar elecciones, un Gobierno viable, un liderazgo consistente y con principios.