«El objetivo del fascismo es servirse de la democracia para destruirla»
Nacida en Girona en 1979, Alba Sidera se trasladó a Italia hace ya 16 años y allí estudia sobre la realidad política del país. Ello le ha permitido profundizar en la idiosincrasia de la extrema derecha y aborda en esta entrevista este fenómeno global.
Alba Sidera llegó a Italia en 2007. Empezó a estudiar la realidad política del país, dónde la pervivencia de la ideología fascista y la exaltación de la figura de Benito Mussolini se han consolidado durante las últimas décadas. En particular de la mano del desaparecido Silvio Berlusconi, cuyo gobierno allanó el camino para el ascenso del populista Matteo Salvini y, más tarde, para que Giorgia Meloni, líder de Fratelli Italia, se impusiera en las elecciones de 2022.
Sidera analiza este proceso en su reciente libro ‘Fascismo persistente’. Una obra que se complementa con el ensayo que, bajo el título ‘Guia pràctica contra l’extrema dreta. Entendre i combatre els nous feixismes d'arreu del món (2022)’, elaboró con la periodista Jordina Arnau, y los artículos que semanalmente escribe para el diario catalán ‘El Punt Avui’. Según Sidera, Italia es un buen espejo para entender el auge de la extrema derecha en el Estado español y saber combatir los discursos de odio que Vox propaga entre la población.
Estamos en medio de un ciclo electoral dónde la extrema derecha española, aglutinada en el entorno de Vox, puede ser decisiva para la gobernabilidad del Estado. ¿Cómo ha llegado a ser tan relevante?
Antes se decía que no había una extrema derecha parlamentaria, cuando era un espejismo, ya que sus líderes e ideas estaban representados políticamente por el PP y ocupaban sitios de poder en la magistratura o las fuerzas y cuerpos de seguridad; lo que se denomina el Estado profundo. Si se articuló en partido hasta alcanzar buenos resultados es por varios motivos. Uno de ellos, el trabajo que varios think tanks llevan haciendo a nivel mundial con el fin de que el marco ideológico se desplace hacia la derecha.
¿Qué más ha contribuido a su proyección?
Sin duda la crisis de 2007 y, en el contexto español, haber convertido el independentismo catalán en el enemigo interior dónde focalizar su mensaje de odio. Ya hacían esa tarea sucia, pero su presencia en el juicio del Proceso fue clave. Permitió a Vox visualizarse y presentarse como el verdadero defensor de España.
¿En qué medida el partido de Santiago Abascal se ha afianzado gracias a las victorias de Viktor Orban en Hungría y Giorgia Meloni en Italia?
Le ha servido de cobijo ideológico y empuje para aprovechar el nicho de mercado que se había abierto. De manera que, lo que antes le resultaba complicado defender, hoy lo hace sin ambages y con el discurso renovador que elaboró la antigua Nouvelle Droite francesa, cuando creó el cuerpo teórico para que la derecha sedujera a los jóvenes, o el mismo Steve Bannon, exasesor de Donald Trump, del cual Vox ha adoptado conceptos como ‘identitario’ o ‘patriota’.
También se nutre de ideas genuinas de la izquierda, como igualdad, progreso o democracia. ¿A qué se debe?
Empezó a hacerlo tras los recortes que la socialdemocracia aplicó a raíz de la crisis de 2007. Se dio cuenta de que, sin abandonar sus valores tradicionales de Patria, Dios y Familia, le ayudaban a coger un perfil más obrerista y falangista. Y la prueba es Solidaridad, su sindicato, mediante el cual Vox intenta captar a la población que se siente huérfana de una socialdemocracia que le ha dado la espalda.
¿Esta estrategia es común a toda la extrema derecha?
En cada país tantea su público. Aunque el sustrato es igual en todos los casos –el racismo, la seguridad o la unidad de la patria– se ajusta a su respectivo contexto mediante discursos basados en el miedo. Mientras que en Francia, Marine Le Pen se decanta por un mensaje obrerista y laico que demoniza la comunidad musulmana, en Italia el exministro Salvini y ahora Meloni proyectan un mensaje que abraza más el catolicismo, a la vez que arremete contra el feminismo, el derecho al aborto o el colectivo gitano. En cambio, en España, Vox prioriza su cruzada contra el independentismo o la denominada ‘ideología de género’ que encarna la exministra Irene Montero. Tanto ha penetrado este discurso que Sumar ha apartado a Montero de las listas para el 23J e incluso Pedro Sánchez ha renegado de ella. Un hecho que supone una gran victoria para la extrema derecha, pues ha conseguido que el resto de partidos compren su marco discursivo.
¿Así impone la ‘Ventana de Overton’; es decir, que el nivel de tolerancia sea cada vez mayor y sectores progresistas adopten medidas que antes rechazaban?
Lo logran a base de atizar estos debates, sobre todo a través de las redes sociales. Una dinámica de colonización intelectual, consistente en verter mentidas sobre un colectivo para luego postularse como su antídoto, que los medios han ayudado a alimentar.
¿Amplifican estas polémicas para subir la audiencia?
Han comprado el discurso del odio contra la inmigración o los okupas. Lo vemos cada día cuando los programas patrocinados por empresas de seguridad nos advierten que, si salimos de casa, hemos de vigilar porque nos la pueden ocupar. Participan de estos mantras en lugar de explicar los intereses de los fondos buitres o cómo la especulación está dejando muchas familias sin acceso a una vivienda digna.
¿Por qué mucha gente joven queda prendada por estos mensajes?
Responde a la influencia que las redes sociales tiene sobre ella. A través de una imagen potente y moderna, la extrema derecha le ha inoculado que ser ‘facha’ es el mejor espíritu para plantar cara al poder establecido, mientras que ser de izquierda tiene que ver con algo carca y pasado de moda. Aun así, no podemos caer en el pánico moral y pensar que la ultraderecha ha secuestrado a nuestros adolescentes. Al contrario: la mayoría son progresistas y pueden revertir esta deriva.
¿Diría usted que a medida que ahondamos en ese pánico moral, más cerca estamos de que la ultraderecha invada nuestro imaginario y logre sus propósitos?
El problema ha sido ignorar las voces que advertían de este fenómeno. Únicamente cuando se ha hecho presente, se ha hablado de frenarlo. Y a todo ello hemos visto cómo, fruto de comprar su marco mental, el PSOE denunciaba a una jugadora de fútbol por exhibir una bandera con el lema ‘Fuck Nazis’. Esto no puede suceder.
¿A qué lo atribuye?
Se explica por la falta de cultura democrática del Estado, que en lugar de proteger a los colectivos vulnerables, protege a los nazis. De la misma forma que, por razones electoralistas, algunos partidos equipararan la extrema derecha con el antifascismo para así situarse en el medio y proclamarse como los buenos. Esto, aparte de una barbaridad, es muy peligroso, ya que legitima la extrema derecha. Quien se considere democrático tendría que declararse antifascista, pues como decía el político socialista Giacomo Matteotti hace cien años, «el fascismo no es una opinión, sino un crimen».
¿Dialogar con él es un error?
Sí, porque no es una opción política más, y en la medida que estableces algún tipo de diálogo, le estás normalizando y empieza a ganar. Su objetivo es servirse de la democracia para destruirla. De hecho, en la época de Matteotti, los liberales optaron para darle espacio y pasó lo que pasó. Y ahora, sucede lo mismo.
¿Se le sigue subestimando?
Prueba de ello es que, ante la propuesta de Meloni de censurar los dibujos animados de Peppa Pig porque había un personaje que tenía dos madres y, para ella, esto era inmoral, todo el mundo se lo tomó a broma. Pues bien: en el Estado español, la extrema derecha ha empezado a censurar tan pronto ha entrado a gobernar las instituciones.
Ante esta realidad, ¿qué podemos hacer?
Lo primero es practicar el antifascismo desde la cotidianidad, vinculándolo a políticas concretas, y no reducirlo a una simple estética. Y después salir de los marcos mentales que quiere imponer la extrema derecha para explicar que sus propuestas, lejos de ayudar a la clase trabajadora, solo beneficiarían a los poderosos.