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Y la belleza sirve


Zinemaldia otorga el premio Donostia, a personalidades del cine cuya aportación ha sido vital, un galardón identitario que reconoce y agradece su dedicación a los valores esenciales de este arte, que atraviesa lo concreto para convertir sus imágenes y símbolos en un imaginario que compartimos todos.

Este año es Hayao Miyazaki quien lo recibe, el director japonés que, con 83 años, presenta la cinta de animación ‘The Boy and the Heron’. Y no es casual, ya que este director, como tantos artistas, apela a lo que está más allá de lo tangible como única manera de tratar de entender al ser humano; esto es, a la imaginación, la evocación, la belleza.

Sus mundos, una desbordante profusión de símbolos, son orquestados para que sus protagonistas duerman en esa suerte de sueños el tiempo suficiente como para despertar y extraer verdades, más certeras que la más exhaustiva de las investigaciones.

Miyazaki nos invita a cabalgar esos momentos no para seguirle a él sino a nosotros, a nosotras. Nos entrega primero los símbolos recibidos -y la memoria son símbolos-, para darnos luego las riendas, con esa misma confianza que deposita en las nuevas generaciones. Y a partir de ahí, sus protagonistas tienen que elegir sus propios pasos e implicarse hasta los huesos para crear su propio mundo. 

Hay muchas formas de pensar en un festival de cine, para mí, celebrar el arte sigue siendo, quizá hoy como nunca antes por la invasión de la tecnología de procesos esencialmente humanos, una defensa de nuestro derecho a soñar. De nuestra libertad para hacerlo y hacerlo juntos en un ritual como es ver una película o muchas, hablar de ello, y que algo cambie después. Ver cine nos hace mejores personas, y reconocer a quienes hacen eso posible es un acto de dignidad mutua, de comunicación, de comunidad.