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El Niño llama a la puerta y pone en alerta a todo el planeta

La incidencia de La Niña, evento climático que tiende a enfriar la temperatura global, no ha impedido que los últimos años hayan estado entre los más cálidos, y la posible llegada de El Niño, fase cálida del mismo fenómeno, ha encendido alarmas. De momento, los océanos están batiendo récords.

Los termómetros de calle llegaron a marcar 43 grados en Bilbo a mediados de junio del año pasado, pese a estar aún en primavera. (Oskar MATXIN EDESA | FOKU)

Datos preliminares de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica estadounidense (NOAA) muestran que la temperatura promedio en la superficie del océano ha sido de 21,1°C desde principios de este mes de abril, superando el máximo anterior, de 21°C, que se alcanzó en 2016. La cifra se ha conocido esta semana y desde entonces ha protagonizado titulares y comentarios inquietantes. «Los océanos entran en un territorio desconocido», resumió en su cuenta de Twitter el doctor en Física y Meteorólogo Superior del Estado Juan Jesús González Alemán.

 

Pero al margen de la cifra concreta, no está de más centrarse en los motivos que se citan para explicarla, ya que, según se apunta, la causa, junto al inflexible calentamiento global, sería el fin de La Niña, un fenómeno climático que se caracteriza, a grandes rasgos, por provocar un enfriamiento de las temperaturas globales, que ha durado tres años –algo inusual pero no del todo extraordinario–, y al que suele sucederle su contraparte: El Niño.

Y es precisamente esta posibilidad la que ha encendido la alerta en un planeta que está rompiendo récords de temperatura casi con cada medición –el mes de marzo fue el segundo más cálido de la historia– y que no sabe hasta qué punto el fin de esta última fase ‘fría’ va a extremar las consecuencias de la crisis climática.

Dos fases de un mismo fenómeno

«El sistema océano-atmósfera del Pacífico tropical ha transicionado a neutral», indicaba la NOAA el 9 de marzo, en una nota en la que anunciaba el fin de La Niña y que centró el foco en la previsible llegada de la otra cara de la moneda. Y es que ambas son parte de un ciclo meteorológico natural que se conoce como El Niño-Oscilación del Sur, ENOS (El Niño-Southern Oscillation, ENSO, en inglés). Cuando existe un régimen de vientos alisios fuertes desde el oeste, las temperaturas en el Pacífico ecuatorial disminuyen y empieza la fase fría, La Niña, y cuando la intensidad de los alisios disminuye, las temperaturas superficiales del mar suben y comienza la fase cálida, El Niño. Y su efecto, en un caso y en el otro, se nota en todo el globo.

Porque más allá de la cuenca del Pacífico, el ENOS tiene una gran influencia en las condiciones climáticas de todo el mundo, y está asociado a episodios de fuertes lluvias e inundaciones, a sequías, a inviernos duros o a veranos tórridos.

En concreto, en los años de El Niño las costas occidentales de América suelen sufrir inundaciones y lluvias torrenciales, mientras en Australia ocurre lo contrario, con grandes sequías e incendios. Y al revés, durante La Niña el continente austral y el sureste asiático se vuelven más húmedos mientras las lluvias menguan en Sudamérica. Se reduce la frecuencia y dureza de los huracanes en el Atlántico pero los tifones son más fuertes en Asia.

Son solo algunos ejemplos. En el caso de la península ibérica, aunque está lejos del Pacífico y su influencia es más moderada, La Niña se relaciona con otoños secos y de temperaturas estivales e inviernos también como poca lluvia, en la línea de estos últimos. Y El Niño, que suele dejar inviernos fríos y secos en el norte de Europa, se vincula con inviernos más húmedos en nuestra latitud, pero también con calores extremos durante el verano.

Los fenómenos de El Niño y La Niña, que no mantienen una correlación exacta entre ambos, de modo que un El Niño fuerte no significa necesariamente que la siguiente La Niña vaya a ser particularmente intensa, y viceversa, suelen producirse entre periodos de dos a siete años, y mientras tanto, las temperaturas oceánicas y los patrones de precipitación se vuelven más regulares. En este caso, las previsiones apuntan a que podríamos vivir un nuevo episodio de El Niño a partir del próximo verano, aunque sus efectos suelen tardar meses en notarse y podrían hacer mella, sobre todo en 2024.

El episodio histórico de 1997-1998

La pregunta insoslayable es que si lo que hemos vivido en estos tres años, con 2022 batiendo marcas de calor –imposible olvidar las temperaturas de la primavera y el verano pasados– ha ocurrido durante la fase fría del ciclo, ¿qué pasará en la caliente?

De momento, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha advertido de que si la Tierra entra en una fase de El Niño es probable que genere un aumento en las temperaturas globales, y en este contexto no son pocos los que estos días se han acordado del episodio que se produjo entre los años 1997 y 1998, cuando se registró uno de los ENOS más poderosos en la historia, lo que resultó en sequías generalizadas, inundaciones y otros desastres naturales en todo el mundo.

Durante aquel infausto bienio, El Niño causó la muerte de aproximadamente el 16% de los sistemas de arrecifes del planeta y calentó temporalmente la temperatura del aire seis veces más que el aumento habitual de 0,25° grados que se suele asociar a eventos de este tipo.

Por citar algunas de las consecuencias más impactantes –además de pérdidas económicas por valor de 7.500 millones de dólares–, en aquella ocasión El Niño desencadenó un brote severo de fiebre del Valle del Rift después de lluvias extremas en el noreste de Kenia y el sur de Somalia; provocó precipitaciones récord en California; y causó una de las peores sequías registradas en Indonesia.

Asimismo, su impacto fue especialmente llamativo en la actividad de los ciclones tropicales en todo el mundo, con más ciclones que el promedio en las cuencas del Pacífico, y la mayoría de gran intensidad. Por ejemplo, en la cuenca del Pacífico Occidental la temporada registró un récord de once supertifones, de los cuales diez alcanzaron una intensidad de Categoría 5. La situación fue similar en el Pacífico Oriental, en el Sur y en el Norte, donde no se volvió a ver nada parecido hasta la temporada 2015, coincidiendo con otro episodio de El Niño.

1998 se convirtió en el año más cálido registrado hasta entonces, aunque luego esa marca ha sido rebasada holgadamente a causa del calentamiento global.

Por supuesto, lo que ocurrió hace 25 años no tiene por qué repetirse, aunque a finales de marzo pasado, Patricio Valderrama, expresidente ejecutivo del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología de Perú, advirtió en el medio local Ampliación de Noticias de que hay condiciones que apuntan a un El Niño similar al de 1998.

Las previsiones, según expuso, son que el Pacífico Central y las costas pacíficas de Perú «se van a mantener calientes durante todo el año y se van a comenzar a intensificar a la entrada de nuestra primavera y el verano», y esto es «casi un calco de lo que se vivió el año 1997, previo al superfenómeno El Niño del 1998». «Tenemos poquísimos meses para prepararnos de lo que probablemente va a ser una temporada de lluvias intensa», alertó, con la mirada puesta en el país sudamericano.

«El mundo no está preparado»

Mucho más enfática, acorde con su propio estilo, es la advertencia lanzada por el académico y activista climático Bill McGuire en ‘Wired’, en un artículo titulado «El Niño se acerca y el mundo no está preparado».

Más allá del alarmismo que puede destilar ese titular, el autor recuerda que tanto si el Pacífico ecuatorial se calienta lo suficiente como para que se desarrolle El Niño como si no, 2023 «tiene muchas posibilidades de convertirse en el año más caluroso jamás registrado sin la influencia refrescante de La Niña», y destaca la posibilidad concreta de que la temperatura global registre un aumento de 1,5 grados centígrados respecto a la época preindustrial.

Según la NOAA, en los episodios de El Niño la temperatura media del planeta aumenta unos 0,2 grados, de modo que durante su influencia podría llegar a sobrepasarse ese límite de 1,5°C. Al respecto, McGuire señala que «por encima de esta cifra nuestro clima, antaño estable, empezará a colapsarse en serio, insinuándose en todos los aspectos de nuestras vidas».

Y aunque tal cosa ocurriera de forma temporal –el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) calcula que el aumento de 1,5°C, sin empujón del ENOS, ocurrirá entre 2030 y 2035–, sería sin duda una mala señal.

Además, al margen de cifras redondas, en un contexto de sequía y malas cosechas, un año muy cálido y seco puede tener efectos devastadores en varios países.

De momento nada es seguro, salvo que cada vez tenemos más boletos para que este tipo de eventos acaben llevando al límite al planeta, y a nosotros mismos. Porque El Niño y La Niña son cíclicos, pero el calentamiento global es una constante.