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La fusión nuclear y la tentación de esperar

Es odioso hacer de pepito grillo, pero el anuncio sobre la fusión nuclear obliga a poner los pies en el suelo. Incluso si se cumpliesen las previsiones más optimistas, la fusión nuclear inercial no llegaría a tiempo para sustituir a los combustibles fósiles y evitar la crisis climática.

Interior del laboratorio donde se ha logrado la fusión nuclear con ganancia energética. (Philip SALTONSTALL | AFP)

Energía limpia, barata y hasta ilimitada. ¿Qué otra cosa quieren escuchar nuestros oídos en plena crisis energética y climática? Hambrientos de buenas nuevas, somos capaces de comer lo primero que nos pongan delante, pero conviene ser cautos y no empacharse, que luego hay que digerir.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el empleo de la energía nuclear civil ya se presentó como la solución a los problemas energéticos de la humanidad, y tres cuartos de siglo después, solo el 4,3% de la energía consumida en el mundo es de origen nuclear. Por fortuna, dicho sea.

La fusión nuclear es otra cosa, menos amenazante cuanto menos; tanto que no extrañaría que tratasen de buscar un nombre alternativo para poner tierra de por medio con la energía nuclear convencional, que ni la crisis actual está consiguiendo revalorizar –basta mirar a Francia–. Sin embargo, la fusión nuclear es cualquier cosa menos nueva. Las promesas sobre esta tecnología ocupan titulares desde los años 50 del siglo pasado, y en el sector energético es un dicho común el señalar que «siempre quedan 30/50 años para que llegue la fusión nuclear».

Los investigadores estadounidenses no han «descubierto» nada, por lo tanto. Lo que sí que parece que han conseguido por primera vez, y no es poco, es lograr a través de la fusión nuclear más energía de la que han necesitado para poner en marcha el reactor, lo que abre la puerta a su empleo como fuente de energía. Científicamente, el logro parece espectacular, pocas dudas al respecto.

Pero la ciencia no es una isla en medio de la nada, lo deberíamos haber aprendido a estas alturas. Todo descubrimiento y promesa se enmarca en un contexto determinado. El actual ya lo conocemos: crisis climática y escasez y encarecimiento de las materias primas necesarias para la obtención de energía. En estas condiciones, hay que valorar la promesa estadounidense en su medida.

Anuncios como el de ayer pueden dar alas a los discursos que defienden una mera sustitución de los fósiles por una hipotética fuente de energía hoy inexistente, alimentando el retardismo en la acción climática

El anuncio de una fuente de energía limpia, barata y hasta ilimitada choca de entrada con numerosos problemas, desde el material –los materiales que requerirá no son ilimitados– al sistema económico en el que vivimos. Hace ya medio siglo que el informe “Los límites del crecimiento” del MIT advirtió: «Cuando introducimos desarrollos tecnológicos que superan con éxito alguna traba al crecimiento o evitan algún colapso, el sistema simplemente sigue creciendo hasta otro límite, lo supera temporalmente, y decae». Si no cambia la lógica perversa del crecimiento como objetivo supremo, apenas lograremos posponer problemas.

Pero es que aun comprando a ciegas la promesa estadounidense y pasando por alto su originaria motivación militar, esta presenta un problemón insoslayable: el tiempo. Según sus propios impulsores, en el escenario más optimista, no estaría en marcha –y habría que ver a qué escala– hasta dentro de varias décadas. No hay tanto tiempo. Según el Grupo de Trabajo III del IPCC, las emisiones de CO2 deberían reducirse a la mitad en solo siete años si queremos seguir aspirando a un calentamiento global que se quede entre los 1,5º y los 2º –una subida que, en cualquier caso, no será inocua–. La tarea es ingente y vamos con mucho retraso. Para botón de muestra, Europa: el efecto inmediato de la reducción del gas ruso está siendo el regreso al carbón, que emite muchos más gases de efecto invernadero.

Es peligroso jugar con la idea de la sustitución, porque alimenta el retardismo, que no es sino otra forma de negacionismo. Es una temeridad pensar que la fusión nuclear sustituirá a los combustibles fósiles y que hasta entonces podemos esperar. Hay que dejar trabajar a la ciencia, y ojalá lleguen estos desarrollos, pero la reducción del uso de fósiles –al menos si nos creemos las advertencias de los científicos que encumbramos cuando se publican logros como los de ayer­– hay que hacerla ya, a pulso, con las renovables actualmente disponibles y con un fuerte decrecimiento. Ninguna nueva tecnología va a llegar a tiempo de hacer lo que sabemos desde hace años que tenemos que hacer.