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Lluis Tudela
Entrevista
Carla Simón
Cineasta

«Hay gente en el mundo que está descubriendo que existe el catalán gracias a ‘Alcarràs’»


Oso de Oro en la última Berlinale por la película ‘Alcarràs’, la misma con la que está en la carrera de los Óscar, la directora catalana Carla Simón triunfa con su cine personal de historias íntimas que se demuestran grandes.

Decir que Carla Simón (Barcelona, 1986) es una de las cineastas más interesantes del cine europeo actual puede parecer una obviedad, para unos, o puede que una exageración, para otros. Somos del grupo de los primeros, lo admitimos. «No ha rodado tanto», nos dirán los segundos; es cierto, varios cortometrajes y únicamente dos largometrajes, ‘Estiú 1993’ (2017) y ‘Alcarràs’ (2022). Ambos títulos rodados en catalán, ambas historias pequeñas enraizadas en lo autobiográfico que abordan historias con mucho calado, y ambas películas avaladas por la crítica, el público y los premios, el último nada menos que el Oso de Oro del Festival Internacional de Cine de Berlín, la Berlinale, obtenido el mes de febrero por ‘Alcarràs’.

A estas alturas Carla Simón ya está de vuelta del Festival de Cine de Nueva York, en esa especie de viaje previo de presentación por EEUU en la que está embarcada desde que la Academia de Cine estatal eligió ‘Alcarràs’ para la carrera de los Óscar. Hablamos con ella en Donostia, en la pasada edición de Zinemaldia, donde acudió a Zabaltegi-Tabakalera para presentar su último cortometraje titulado ‘Carta a mi madre para mi hijo’, un encargo que recibió para ‘Cuentos de mujeres Miu Miu’, una sección paralela de la Mostra de Venecia. Rodado en súper 8, cuando estaba embarazada de su hijo Manel, el corto mezcla imágenes familiares, recreaciones de su madre y textos e imágenes poéticas con las que imagina para su hijo cómo era su abuela, que en la pantalla tiene el rostro de Ángela Molina; una abuela a la que él no conocerá y su propia madre casi ni recuerda. Por eso Carla Simón la ha ido reconstruyendo-buscando a lo largo de su vida y su obra fílmica.

Gorka Rubio | FOKU

El cortometraje lo rodó cuando estaba embarazada. Supongo que ahora, cuando su hijo tiene tres meses, seguramente la película que rodase sería bien distinta.

Sí [risas]. Ya veremos, aún todavía es una maternidad muy nueva. No puedo reflexionar mucho sobre ello.

Entre madres e hijas, tierras y placas solares. Nacida en Barcelona en 1986, cuando era muy pequeña Carla Simón perdió a sus padres a causa del sida. Primero, a su padre, cuando tenía 3 años; a los 6 a su madre, caídos ambos a los pies del caballo en los que cabalgaba la heroína que destrozó a una generación. Adoptada por sus tíos maternos, creció en un pequeño pueblo de la Garrotxa, Les Planes d’Hostoles, con una pérdida a tan temprana edad y un duelo que recreó en ‘Estiú 1993’, una sensible película en la que ella misma ha dicho que ha tratado de contar cómo se explica a una niña la muerte y cómo entiende lo que está sucediendo a su alrededor. Su ópera prima obtuvo el Goya a la Mejor Directora Novel aquel año.

Para su segundo trabajo, que se titularía ‘Alcarràs’, parecía no iba a eligir un punto de vista autobiográfico... aunque tampoco es muy cierto, porque se puede leer como un homenaje a sus tíos agricultores. Y, de paso, a los payeses, a la familia que todos tenemos en el campo, en el baserri. Rodada en catalán, y esta vez también con actores no profesionales –tiene muy buena mano para dirigir a niños–, ‘Alcarràs’ pone el foco en una familia, los Solá, a la que le quitan las tierras donde han trabajado durante años para sustituir sus melocotoneros por huertas de placas solares. El señorito y los rendimientos económicos, aunque tengan la etiqueta –discutible– de ‘sostenibles’, frente a los arrendatarios, los ‘maizterrak’, en euskara, que siguen trabajando la tierra, aunque cada vez les cueste más seguir adelante.

Estrenada a principios de este año, en la pasada Berlinale, ‘Alcarràs’ se llevó el máximo galardón del festival berlinés, el Oso de Oro. De la filmografía e industria estatal, el único director en llevarse ese premio había sido hasta entonces Mario Camus por ‘La Colmena’, allá por 1983. Ahora, una mirada a los datos: en el ranking de las cintas estatales más vistas en lo que va de 2022 (son datos del Ministerio de Cultura de finales de agosto), ‘Alcarràs’ está en segunda posición. Desde su estreno en abril, ha sido vista –a estas alturas posiblemente los datos serán más abultados– por alrededor de 361.471 espectadores y ha recaudado alrededor de 2,2 millones de euros. Teniendo en cuenta que la cinta más vista, de largo, es ‘Padre no hay más que uno 3’ (1,9 millones de espectadores y 11,3 millones de euros recaudados), lo conseguido por esta película pequeña, rodada en una lengua minorizada, no es poco.

Ahora, con su entrada en la ‘carrera’ de los Óscar, ‘Alcarràs’ está teniendo una segunda vida en las salas de cine. ¿Qué supone para la película esta selección?

Los premios sirven para eso. Es verdad que, cuando salió la terna de las tres finalistas [fue seleccionada junto a ‘Cinco lobitos’, de Alauda Ruiz de Azúa, y ‘As bestas’, de Rodrigo Sorogoyen], ya hubo un boom en las salas de cine y, de hecho, creo que ahora se ha puesto en más salas. Pero, en realidad, no ha dejado de estar en las salas desde que se estrenó en abril.

AFP

No sé si llegados a este punto, después de ganar en la Berlinale, le provoca todavía alguna duda si una historia tan, en teoría localista, se va a entender fuera de Catalunya o no. ¿La entenderán, por ejemplo, en EEUU y Hollywood?

Es verdad que esto no deja de ser una novedad porque, claro, de momento la hemos estrenado sobre todo en Europa: este verano ha sido en Italia, Portugal, Grecia, Holanda, ahora en los países nórdicos... He ido hablando con periodistas y haciendo coloquios con público y me he dado cuenta de que realmente la gente se identifica de una forma muy parecida a como lo hace aquí. Porque todos tenemos una familia y porque, aparte, el tema de la agricultura es algo que está en crisis de una manera parecida en todos estos países. Pero sí tengo curiosidad, ahora que vamos al Festival de Nueva York, de ver cómo se entiende allí. Porque en EEUU esa forma de hacer agricultura en pequeño hace tiempo que se acabó. Como es un planteamiento de agricultura en grandes empresas y tal, no sé muy bien cómo se va a sentir. Aunque yo creo que el tema de la familia va a crear la misma identificación; pero el de la agricultura, a ver...

Hay una historia extraña que salió en la prensa: a raíz de la selección de ‘Alcarràs’ como candidata por el Estado español a los Óscar, de pronto, de la entrada de Wikipedia de Alcarràs, el pueblo de Lleida donde se desarrolla la película, se hicieron «desaparecer» todas las referencias a los actos pro independencia y a las cargas policiales que tuvieron lugar allí. Parece que los «cambios» se habían hecho desde el Ministerio de Defensa español.

Yo vi la noticia,y aún me cuesta un poco entender qué pasó, pero bueno [risas]...

Curiosamente, también se formó una buena polémica en los medios cuando en algunas salas catalanas se decidió ofrecer la película con subtítulos en castellano. Hubo voces a favor, por aquello de apoyo al castellano, y otras en contra, que lo consideraban un ataque al catalán.

Sí. Siempre se generan polémicas, pero para mí es muy raro, porque son cosas que no están en nuestras manos. Tú puedes controlar y saber lo que quieres contar, y lo que te gustaría que llegase a la gente, pero llega un momento en el que dices: «¡Buah, esto se nos ha ido...!». En cuanto al idioma, es que vivimos en un mundo un poco complejo en este sentido, por esa necesidad de polarizar las opiniones, por esa necesidad de que las cosas sean de una manera o de otra. Hay mucho odio, pero para mí, en realidad, lo que debería pasar es que se viese en positivo: que una película en catalán haya llegado tan lejos y que haya gente, porque para mí se reduce a esto, que en el mundo está descubriendo que existe esta lengua gracias a esta película... Yo estoy feliz con esto, y ¿dónde está la polémica?

‘Estiú 1993’ no la doblaron o subtitularon; ‘Alcarràs’, sí.

De ‘Estiú 1993’, al final, hicimos un doblaje, pero mucho más tarde. Se estrenó en junio y el doblaje se estrenó en septiembre, cuando lo de los Óscar [también fue seleccionada para representar al Estado español aquel año]. Coincidió con el momento de tener que aumentar las salas de proyección y ponerla más en castellano nos permitía recibir ayudas de TVE; o sea, que lo hicimos. Con ‘Alcarràs’, como había cierta expectativa, después de lo de Berlín se dobló. Lo que pasa es que hay salas de cine en España que si es en versión original no la ponen. Yo no soy fan del doblaje, pero si hay que doblarlo para que lo vea más gente...

No hay tanta costumbre de ver cine doblado o subtitulado, es cierto.

Te voy a confesar que ‘Alcarràs’ doblada no la he visto, porque es raro, ¿no? Pero eso lo hacemos muchos cineastas: cuando sabes que la van a doblar, dices: «Bueno, ya la verán los que quieran verla».

No sé si son conscientes de que aquí da un poco de envidia la situación del cine catalán. Tienen hasta sus propios premios, los Gaudí. Aquí no es tan fácil llevar al público a ver películas en euskara, aunque la cosa está cambiando algo.

Allí también todo el rato estamos hablando de que el cine catalán está en crisis. Sí que ha habido un par de años flojos en cuanto a la producción en catalán respecto a lo que había antes, que se hacía mucho, pero mucho cine... y este año solo ha habido seis películas en catalán. Es decir, solo seis películas han concurrido a los Gaudí y, aunque este año la situación va a cambiar, sí que esto ha supuesto un pequeño toque de atención. Porque hay que invertir más. Yo estoy en la Academia de Cine en Catalán y hemos creado una residencia para guionistas donde la mitad o más de la mitad de los proyectos tienen que ser en catalán. Hay como pequeñas iniciativas para impulsarlo en lo audiovisual, sobre todo desde las ayudas públicas, y desde ahí es donde hay que trabajarlo porque es preocupante, ya que ¡es tan frágil! Y, claro, si fuesen en español las vería más gente y habría que doblarlas, pero para mí todo eso es como: mira, hay que hacer las películas en el idioma que tenga sentido que sean.

He de confesar que yo estuve en Mollerusa, muy cerca de Alcarràs, recogiendo manzanas cuando era estudiante.

Mis padres se conocieron así también. Mi padre fue a recoger fruta en un pueblo, que era el de mi madre. Antes iban los estudiantes a la recogida.

En ‘Alcarràs’ hay tantas cosas bonitas, como eso tan de payés o baserritarra de que los miembros de la familia no hablen entre sí de lo que sienten o de los problemas que tienen. Problemas como que les vayan a echar de sus tierras.

Es una cosa muy catalana: ¿Hay un elefante en la habitación?, pues nadie habla de ello y a ver qué pasa. También había por mi parte una voluntad de hablar de la incomunicación dentro de la familia. Porque ‘Alcarràs’ es una película en la que si realmente se sentaran un momento todos juntos y contaran cómo se sienten, lo que les pasa, al minuto 10 ya no habría película, por esa misma falta de hablar claro.

Le confesaré también que, cuando la vi, me pareció puro cine político o social. Es cine combativo. No sé si le gusta el término, ¿o no?

Yo creo que, en este momento, cualquier película de cine independiente tiene algo de político solo por el hecho de hacerla y de conseguir hacerla. Pero, en cualquier caso, sí que es verdad que con ‘Alcarràs’ siempre hubo una voluntad de contar la historia de esta familia y también, de alguna manera, de invitar al espectador como a girar un poco la cabeza y darse cuenta de que esto es algo que está pasando en muchas otras familias. Pero es verdad que, aunque queríamos que eso pasara, solo hay como tres escenas, en realidad, donde se habla de qué está pasando: la manifestación, la cooperativa y el sitio donde van a jugar a cartas. No está como muy subrayado, pero sí es verdad que en el montaje nos sorprendió ver hasta qué punto se había manifestado esto, aunque luego todo habla por sí solo, porque es una parte muy importante de la historia, claro. Pero fue como: «Nos ha quedado algo como muy político... y ¿qué bien, no?». Porque al final, para mí, para hablar de lo político tienes que hablar desde lo íntimo y yo he trabajado mucho en pequeño, en gestos, en relaciones entre personajes... La verdad es que sí fue una grata sorpresa.

¿Cómo está Alcarràs ahora? ¿Ha cambiado algo allí, la película ha servido para visibilizar el problema de los pequeños agricultores?

Las películas, más que cambiar, a mí personalmente me hacen crecer. Y me hacen reflexionar sobre la condición humana; o sea, siento que me hacen mejor persona o más humana. Yo quiero pensar que ese es el poder del cine. Pero con ‘Alcarràs’ sí que tuve un momento así, porque de repente tuvimos reuniones con la consellera de Agricultura, se empezó como a decir: «Tenemos que hablar de eso». Luego, poco a poco, te vas dando cuenta de que es difícil realmente poder cambiar algo, y que pedir que regulen los precios de la fruta es algo que se debería de pedir, sin duda, pero está un poco difícil. Aunque yo no pierdo la esperanza, pero si se hace no creo que sea gracias a la película. Aunque sí que es verdad que hay algo como más pequeño que sí puede hacer una película y es que, por ejemplo, tengo una amiga que me contó que estaba en el mercado y oyó una conversación, en la que la clienta preguntaba: «¿Pero estos melocotones son de Alcarràs o no?». Para mí eso es lo importante, que cada uno pueda pensar de dónde es lo que compra o, al menos, los melocotones. Es intentar apelar a la consciencia individual del consumidor, que es a lo que únicamente podemos aspirar.

Me gustó un titular de una entrevista que concedió a la revista bilbaina ‘Pikara’. Decía que siempre dirige desde la duda, algo tan de las mujeres eso de cuestionarlo todo. Entiendo que se pueda dirigir desde la duda, ¿pero los equipos lo entienden?

Ahí está la cosa, hay que educarlos. Me parece esencial. Al principio de un rodaje siempre siento que se me cuestiona, que la gente nos mira, y es como: «Esta tía no sabe lo que está haciendo...».

... Y además es tan joven...

Claro. Yo esto lo he vivido. Porque la gente está muy acostumbrada a tipos de liderazgo muy autoritarios, sin dudas. Y, para mí, liderar no es eso. Yo no puedo crear si no cuestiono lo que estoy haciendo, por más que «esto es así, de acuerdo... pero qué pasaría si...» y planteas otra cosa, a ver si puede ser mejor. Si no nos cuestionamos, la cosa se queda en un sitio menos interesante. Entonces, de repente, lo que proyecta es esto: «Esta tía no sabe lo que está haciendo». Aparte, yo no creo que no sea solo una manera de dirigir de las mujeres; puede que nosotras la introduzcamos, pero estoy convencida de que hay hombres que tienen que dirigir desde ahí, que no les funciona lo otro. Como hay mujeres que les funcionará el ordeno y mando.

Tengo unas amigas que están juntas con un proyecto de cine y dicen que, menos mal que son dos dirigiendo, porque dirigir es un ejercicio muy solitario.

Es duro y te sientes muy sola, a menos que estés acompañada de gente que entiende eso. Yo, cuando hablo de que el equipo hay que educarlo, no hablo de las jefas de equipo, que son mi gente, porque con ellas cuestionamos y dudamos juntas. Entonces no hay problema. Es más con los equipos técnicos que, de repente, es que... odio a veces girarme y tener a veinte personas mirándome del plan: «¡A ver!». Muchas veces, pedirías: «¿Podemos sacar a todo el mundo de la sala y nos quedamos las tres personas que realmente van a tomar esa decisión solas.

A veces habrá que ponerles firmes.

Pero es que dirigir es tomar muchas decisiones muy rápido.

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¿Pero realmente está cambiado el papel de la mujer en la industria del cine, verdad?

Está cambiando mucho. Yo he llegado en un momento en el que he podido escoger a mis jefas de equipo, me han producido siempre mujeres y he estado muy rodeada siempre de mujeres. Entonces eso no te afecta; pero sí pasa cuando, de repente, vas a un mercado de cine a presentar tu proyecto y viene un hombre a decirte cómo tienes que hacer las cosas... Aunque, claro, eso antes sí te podía afectar, pero ahora ya no lo hace: «Vale –me digo a mí misma–, pues voy a la otra mesa, donde hay una mujer que me va a entender y a ti no te necesito». Para mí ellos tienen que ponerse las pilas y realmente esta cosa de la masculinidad está quedando obsoleta.

Nosotras también tendríamos que cambiarnos algún chip.

Sí, sí, porque no hay que pasar por ahí: no hace falta, otras vías. Pero sí que es verdad que es un mundo muy masculino y que estamos metidos de pleno en una reparación histórica que nos va a llevar un tiempo. Eso lo hablo siempre con mis colegas las directoras, en el sentido de que ya estamos con las preguntas sobre las mujeres y tal... pero es lo que nos toca. Nos toca ir abriendo camino para que nuestras alumnas de ahora, cuando rueden sus películas, no tengan que hablar de que si son o no mujeres, sino que puedan hablar de sus películas y punto, que es a lo que aspiramos.

A nosotras también nos suele entrar la duda sobre si preguntarlo, pero creo que sigue siendo necesario.

Ahora sí hay que hablar de ello, claro. Es como todo el tema de la discriminación positiva, de las ayudas tal, que hay mucha gente que está en contra y, yo ya entiendo que es un poco putada, pero habrá que hacerlo hasta que estemos en paridad. Pero ahora o se repara así o no se repara, o, si no, vamos a tardar 25 o 30 años.

¿Le ha tentado rodar con alguna plataforma? Es la última moda.

Depende. Para mí mantener mi libertad creativa es la base de todo, y no hablo solo la libertad creativa sino también de la libertad en la manera de hacer las cosas. Con ‘Alcarràs’ necesitamos un año de casting, porque todos no son actores. Yo esto se lo puedo decir a mi productora y me entiende, respeta mi proceso, quiere que salga el proyecto de la manera que yo lo visualizo. Muchas veces las plataformas hacen muchas cosas y un poco rápido.

¿En qué anda metida ahora?

Tengo un guion en construcción que se va a llamar ‘Romería’, si no le cambiamos el título, que habla sobre la memoria familiar, que es algo que me preocupa mucho: La pregunta es, ¿qué pasa cuando no tienes esa memoria familiar? Ahí vamos.