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Un «arrepentido» ubicó a guardaespaldas de Fraga en el atentado de Montejurra 1976

Un tradicionalista movilizado desde Sevilla reconoció como guardaespaldas de Fraga a varios de los «jóvenes españoles» que introducían armas en un vehículo tras los sucesos de Montejurra. Los detalles que aporta cuadran con las últimas revelaciones sobre el caso.

José Luis Marín García-Verde, uno de los mercenarios al que se popularizó como “el hombre de la gabardina”, con una pistola en la mano. (GARA)

El pasado enero, el periodista e historiador Manolo Martorell hizo públicos una serie de documentos secretos sobre la Operación Reconquista, nombre que dio el Seced, el CNI franquista, al sangriento sabotaje del acto carlista de Montejurra en 1976, que dejó dos muertos. Estos informes detallan gastos para movilizar a miles de carlistas tradicionalistas, así como el despliegue entre sus filas de miembros de las Fuerzas de Orden Público y mercenarios de ultraderecha armados, con objeto de generar enfrentamientos con el carlismo progresista que dominaba el acto que se celebraba en ese monte de Lizarraldea todos los años.

La abundante documentación hecha pública tiene un enorme nivel de detalle, bajando hasta los gastos para adquirir 2.000 «garrotas de campo» para equipar a los tradicionalistas movilizados, así como 6.000 brazaletes con la bandera española que fueron cargados a la cuenta del Ministerio del Interior, y que servirían a los miembros de este grupo para reconocerse durante los enfrentamientos.

Una de las aportaciones principales de esta investigación es acreditar la implicación directa del ministro Manuel Fraga en los hechos, que fueron considerados como un «acto terrorista» en 2003 por parte de la Audiencia Nacional. Muy singularmente, se ha revelado una comunicación secreta donde el gobernador civil, José Ruiz de Gordoa, informa a Fraga de que la reunión mantenida con el ultraderechista Sixto (hermano del heredero Carlos Hugo, y enfrentado a él por su ideología socialista) en la que le trasladó las instrucciones dadas por el propio ministro, a quien tutea en el escrito: «tus orientaciones» (sic).

Estas nuevas piezas cuadran a la perfección con el testimonio escrito de uno de los tradicionalistas movilizados, que firma como Patricio Gutiérrez de Cabiades, publicada en la desaparecida revista “La Clave” en 1996. En dicho escrito, Gutiérrez de Cabiades confiesa ser uno de aquellos tradicionalistas movilizado desde Sevilla para acudir a Montejurra. En dicho relato, el firmante sostiene pertenecer a un grupo de carlistas que no era consciente de que acudían a provocar incidentes.

Según él, formaba parte de «un grupo homogéneo, formado por familias completas de carlistas, en las que no faltaban ancianos y adolescentes, dispuestos a asistir al Via Crucis sin ningún ánimo beligerante».

El grito de «filia juancarlista»

Este testigo –cuyo testimonio ha facilitado a GARA el Partido Carlista de Euskal Herria– pudo reconocer a un miembro de los misteriosos «grupos de seguridad» que les acompañaron en el hostal Irache como un infiltrado. Se quedó con su cara dado que un antiguo amigo había coincidido con él en marzo en un restaurante de Madrid cuando entró en el establecimiento Juan Carlos de Borbón. El presunto infiltrado, al ver al elegido por Franco para su sucesión entrar en el restaurante, «en un auténtico arrebato de filia juancarlista, se subió a una silla y de forma estentórea gritó: ¡Viva el Rey de las Españas!». Aquella persona no podía ser, por tanto, carlista. Y, según Gutiérrez de Cabiades, quien lanzó ese grito «organizó los grupos de seguridad».

Su relato recoge algún elemento que cuadra ahora con las últimas revelaciones, como el compromiso de la Secretaría General del Movimiento –en manos de Adolfo Suárez en ese momento– para enviar de autocares a otro grupo tradicionalista que no llegaba a la cita por una avería en su medio de transporte.

El testigo no llegó a la cima, donde se produjeron las muertes, sino que su comitiva fue objeto de lluvia de pedradas en el Monasterio Irache, ante la pasividad de la policía.

De lo que sí da cuenta Rodríguez de Cabiades es de cómo varios de los «jóvenes» a los que daba órdenes el hombre al que habían identificado previamente, introdujeron «un auténtico arsenal de armas con pasmosa tranquilidad» en un coche. «Debían saberse impunes», asegura.

La aportación de el testigo, sin embargo, es la identificación de estos jóvenes un año después trabajando como guardaespaldas de Fraga. «En las elecciones generales del 77, varios de estos jóvenes fueron vistos en Sevilla, en un acto politico que Alianza Popular celebraba en el Casino de la Exposición de la capital hispalense. Estos jóvenes formaban parte de la escolta personal de Manuel Fraga Iribarne».

Otros testimonios confirmaron que, al menos, Rodolfo Almirón, exmiembro de la Triple A, fue guardaespaldas de Fraga y estuvo aquel día en Montejurra. Almirón luego adiestró a los guardaespaldas de Felipe González.