Autogestión de la enfermedad, ¿de qué nos están hablando?
Conceptos como «empoderamiento del paciente», «corresponsabilidad» o «teleasistencia», se multiplican, o aparecen por primera vez, en el nuevo Plan Estratégico de Osakidetza. Son vías abiertas a la transferencia de cada vez más responsabilidades de la sanidad pública al individuo.
La consejera de Salud de Lakua, Gotzone Sagardui, presentó el lunes el nuevo Plan Estratégico de Osakidetza, con el que quiere «relanzar» la sanidad pública de la CAV en su 40 aniversario. Si se relanza algo es porque ha caído o, cuanto menos, desviado de su itinerario. Quizá sea lo más cerca que hayan estado de una autocrítica a la que el viernes Urkullu se negó en sede parlamentaria. En sus gobiernos, Osakidetza no ha hecho más que mejorar. Por eso hay que relanzarla.
El lenguaje de un documento así siempre es ambiguo, por eso es importante buscar en sus pliegues pequeñas señales. Porque son textos por los que empiezan a gotear las ideas y palabras que, cual mancha de aceite, van escampándose hasta crear nuevos sentidos comunes que hacen asumir con normalidad –es más, como inevitable– lo que antes resultaba inadmisible. Por ejemplo, el paulatino desmantelamiento de Osakidetza y el traslado de la responsabilidad de la administración al individuo.
En las 68 páginas del Plan se nombran numerosas palabras que reman en esa dirección. No es nuevo, como tampoco es nueva la tendencia, pero se acentúa en el empleo de términos susceptibles de ser interpretados en este sentido.
El más contundente, por ejemplo, ya estaba en el anterior plan: «Autogestión de la enfermedad». Dentro del apartado sobre el impulso del «empoderamiento de la ciudadanía en el cuidado de su salud», Osakidetza incluye en su Plan el propósito de «potenciar programas de empoderamiento y autogestión de la enfermedad».
La autogestión y el empoderamiento son palabras con connotaciones positivas. ¿Cómo puede ser malo el empoderamiento? ¿Qué inconveniente hay con la autogestión?
Sin embargo, son también vías abiertas a depositar sobre los hombros de la ciudadanía responsabilidades que antes asumía la sanidad pública.
En el anterior plan, el concepto del empoderamiento y sus derivados se mencionaban en dos ocasiones. Ahora aparecen hasta en siete ocasiones. Ocurre lo mismo con la corresponsabilidad y sus derivados. De dos menciones, se ha pasado a siete.
Nuevos términos
En el Plan Estratégico también asoman la cabeza conceptos nuevos, como la «gestión más autónoma de la salud», que se menciona por primera vez no una sino dos veces, varios derivados de la «optimización de la capacidad asistencial» que tampoco existían, o referencias inéditas a la «telemonitorización y la teleasistencia». También se refieren por primera vez a la necesidad de «incorporar análisis coste/efectividad y coste por paciente».
De nuevo, no son conceptos fácilmente demonizables. En ningún lugar se escribe que se vaya a desmantelar tal o cual servicio y es evidente –y bienvenido– que las nuevas tecnologías deben facilitar una gestión más eficiente de los recursos disponibles, lo que en algunos casos puede incluir la atención a distancia.
Esto no es un manifiesto contra el futuro. Es una alarma ante la generalización de conceptos que, en conjunto, dibujan una dirección más o menos clara –la transferencia a los individuos de cada vez mayor responsabilidad sobre su salud– y permiten crear un ambiente –un sentido común– en el que acabe siendo lógico vaciar de competencias la sanidad pública. Porque si cada uno se autogestiona su enfermedad, ¿para qué una red de atención robusta?