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Repensar los montes un año después de la ola de incendios

Zonas de Nafarroa siguen sin recuperarse de la ola de incendios de hace un año. Hay bosques arrasados que han sido talados para aprovechar su madera. Medio Ambiente plantea cambios para la reforestación y en la conexión entre pueblos y montes. La ventana de riesgo de los fuegos sigue abierta.

Un bosque de pino talado para aprovechar la madera tras ser arrasado por las llamas. (Iñigo URIZ | FOKU)

La gran ola de incendios que tenía en vilo a Nafarroa hace un año empezó con rayos. La sequía, que había arrancado en mayo, se había vuelto extrema. El viento, que soplaba esos días muy fuerte, cambiaba una y otra vez la dirección extendiendo las llamas hacia cualquier parte, como en una pesadilla. A esos primeros fuegos de origen natural, que comprometían los recursos para la extinción, les siguieron otros derivados de la actividad humana, como el de Arguedas o los de Obanos y Legarda, que acabarían uniéndose cubriendo Iruñea con una inmensa nube de humo. Los días pasaban y llegaron ingentes recursos desde el conjunto del Estado, hidroaviones, militares de la UME, así como bomberos solidarios de la CAV y Catalunya. Ni aún así. Solo cuando cambió el viento a Norte trayendo algo de humedad los incendios pudieron controlarse.

Las llamas obligaron a desalojar Obanos, Legarda, Muruzabal, Belaskoain, Zabalza, Ubani, parte de Gares, Elio, Etxarri, Ziriza, Bidaurreta, Mendigorria, Valtierra (parte), Argiñariz, San Martín de Unx, Girgillano, Lerga, así como varias pequeñas localidades de Orbaibar. Sobre otras muchos pueblos y ciudades llovió ceniza durante días. No se tiene registro de una catástrofe así. Aunque, lamentanblemente, puede volver a repetirse.

El pasado otoño fue extraordinariamente seco, el invierno ha sido muy seco y la primavera también en la mayor parte del territorio. La anomalía en varios puntos de medición pluviométrica de Erribera es histórica. La escasez de agua afectó a la vegetación plurianual –la más peligrosa– esas plantas pequeñas, más leñosas como los tomillos, los ginebros, o las aulagas que alfombran el monte y arden con mayor intensidad que la hierba que nace en primavera. Las leñosas, por ello, están menos vigorosas y pueden arder con mayor facilidad. Solo las constantes tormentas de estas semanas están mejorando la situación, aunque no de forma homogénea. «Estábamos asustados con lo que nos venía. Por nosotros, ojalá el verano sea como estos días», comenta Mikel Reparaz, jefe de negociado de Prevención de Incendios Forestales del Departamento de Medio Ambiente. Sin embargo, los modelos de predicción meteorológica dicen que pronto llegará el calor.

Los incendios del año pasado sorprendieron por lo temprano en que se registraron. En Nafarroa hay dos ventanas fundamentales. La de febrero-marzo, en la zona norte, que en ocasiones se relaciona a la quema de matorral para pastos. Y la de julio, cuando coincide una humedad bajísima con mayor actividad humana en el campo a causa de la cosecha del cereal.

Prevención normativa

El mayor avance entre el año pasado y este, además de la climatológica, es de carácter normativo. A 2019 se llegó sin una normativa tajante sobre qué se puede hacer en los montes y qué no en una situación de riesgo extremo por la climatología.
«El año pasado la situación derivó en así de grave por la simultaneidad de incendios.

Aparecieron focos a la misma hora en distintos sitios debido a la actividad humana. Las condiciones eran horribles el 18 de julio a primera hora de la tarde. Si solo hubiéramos tenido un fuego, quizá se hubiera podido controlar. Al haber tantos a la vez, hubo que repartir todos los recursos que teníamos y todo lo que nos vino de fuera, que no fue poco, y aun así no llegamos», confiesa Reparaz.

Pese a las críticas, Nafarroa evitó la segunda ola de incendios que vivieron otras partes del Estado.

La redacción de una nueva normativa salió a tumbos. Nafarroa se adelantó prohibiendo cualquier actividad de riesgo, incluida la cosecha, ya durante la ola de incendios. La situación fue rocambolesca. Mientras unos agricultores acudían en socorro de los bomberos con sus tractores para arar cortafuegos, unos pocos sancionados por saltarse la restricción.

Esta prohibición de cosechar se extendió incluso después de apagarse los incendios. Esto provocó enfado en los agricultores que, en muchos casos, dependen en exclusiva del cereal. A pesar de estas críticas, lo cierto es que el herrialde no se vio afectado por una segunda oleada de incendios que sí sufrieron territorios del Estado en julio, como Zamora.

El Ministerio reaccionó de modo similar, con un Real Decreto (el 15/2022) que prohibió una serie de actividades en el campo, incluidas las labores agrícolas, cuando la AEMET da la alerta.

Nafarroa ha ido afinando prohibición adaptándola a la zona, nivel de alerta y tipo de actividad

A lo largo del último año, Nafarroa ha ido afinando la normativa adaptándola a la zona, nivel de alerta y al tipo de actividad y maquinaria que se vaya a emplear. En la práctica, ya no se puede cosechar o empacar en situaciones como las del año pasado. Esto es, donde en 2022 había recomendación, ahora hay prohibición.

Imagen de estos días donde la hierba que ha nacido tras la tormenta contrasta con el arbolado muerto. (Iñigo URIZ/FOKU)

Lo que sucederá con la campaña de cosecha, sin embargo, está por ver. En grandes extensiones de Erribera ni siquiera sacarán las máquinas. La falta de agua ha arruinado 14.000 hectáreas de cereal enel Sur de Nafarroa, 8.500 de la Zona Media y 7.000 en Lizarraldea. Las tormentas llegaron muy tarde para salvar la cebada y el trigo y además han retrasado la recogida de aquello que merezca la pena cosechar, lo que hace que la ventana crítica de incendios aún no se haya cerrado.

Zonas quemadas

Sobre las consecuencias de los incendios, la situación es muy desigual. La sequía del otoño y el invierno no ha ayudado demasiado a la recuperación. En un mismo incendio se han encontrado situaciones contrapuestas. Tocones y plantas con rebrotes que «son una gozada», y apenas unos cientos de metros más allá, árboles irrecuperables.

«Las encinas, las coscojas, que son autóctonas, están respondiendo bien. En ese tipo de bosques no hemos actuado y no creo que sea necesario», expone Reparaz.

Sin embargo, buena parte de la superficie boscosa afectada se componía de pinares, en muchos casos, plantados pensando en su explotación maderera. Como apunte, el pino laricio ha demostrado peor capacidad para superar el fuego que el de Alepo. Desde Medio Ambiente lo que han hecho es acelerar permisos a sus dueños (tanto pueblos como particulares) para poder talar y aprovechar esa madera.

La erosión de los suelos pobres cuyos bosques ardieron complica ahora su recuperación.

Preocupa, en particular, la situación de los pinares de Arguedas y las zonas que se vieron afectadas por el fuego desatado más al sur. El problema ahí es el suelo, que resulta particularmente pobre para el crecimiento de cualquier cosa. Son suelos bardeneros, ricos en yesos que afloran en forma de cristalitos en superficie. Ahora, al quedar desnudos de vegetación, la erosión de las lluvias se está llevando los pocos nutrientes que tenían.

Este problema de la erosión y el deterioro de la fertilidad del suelo no solo se da tan al sur. En el alto de Lerga y Olleta la afección de los pinares fue tan severa que, al volver un año después, los guardas se están encontrando con que la vegetación no remonta como en otras partes. Ahí sí, habrá que tomar decisiones.

«Estamos hablando con los dueños, particulares y pueblos. Hay diversidad de opiniones. Desde volver a un planteamiento productivo a una repoblación de especies autóctonas. En el Departamento lo que preferimos es un bosque en mosaico, con zonas diferenciadas, pues es lo que se ha demostrado mejor para contener el fuego y lo que más ayuda después a controlarlos», comenta Reparaz.

Vecinos tratan de sofocar las llamas que amenazan el caso urbano en el incendio de Obanos y Legarda. (Edu SANZ/EP)

Interfaz urbano-forestal

La mayor reflexión dentro de Medio Ambiente, más allá de las iniciativas vecinales como el cuerpo de voluntarios surgido en Tafalla o de las iniciativas que impulsa y coordina Errigora, es todo aquello que tiene que ver con lo que técnicamente se denomina «interfaz urbano-forestal».

El concepto es sencillo de entender. Las poblaciones de Nafarroa están dispersas entre montes y campos de cultivos susceptibles de arder. Según cómo sea la transición entre las viviendas y la vegetación, se corre un riesgo u otro. La vegetación o los cultivos acaba a decenas de metros de las casas en algunos lugares, pero en otras localidades prácticamente toca las paredes de las casas. Esa veintena de pueblos, en buena medida, se desalojaron por prevención en vistas a que esa interfaz urbano-forestal no era la más adecuada.

Los daños a viviendas y locales, aun así, no fueron generalizados. Ocurrió en Legarda, en Obanos y en San Martín de Unx, donde las llamas tocaron el casco urbano. El daño a infraestructuras más potente se lo llevó, fundamentalmente, el parque de Sendaviva en Arguedas, donde las llamas afectaron a la zona de «Bosque», al bobsleigh, la Caída Libre y la Gran Tirolina, entre otros, además de quemar por completo dos de los restaurantes.

Esa interfaz urbano-forestal es competencia de los ayuntamientos, adonde este debate tiene que llegar. Son cambios a adaptar en el corto plazo, pero también a medio y largo. Algunas localidades se lo toman en serio, como Tafalla, donde llevan años trabajando en un proyecto, Berdesia, que implica plantar todo un bosque que proteja al núcleo urbano del cambio climático, del fuego, y orientado además a la preservación de especies y el embellecimiento paisajístico de la localidad.