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Entrevista
Jean-Pierre y Luc Dardenne
Cineastas

«Es importante que el cine mantenga un valor pedagógico»

Dos veces ganadores de la Palma de Oro (en 1999 con ‘Rosetta’ y en 2005 con ‘El niño’), su cine encarna, de manera fidedigna, el legado del neorrealismo a la hora de mostrar escenarios de conflictividad social. Acaban de estrenar ‘Tori y Lokita’, con la que obtuvieron el Premio Especial en Cannes.

Los cineastas belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, autores de esta denuncia en toda regla de la explotación de los inmigrantes.. (WANDA FILMS)

En su último largometraje, los Dardenne muestran el día a día de dos jóvenes inmigrantes que intentan sobrevivir como sea mientras buscan legalizar su situación. Una historia cruda y sin concesiones donde la amistad emerge como refugio para dos seres desahuciados.

Tanto en ‘Tori y Lokita’ como en ‘El joven Ahmed’, su anterior largometraje, flota un aire de desesperanza muy acentuado. ¿Esto obedece a su deseo por no dar respuestas tranquilizadoras al espectador o es que realmente tampoco tienen claro hacia dónde va esta sociedad?

Luc Dardenne: No creo que nuestra mirada sea de desesperanza. Lo que ocurre es que los niveles de violencia en nuestra sociedad han aumentado considerablemente, sobre todo en aquellos ambientes donde operan las mafias, que son los que retratamos en ‘Tori y Lokita’. Visto así no podemos pretender ser tan ingenuos como para aventurar un final feliz a estos dos jóvenes, por mucho que nuestra historia incida en algo tan bello como la amistad que surge entre ellos. Pero la esperanza está ahí, en esa amistad, en ese sentido de la lealtad que se profesan Tori y Lokita. Otra cosa son las circunstancias que les rodean, unas circunstancias que les abocan a un destino injusto, pero ahí tiene que ser el espectador el que se rebele contra eso, el que ponga sus emociones en juego, nosotros no podemos decirle al público cómo ha de responder frente a eso. Nos limitamos a retratar unos personajes en unas circunstancias y a hacerlo del modo más honesto posible. Es cierto que, actualmente, hay una tendencia que defiende que el cine, cuando se enfrenta a estas realidades, ha de estar guiado por un espíritu sanador, pero nosotros no estamos para tranquilizar conciencias ni para rodar finales felices, nuestras historias tienen una lógica que está más allá de eso.  

¿Pero no perciben entonces que esta película sea más dura que otros títulos de su filmografía?

L. D.: Es más dura a la hora de mostrar esa violencia de la que hablábamos. A pesar de no querer ofrecer respuestas al espectador, al rodar esta historia nos ha sido muy difícil no sentir esa indignación ante la situación que viven nuestros protagonistas. El hecho de que un Estado de Derecho arroje a la clandestinidad a miles de personas solo por el hecho de no tener papeles y les condene a la violencia es algo que nos repugna. Por eso quisimos visibilizar a estas personas, no hablar de ellas en abstracto, sino contar la historia de dos menores en concreto, de la amistad que les une, de la música que cantan, de los trabajos que realizan para sobrevivir. Mostrar su humanidad es nuestra manera de responder a esa violencia que confiere dureza no ya al filme sino a la propia experiencia vital de esos dos jóvenes.

¿Diría que los protagonistas del filme encarnan, en cierto modo, a los esclavos del siglo XXI?

L. D.: Sí, y es una esclavitud que acontece en los márgenes del sistema, allí donde el Estado no alcanza o no quiere llegar.  No es normal que en sociedades como las nuestras se den este tipo de escenarios, tan denigrantes para el ser humano. Los Estados, en Europa, deberían reaccionar ante situaciones de trata, ante la existencia de este tipo de mafias.

«Por mucho que algunos se empeñen en ir cerrando puertas, lo normal es que ellos encuentren ventanas por las que pasar»

Y, sin embargo, el rol de los Estados como actor social aparece cada día más debilitado, ¿no?

Jean Pierre Dardenne: Es cierto que se han ido aprobando leyes para facilitar la acogida de estas personas pero, al mismo tiempo, creo que se ha invertido mucha, demasiada energía, en implementar políticas para convertir a Europa en una suerte de fortaleza inexpugnable. Es algo absurdo porque estamos hablando de personas que tienen la determinación de venir aquí sí o sí, que están dispuestas incluso a arriesgar su vida para lograrlo. Con lo cual por mucho que algunos se empeñen en ir cerrando puertas, lo normal es que ellos encuentren ventanas por las que pasar. Lo que hay que hacer, una vez están dentro, es salvaguardar su dignidad, intentar que no caigan en las redes de la mafia, no inhibirse al respecto.

¿Qué papel puede jugar el cine en ese sentido?

L. D.: Las películas no aspiran a cambiar el mundo pero sí que pueden tener algún efecto en el espectador. Al fin y al cabo, el cine es un arte que busca entrar en diálogo con el público, con sus emociones, con sus pensamientos. A mí me gustaría que, tras salir de ver ‘Tori y Lokita’, el espectador pudiera ver la realidad de otra forma, que lejos de contemplar a los protagonistas como seres ajenos a su día a día, fuera capaz de sentir que sus anhelos de felicidad son los suyos.

«Actualmente, hay una tendencia que defiende que el cine, cuando se enfrenta a estas realidades, ha de estar guiado por un espíritu sanador, pero nosotros no estamos para tranquilizar conciencias ni para rodar finales felices»



¿Obedece a alguna razón el hecho de que casi todas sus películas estén protagonizadas por niños y adolescentes?

J. P. D.: Aunque cuando preparamos un guion nunca hablamos específicamente de eso, yo creo que a ambos nos preocupa que nuestras historias conecten emocionalmente con un perfil de espectador que tenga más o menos la edad de nuestros protagonistas. Es importante que el cine mantenga un valor pedagógico.

L. D.: El significado de una película depende mucho de cuando se vea. Los que vieron nuestras películas cuando tenían la edad de sus protagonistas es probable que hoy las vean de otra manera, también influidos por los cambios sociales y demográficos que hemos experimentado en Bélgica. Hay que dejar tiempo a las películas; por ejemplo, cuando Rossellini rodó ‘Alemania, año cero’ tanto los italianos como los alemanes pudieron ver la realidad con la que no habían querido confrontarse en los últimos quince años.
En el caso concreto de ‘Tori y Lokita’, ¿cómo crearon esa química entre los dos jóvenes protagonistas?

J. P. D.: Ambos protagonistas salieron de un casting, pero nada más elegirlos nos dimos cuenta de que comprendían muy bien a sus personajes, a pesar de que sus circunstancias personales no tienen nada que ver con la de éstos, pero los comprendían mejor incluso que nosotros mismos. Para Tori necesitábamos un crío de mirada cálida pero de movimientos rápidos, enérgicos, mientras que a Lokita queríamos darle una personalidad más calmada, que fuera como un boxeador que van encajando todos los golpes sin inmutarse y que, a pesar de ello, conservara una sonrisa infantil. Yo creo que la química que fue surgiendo entre ellos tiene que ver justamente con su capacidad para complementarse.

Ustedes son cada vez más propensos a servirse de la retórica del cine negro para conferir empaque a sus historias, ¿es un registro en el que se sienten cómodos?

J. P. D.: La verdad es que sí, pensándolo bien, casi todas nuestras películas tienen un trasfondo de thriller. Es algo normal si nos atenemos a que muchas veces contamos historias que tienen lugar en ambientes criminales donde la única ley que tiene valor es la ley del más fuerte, unos escenarios brutales donde parece no haber lugar para los débiles. Ese tono aparece más acentuado en esta última película, donde hablamos de esas mafias que trafican con inmigrantes a las que estos se someten buscando lograr los papeles que legalicen su situación. El propio carácter aventurero de Tori y la necesidad de huida de Lokita también se nutren de elementos de cine negro. Probablemente, a este paso, algún día terminaremos por rodar una película policiaca al modo clásico [risas].

«El hecho de que un Estado de Derecho arroje a la clandestinidad a miles de personas solo por el hecho de no tener papeles y les condene a la violencia es algo que nos repugna»