La edición 2.0 de los «New kids in the world cup»
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El periodista Adam Elder, natural de San Diego y con amplia experiencia en medios como Esquire, New Yorker, New York Times, The Guardian, Vice o Wall Street Journal, ha publicado recientemente un libro en torno al equipo estadounidense que logró la clasificación para el mundial de Italia en 1990. Toda una hazaña, cerrando cuatro décadas de ausencia en la copa del mundo, para un conjunto que practicaba un deporte que era completamente terciario en el país. Un elenco formado por futbolistas muy jóvenes, sin apenas experiencia internacional, que jugaban en equipos universitarios, disputaban torneos indoor o militaban en equipos que integraban alguna de los múltiples campeonatos amateur que existían entonces en EEUU. Bajo el título «New kids in the world cup», el autor trata de captar todos los ángulos de aquel tiempo, del «el equipo más importante de la historia de EEUU» y de un éxito que «cambió el fútbol estadounidense y que hizo posible todo lo que vino después».
Durante los ochenta, el combinado yank fue acumulando experiencia mediante sus participaciones en los Juegos Olímpicos de 1984 y 1988, las Universiadas de 1985 y 1989, los mundiales Sub 17 de 1985 y 1987, la copa del mundo sub 20 de 1989 o las diversas ediciones de los Juegos Panamericanos. Asimismo, en 1988, disputaron amistosos ante Chile o Ecuador, además de hacer una gira estival por Italia para jugar contra algunos equipos de la Serie A. Sin embargo, todo distaba mucho de los estándares homologados al más alto nivel. Prueba de ello es que Lothar Osiander, natural de Múnich y afincado en San Francisco, trabajaba como camarero en un restaurante italiano, al tiempo que aceptó el cargo de seleccionador de EEUU en 1986. Anteriormente, había sido entrenador asistente de los California Surf de la NASL y participó en los Trials olímpicos -competición en busca de próspectos de todas las disciplinas- con el conjunto San Francisco Greek Americans.
El colapso de la NASL en 1984 dejó al soccer tremendamente tocado en territorio estadounidense, alejándolo por completo de los focos. La competición por la que habían pasado Beckenbauer, Banks, Best, Bettega, Carlos Alberto, Chinaglia, Clodoaldo, Cruyff, Cubillas, Krol, Müller, Neeskens, Javier Agirre, Pelé, Romerito, Van Beveren o Van Hanegem, se tornó económicamente insostenible y cesó su actividad dejando huérfanos a los hinchas norteamericanos. De hecho, la estructura futbolística se fragmentó sobremanera, dividiéndose en múltiples competiciones como la Major Indoor Soccer League, un torneo que se jugaba en pabellones cubiertos, sobre césped artificial y cuyos encuentros se dividían en cuatro cuartos de quince minutos, contando con normas propias y ajenas a la FIFA. Asimismo, se crearon la ASL, la APSL, la Southwest Independent Soccer League o la Western Soccer Alliance sin que ninguna cuajase. No obstante, el deseo de EEUU de organizar la copa del mundo, siendo su primer intento de cara a la de 1986 tras la renuncia de Colombia, y su designación para albergar la edición de 1994 les obligó a crear una liga propia. Algo que se materializó en 1995 con la puesta en marcha de la actual MLS.
La CIA, una ametralladora, pilas, monedas y bolsas de orina
El escándalo del «Cachirulazo», en el que se descubrió que México había alineado cuatro jugadores de edad superior durante las eliminatorias de clasificación para el Mundial sub 20 de 1989, provocó que la FIFA sancionase a los aztecas en todas sus competiciones. Aquello alimentó las esperanzas de los yanks, buscando algo que parecería una epopeya. Tal y como narra Elder en su libro, el combinado estadounidense, cuyos jugadores contaban con «una dieta de 20 dólares», hacía frente a «grandes críticas mediáticas, un mayor apoyo a los equipos visitantes cuando jugaba en casa y campos en condiciones deficientes o con las líneas mal señalizadas». En su intento por clasificarse, los define como «los Mili Vanilli del fútbol, unos impostores». De hecho, algunos jugadores compaginaban las selecciones de Fútbol 11 y Fútbol Sala.
Los ochenta fueron una década especialmente convulsa en Centroamérica, en lo que la Casa Blanca consideraba parte de su «patio trasero», con la revolución Sandinista en Nicaragua, la guerra en El Salvador, el apoyo de Washington a todas las Contras y grupos paramilitares que atacaban a los movimientos de izquierdas o las invasiones de Granada o Panamá. Elmer señala que los viajes a el Caribe o Centroamérica «eran calderas infestadas de agentes de la CIA, el autobús del equipo llevaba una ametralladora en su parte trasera, los hinchas de los rivales iban a los hoteles a molestar a los jugadores y en los estadios les tiraban monedas, pilas e, incluso, bolsas de orina». En ese contexto, tras haber completado una digna participación en los Juegos de Seúl, empatando con Argentina y Corea del Sur, la selección estadounidense encaró el momento decisivo de la fase de clasificación para el Mundial de Italia. Contra todo pronóstico, tras sus triunfos a domicilio ante Guatemala y Trinidad y Tobago, EEUU logró el pase para la gran cita transalpina.
De repente, los focos viraron hacia un grupo de jóvenes futbolistas desconocidos, que competirían en el último Mundial de la Guerra Fría, devolviendo los yanks a la copa del mundo. Guiados por el entrenador de origen magiar Bob Gansler, el portero Tony Meola y su mullet, el capitán Mike Windischmann, el centrocampista de New Jersey y padres escoceses John Harkes, el mediapunta Chris Sullivan o los delanteros Bruce Murray y Eric Wynalda formaban parte de la columna vertebral de un equipo tan inexperto como ilusionado. Un conjunto que también contaba en sus filas con los hijos de jugadores que tras pasar por el fútbol estadounidense habían echado raíces en el país. Es el caso de Peter Vermes, cuyo padre militó en el Honved, pero que abandonó Hungría tras la invasión soviética de 1956, el uruguayo Tab Ramos, que llegó con 11 años a New Jersey, y cuyo progenitor había defendido la elástica del River Plate de Montevideo o el contundente defensa Marcelo Balboa, hijo del argentino Luis Balboa, que jugó en los Chicago Mustangs de la NASL. Las inquietudes de los integrantes de la plantilla también se hacían notar, ya que Ramos se licenció en Literatura y Artes Hispánicas, mientras que Kasey Keller -que luego jugaría en el Rayo con Bolo, Estibariz, Lopetegi, Patxi Ferreira y el difunto Yubero- se graduó en Sociología y realizó su tesis en torno a los hooligans del Millwall, el equipo londinense en el que jugó.
En Italia, pese a perder los tres partidos, el combinado estadounidense sentó las bases para un futuro más competitivo. Goleados por Checoslovaquia (5-1), sucumbieron por la mínima ante la anfitriona (1-0) y compitieron ante Austria (2-1). Al tiempo que los yanks participaban en un Mundial cuatro décadas después, la boy band de Boston New Kids On The Block, pionera de grupos posteriores como Take That en Inglaterra y Backstreet Boys en EEUU, lanzó su sencillo «Step by step» llegando al número uno de las listas. Ambos elementos convergían. La semilla estaba puesta y el objetivo pasaba a ser desempeñar un buen papel en la Copa del Mundo que organizarían en 1994. Tras la cita transalpina, los futbolistas se diseminaron por el mundo, encontrando destinos a priori disruptivos para los norteamericanos en aquella época. Brian Bliss y Paul Caligiuri disputaron la última temporada de la Oberliga de la República Democrática de Alemania, Desmond Armstrong firmó el Santos brasileño, Harkes se fue al Sheffield Wednesday, Meola jugó en el Brighton o el Watford, Sullivan al Gyori húngaro, Tab Ramos al Figueres catalán -donde coincidió con Manu Urbieta y Patxi Bolaños- y Trittschuh al Sparta de Praga. Cabe señalar que dos jugadores de aquella plantilla, David Vanole y Jimmy Banks, ya han fallecido.
Ahora, 2026 en el horizonte
Un año después, en La Habana, la selección norteamericana ganaría los Juegos Panamericanos, en 1992 completó un digno papel en los Juegos de Barcelona y sumó la aparición de Cobi Jones, debutó en la Copa América en 1993 y la federación organizó varias ediciones de la conocida como US Cup para medirse a combinados como Alemania, Brasil, Inglaterra, Irlanda, Italia o Portugal, además de disputar amistosos por todo el mundo. Todo, para llegar en buenas condiciones al Mundial de 1994, donde EEUU pasó la primera ronda y cayó en octavos ante Brasil, en un partido recordado por el brutal codazo de Leonardo a Tab Ramos. Después, llegaría la creación de la MLS.
Los octavos de final, alcanzados en la citada edición de 1994, en 2010 y 2014, suponen el techo de cristal que una nueva, diversa e indolente generación de jugadores pretende superar en Qatar. Las analogías son claras, aunque los futbolistas actuales han crecido en un fútbol completamente estructurado y profesionalizado. Las audiencias estadounidenses demuestran que, dirigidos por Gregg Berhalter -que disputó el Mundial de 2006- los Brenden Aronsen, Christian Pulisic, Gio Reyna, Kellyn Acosta, Matt Turner, Sergiño Dest, Tyler Adams, Timothy Weah, Yunus Musah, Walker Zimmermann o Weston McKennie han vuelto a poner el foco en el soccer. El crecimiento de la MLS -que firmó recientemente un contrato de 10 años con Apple-, el paso de varios jugadores por la factoría de Red Bull, que la mayoría de ellos compitan en Europa y el impacto del público latino en el seguimiento han dado un poso nunca visto al equipo. Con la mirada puesta en 2026, el primer campeonato con 48 selecciones y tres anfitriones, siendo EEUU el principal con once sedes, los nuevos chicos del elenco estadounidense quieren hacer historia.