El riesgo de normalizar lo extraordinario
El fútbol es un péndulo que oscila de un extremo a otro, sin paradas intermedias. De aspirantes a todos los títulos a la debacle más absoluta en menos de dos meses. Ahora que su equipo se ha quedado fuera de la Europa League y que atraviesa una innegable mala racha en la Liga –6 puntos de 18 desde que empató en el Bernabéu, 2 de 9 en casa ante Valladolid, Celta y Cádiz– en el entorno realista no son pocos los que lo ven todo negro.
Es en estos momentos cuando conviene alejarse del cuadro para contemplarlo con una mayor amplitud. En la Liga, los donostiarras suman ahora mismo 45 puntos en 25 partidos. Es su mejor puntuación a estas alturas de la temporada en los cuatro últimos y exitosos años. Con este promedio terminaría el curso con 68 puntos, el mejor bagaje desde el subcampeonato con Denoueix en la 2002-2003, cuando se llegó a 76.
Aquello fue un islote tras cuatro temporadas terminando en los puestos 10, 14, 13 y 13; y antes de encadenar otras cuatro campañas mediocres (15, 14, 17 y 19) que desembocaron en el descenso a Segunda.
Ahora no falta quien califica de «fracaso» y «decepción» todo lo que no sea terminar entre las posiciones que dan acceso a la Champions League. La Real ahora mismo es cuarta, con tres puntos de renta sobre el quinto, el Betis, y siete sobre el sexto, el Villarreal. El caramelo está al alcance y es un premio suculento –no una obligación–, pero quedan trece partidos y todo el mundo se juega mucho.
La Real vive su segundo mejor ciclo de la historia, solo superado por los años en los que se ganaron las dos Ligas. Meterse cuatro veces consecutivas en Europa es un hito, por excepcional. Frente a la Roma se cumplieron 100 partidos en competiciones continentales, y de ellos prácticamente la cuarta parte (24) han tenido lugar en estos tres últimos cursos. Por Donostia han pasado recientemente equipos como el Manchester United, el PSV Eindhoven, el Mónaco, el Nápoles, el Leipzig o la Roma.
Lo que no hace mucho era un acontecimiento, hoy se afronta en algunas ocasiones como otro día más en la oficina. Y no hace falta ni siquiera remontarse a los tiempos en los que el equipo visitante era el Poli Ejido, el Castellón o el Real Unión, con todos los respetos.
Ya no vale clasificarse. Ya no vale pasar la fase de grupos. O ya no es de recibo caer en Copa en el campo del Barcelona. Claro que hay que aspirar a llegar lo más lejos posible, a competir siempre y contra todos, pero caer eliminado, algo que en todas las competiciones les sucede a todos menos al campeón, no puede ser un motivo para rasgarse las vestiduras y exigir tabla rasa cada vez que suceda. No ganar es una posibilidad real.
«Falta de ambición», dirá alguno. «Conformismo», apuntará otro. No se le puede achacar eso desde luego a una directiva que sacó del barro a este club para llevarlo, junto al actual cuerpo técnico, a los cielos del título copero. Acomodarse podría ser un riesgo, pero en el otro lado del péndulo está la permanente insatisfacción, que lleva a no valorar nunca el presente, a convertir en normal, aburrido y tedioso lo que a la vista de una historia de más de un siglo es algo extraordinario. Conviene recordarlo y remarcarlo ahora, cuando se está en el punto más bajo de la ola.