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‘El espíritu de la colmena’, la mirada silente de una niña

Hace 50 años, la magia y el misterio cobraron forma en una producción vasca referencial dirigida por el karrantzarra Víctor Erice, ‘El espíritu de la colmena’. Su fuerte carga simbólica nos redescubre un paisaje gris, silente y habitado por la niña que conoció a la criatura del doctor Frankenstein.

Fotograma de ‘El espíritu de la colmena’. (NAIZ)

El pasado año, a través de su revista ‘Sight and Sound’, el British Film Institute sumó ‘El espíritu de la colmena’ (1973), de Víctor Erice, entre las 100 mejores películas de la historia del cine. En concreto, esta obra cumbre de la cinematografía vasca que se alzó con la Concha de Oro en Zinemaldia del 73, figura en el puesto 84 dentro de una lista que el prestigioso instituto británico lleva realizando desde 1952 y actualizándola cada diez años mediante las votaciones que realizan los críticos, académicos, programadores, archivistas, historiadores y otros profesionales.

‘Sight and Sound’ inició esta encuesta en 1952, su última actualización databa de 2012 y consultó a 1639 críticos, programadores, historiadores, archivistas y académicos. Cada uno de los participantes aportó una lista con 10 películas que consideraban las mejores de la Historia. La inclusión de ‘El espíritu de la colmena’ en la lista vino acompañada por la ficha de la película y el análisis que los votantes tuvieron presente a la hora de valorarla.

Como ejemplo de lo dicho sobre ella, el crítico Guy Lodge explicó que la película de Erice «se desarrolla como un sueño despierto, silencioso y febril y obsesionado por la memoria personal y el bagaje histórico» y la profesora Rielle Navistki reveló que es «una de las mejores meditaciones que existen sobre la extraña y maravillosa naturaleza tanto de la infancia como del cine».

Tiempo de silencios

Estos apuntes en torno a la plena vigencia de un clásico imperecedero, sirven como tímido esbozo del gran impacto que sigue generando la ópera prima de Erice, de la que se dice que es una de las películas más silenciosas de la historia. Un silencio que permea toda la película y que, como todo el resto del conjunto, funciona en base al fuerte componente simbólico que encierra el filme.

El silencio de la película es el propio silencio que se instauró después de la Guerra del 36, cuando no se permitía hablar de lo que estaban sufriendo quienes combatieron al fascismo.

Un silencio que provoca confusión en el espectador, el cual tan solo puede aferrarse al punto de vista que guía al propio filme, el desconcierto de la niña que encarnó Ana Torrent. Ella, la niña, no entiende lo que ocurre a su alrededor y aporta una perspectiva original que expresa las ideas que fueron prohibidas por el franquismo y que únicamente podían ser representadas de forma indirecta para eludir la censura.

Paralelamente, otras películas protagonizadas por otros niños como Joselito y Marisol, aportaban una visión luminosa de un paisaje gris. Sus miradas reconfortaban al público, el cual salía del cine con la idea de que los niños eran felices y, por ello, el Estado español prosperaba.

Por contra, la mirada elegida por Erice mostraba la cruda realidad de aquellos niños traumatizados y con padres cuyas situaciones personales les impedían velar por la higiene mental de sus hijos, ya que ellos también sufrían, siempre en silencio. Una de las imágenes que domina “El espíritu de la colmena” proviene de los ojos inmensos de Ana Torrent. En ellos quedaban impresos el vacío que sentía toda su familia. A aquella mirada se sumó también el fuerte componente simbólico de la vía del tren, la cual no puede trasladar a las niñas a ninguna parte porque su familia quedó atrapada en aquel olvidado rincón de la meseta castellana, extensa, vacía y silenciosa.

La niña y el monstruo

Según explicó el propio Víctor Erice, «el título de la película, en realidad, no me pertenece. Está extraído de un libro, en mi opinión, el más hermoso que se ha escrito nunca sobre la vida de las abejas, y del que es autor el gran poeta y dramaturgo Maurice Maeterlinck. En esa obra, Maeterlinck utiliza la expresión ‘El espíritu de la colmena’ para describir ese espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico al que las abejas parecen obedecer, y que la razón de los hombres jamás ha llegado a comprender».

La acción de la película arranca en 1940, en un lugar llamado Hoyuelos, un pueblo como cualquier otro en aquella misma época. Hacía un año que había terminado la Guerra del 36 y Franco había instaurado su dictadura. Ya no hay frentes bélicos, pero la contienda todavía se respira en el aire. Por un camino maltrecho se acerca una camioneta: es el vehículo del cine ambulante que llega a la localidad. Los niños se emocionan, alborotan. En un salón del ayuntamiento se improvisa la sala de proyección. Los espectadores traen sus sillas para disfrutar de la película y la tela blanca se transforma –por arte de magia cinematográfica– en una ventana que da acceso a otro mundo.

De la luz fantástica asoman las secuencias en blanco y negro de ‘El Doctor Frankenstein’, de James Whale. Entre el público se distinguen de manera inmediata dos niñas que pronto sabremos que son hermanas: Ana e Isabel. El espectáculo las fascina, pero sobre todo quedarán impresionadas para siempre en cuanto irrumpe la criatura que encarnó Boris Karloff.

Llegados a este punto, merece la pena hacer un hueco a las palabras de uno de los grandes autores del cine fantástico, el mexicano Guillermo del Toro, el cual nunca ha ocultado la fascinación que siempre le provoca ‘El espíritu de la colmena’ y la inspiración que la película de Erice ha ejercido en películas suyas como ‘El espinazo del diablo’ y, sobre todo, ‘El laberinto del fauno’.

Según Del Toro, «lo hermoso de esta película es que Víctor Erice es un verdadero poeta que no solo implica y sugiere, sino que básicamente deja todo flotando. Tiene cuatro balones en el aire y no toca ninguno; todos están dando vueltas mágicamente. Y el final es un final tan inverosímil, increíble, hermoso... cuando finalmente la niña conoce a la criatura de Frankenstein, esa escena me deja sin palabras», reconoce.
Cuando asoma la muerte desde la ficción, surge una pregunta dicha por el personaje de Ana Torrent: ‘¿Por qué la ha matado?’. Pregunta que hace la niña desconsolada e insistentemente a su hermana Isabel, cuando el monstruo de Frankenstein mata, de manera inconsciente, a la niña del filme de Whale.

Sobre esta secuencia, su director dijo que «probablemente es el momento más esencial, más importante, que yo he captado. Es, verdaderamente, el momento de la película que más me conmueve, todavía hoy día, y creo sinceramente que es lo mejor que he filmado jamás».

Erice, durante su etapa como crítico de cine en la revista ‘Nuestro cine’, dejó escrito en 1961 que «cada obra refleja la situación histórica en que se produce… El filme se convierte así en un hecho social». Para el director vasco quedaba claro su compromiso como artista, su motivación como autor. El problema radicaba en cómo expresarse, cómo poder hablar en una época donde disentir resultaba una peligrosa quimera.

Víctor Erice en la presentación de su videoinstalación «Harria eta Zerua», en el Museo de Bellas Artes de Bilbo. (Luis JAUREGIALTZO | FOKU)

‘El espíritu de la colmena’ fue rodada durante el mandato de Alfredo Sánchez Bella, el ultraderechista Ministro de Información que lideró una férrea cacería contra las nuevas generaciones de directores que tuvieron que optar por el simbolismo para encubrir sus mensajes y, de esta manera, eludir la vigilancia de los censores.

Erice, un autor

Víctor Erice es tan solo autor de cuatro películas, las magistrales ‘El espíritu de la colmena’ (1973), ‘El sur’ (1983) y ‘El sol del membrillo’ (1992), y el cuarto título, ‘Cerrar los ojos’, fue estrenado en la última edición de Cannes.

Erice es un autor tan personal como reservado y si bien estuvo alejado del formato largo, durante su carrera ha experimentado en diferentes formatos como los filmes colaborativos.

Ejemplo de ello fueron ‘Ten Minutes Older’, que rodó junto a Wim Wenders y Werner Herzog; ‘3.11 A Sense of Home’ (2012), en el que participaron Isaki Lacuesta, Naomi Kawase, Kaori Momoi, Toyoko Yamasaki y Apichatpong Weerasethakul, entre otros, y ‘Centro histórico’, en el que compartió dirección junto a Pedro Costa y Manoel de Oliveira.

A ello se sumaron diversos cortometrajes y documentales como ‘Víctor Erice: Abbas Kiarostami. Correspondencias’ y ‘Piedra y cielo’ (2019), una iniciativa impulsada desde Bilboko Arte Ederren Museoa que se tradujo en una instalación audiovisual centrada en el monumento dedicado al músico Aita Donostia que está situado en la cima del monte Agiña de Lesaka y que lleva las firmas del escultor Jorge Oteiza y el arquitecto Luis Vallet de Montano.

Nacido en Karrantza el 30 de junio de 1940, Erice se trasladó a muy temprana edad a Donostia y fue uno de los míticos cineastas que formó parte del llamado ‘Grupo de San Sebastián’, que surgió en la Escuela Oficial de Cine de Madrid junto a Antxon Ezeiza, Santiago de Miguel y José Luis Egea.

Los cuatro escribieron de manera conjunta el guion del primer largometraje de Ezeiza como director, ‘El próximo otoño’ (1963). En 1969, Elías Querejeta produjo ‘Los desafíos’, una película dividida en tres episodios dirigidos por José Luis Egea, Víctor Erice y Claudio Guerín, y con tres guiones supervisados por Rafael Azcona. Erice rodó el tercer episodio de este filme colectivo, en él dejó constancia de su apuesta clara por lo surreal y el simbolismo.

A ello se sumó un tema en el que imperaba la incomunicación. Elementos que adquirirían mayor relevancia en la que sería su primera película en solitario. ‘Los desafíos’ se alzó con la Concha de Plata de Zinemaldia y cuentan que a Elías Querejeta le bastó con leer cinco páginas de guion para asumir la producción de un nuevo proyecto que tenía sobre la mesa, ‘El espíritu de la colmena’. Una película en la que se embarcaron intérpretes de la talla de Fernando Fernán Gómez, Teresa Gimpera, Lali Soldevilla y Miguel Picazo. A estos nombres se sumaron los de dos niñas, Isabel Telleria y Ana Torrent. Además de triunfar en Zinemaldia del 73, se alzó con el Hugo de plata en el Festival Internacional de Cine de Chicago.