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Nord Stream: Un año después la verdad sigue sin salir a flote

Mañana es el primer aniversario de las explosiones en los gasoductos Nord Stream que aportaban, desde Rusia, gran parte del gas que consumía Alemania. El mayor sabotaje ocurrido en Europa en décadas tiene enormes implicaciones políticas, y aunque todo apunta a Kiev, oficialmente prima el silencio.

Foto proporcionada por el servicio de guardacostas sueco donde se aprecia, desde el aire, la fuga de gas del Nord Stream 1. (EUROPA PRESS)

A las 02.03 horas del 26 de septiembre de 2022 una onda expansiva con potencia suficiente para ser registrada por sismógrafos a cientos de kilómetros de distancia sacudió el lecho del Mar Báltico. Una soldadura que unía dos segmentos de la tubería A del gasoducto Nord Stream 2 había reventado. Diecisiete horas después, a las 19.04, se produjo otra onda expansiva, 75 kilómetros al norte. Fue mucho más fuerte que la anterior, ya que se produjeron varias explosiones. Esa vez, las dos tuberías del Nord Stream 1 quedaron destruidas.

En ese instante todavía nadie acertaba a medir el alcance de lo que había pasado, ni siquiera los operadores de los dos gasoductos. Pero a la mañana siguiente, un caza F-16 danés descubrió extrañas burbujas en la superficie del agua, y el Ejército de ese país publicó las primeras imágenes esa tarde: el gas natural que afloraba del fondo del mar había formado círculos de burbujas de hasta 1.000 metros de diámetro. Alguien había volado la principal infraestructura gasística de Europa en el mayor sabotaje ocurrido en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Fue un golpe preciso, causado por una cantidad relativamente pequeña de explosivo especializado llamado octógeno.

Desde entonces, servicios de inteligencias, policía y medios de comunicación trabajan para aportar luz a lo ocurrido. O para mantenerlo en cierta penumbra. Porque a nadie se le escapan las profundas implicaciones políticas de esta acción, cuyo objetivo, en palabras del Tribunal Federal de Justicia alemán, fue «infligir daños duraderos a la funcionalidad del Estado y sus instalaciones». «Se trata de un atentado contra la seguridad interior del Estado», apuntalan los jueces de instrucción.

Hay que tener en cuenta, en ese sentido, que Nordstream 1, con origen en la ciudad rusa de Vyborg y destino en la alemana de Lubmin, a 1.224 kilómetros de distancia, tenía capacidad de transportar casi 60.000 millones de metros cúbicos de gas natural anuales desde los yacimientos situados en el mar de Barents. En 2018, el gasoducto representó el 16% de todas las importaciones de gas natural de la UE, y sumados a los 55.000 millones de metros cúbicos de gas que estaba previsto que suministrara el Nord Stream 2, que acabó de construirse en septiembre de 2021 y discurría casi en paralelo al anterior, iban a ser capaces de suministrar más gas de lo que Alemania consume al año, algo que entusiasmaba a sus habitantes –según una encuesta, el 75% de los alemanes estaba a favor de Nord Stream 2– tanto como horrorizaba a algunos de sus aliados, por el estrecho vínculo que sellaba con Rusia. En particular a EEUU.

De hecho, Washington advirtió a Alemania de que su puesta en marcha perjudicaría significativamente sus relaciones.

Nord Stream 2 no llegó a entrar en servicio por la invasión rusa de Ucrania, y su hermano mayor quedó inoperativo a causa de las explosiones. El gas dejó de fluir, y a Alemania se le abrió una brecha económica y un enorme problema político.
Y es que cualquiera de las opciones que de inmediato fueron puestas sobre la mesa iba a meterle en un aprieto. Si el autor del sabotaje fuera un comando ruso, ¿se consideraría un acto de guerra? Según el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, un ataque contra las infraestructuras críticas de un miembro de la OTAN puede activar la cláusula de defensa mutua. Si por el contrario se tratara de Ucrania, ¿pondría fin Alemania a su apoyo a aquel país? Y si Washington proporcionó ayuda para el ataque, ¿podría eso significar el fin de los 75 años de asociación transatlántica?

Ninguna posible respuesta es buena para el Ejecutivo del canciller Olaf Scholz.

Todos los caminos conducen a Kiev

¿Quiere eso decir que no se ha avanzado en las pesquisas? En absoluto. En estos doce meses se han abierto varias líneas de investigación, y todas, o casi todas, apuntan en la misma dirección: Ucrania.

El pasado mes de marzo ‘The New York Times’, citando fuentes del espionaje estadounidense, ya apuntó la pista ucraniana, apuntalada después por otros medios. Destaca, en este sentido, el extenso reportaje publicado a finales de agosto por el semanario alemán ‘Der Spiegel’, que resume meses de intensa labor de investigación, desarrollada conjuntamente con la cadena pública alemana ZDF y que ha implicado a dos docenas de periodistas.

Partiendo del hallazgo por parte de la Oficina Federal de Policía Criminal (BKA) del yate Andromeda como posible embarcación utilizada por los saboteadores –se hallaron en él trazas de explosivo–, estos profesionales han tirado del hilo hasta desmadejar parte de la trama e incluso poner al descubierto la identidad de alguno de los presuntos autores del sabotaje.

Embarcados en ese mismo yate una vez liberado de la custodia policial, los periodistas alemanes han reproducido el itinerario realizado por el comando, con escalas en diversos puertos de Alemania, Polonia y Dinamarca, y han hablado con personas que tuvieron contacto con sus integrantes, al parecer cinco hombres y una mujer.

De esta forma, han logrado averiguar que el alquiler del velero el 6 de septiembre de 2022 en el puerto deportivo Hohe Düne, a 10 kilómetros del centro de Rostock (Alemania) fue pagado por una agencia de viajes de Varsovia (Polonia) llamada Feeria Lwowa, una compañía que no tiene web ni número de teléfono, y tampoco sede física ni empleados. «Parece que se trata de una empresa fantasma», resumen.

Según el registro mercantil polaco, la empresa está dirigida por una mujer de 54 años llamada Nataliia A., que vive en Kiev (Ucrania), y cursó estudios de educación infantil pero no tiene experiencia reconocible en el sector turístico. Desde el semanario explican que cuando una reportera intentó contactar con ella, la llamada se cortó en cuanto se identificó como periodista, y que días más tarde un «agente de policía» ucraniano llamó amenazando a la periodista con acusarla de «acoso».
Por otra parte, el pasaporte utilizado para el alquiler estaba a nombre de un ciudadano moldavo que dijo a los periodistas que el documento llevaba casi un año caducado y que él mismo lo destruyó.

Además, la fotografía que aparecía no era la suya, sino la de un hombre que en el reportaje es identificado como Valeri K., natural de la ciudad ucraniana de Dnipro y que al parecer sirve en la 93ª Brigada Mecanizada del Ejército ucraniano.

Estas y otras pistas que se enuncian en el trabajo de investigación señalan claramente a Kiev, aunque quedan por aclarar muchas zonas oscuras sobre lo ocurrido.

Y también se mantienen abiertas otro tipo de preguntas. Por ejemplo, en caso de confirmarse la autoría ucraniana, en que grado el sabotaje era conocido –o había sido ordenado– por el Ejecutivo o por el propio Volodímir Zelenski, y si los autores recibieron algún apoyo de otro país, como Polonia, uno de los más firmes opositores al Nord Stream 2 y, hasta ahora, un estrecho aliado de Ucrania, o Estados Unidos.

Las palabras de Biden

Sobre una eventual participación polaca, el fiscal responsable del crimen organizado en Danzig niega tal hipótesis: «No hay absolutamente ninguna prueba de la implicación de algún ciudadano polaco en la detonación», sostiene. Respecto a EEUU, es difícil no recordar que, según informó en junio ‘The Washington Post’, tres meses antes de las explosiones, la CIA supo por una agencia de inteligencia europea –al parecer, la de los Países Bajos–, que el Ejército de Ucrania planeaba la explosión de Nord Stream en una operación de sabotaje encubierta.

Aunque, tal como apuntan ‘Der Spiegel’ y ZDF, también la inteligencia alemana fue alertada entonces por su contraparte neerlandesa, la advertencia fue ignorada.

Con todo, aún resuenan las palabras que Joe Biden, presidente de EEUU, lanzó el 7 de febrero de 2022, cuando amenazó con «poner fin» al Nord Stream 2 si Rusia invadía Ucrania. A la pregunta de cómo podría hacerlo siendo una infraestructura alemana, el mandatario respondió: «Te lo prometo: Seremos capaces de hacerlo».

Por supuesto, no hay evidencias que apunten hacia Washington –más allá de un artículo del periodista estadounidense Seymour Hersh, de 86 años–, pero a estas alturas de la historia todo el mundo sabe que eso no constituye una gran garantía.
Sea como sea, fuentes policiales dicen estar sorprendidos por el poco interés que aprecian en que avance la investigación, y según los periodistas, pocos en Berlín quieren pensar ahora en qué medidas se deberían tomar si se demuestra la participación ucraniana. Políticamente, añaden, es más fácil vivir con lo ocurrido si no está claro quién está detrás de los ataques.

Y respecto a las teorías, que las hay, que apuntan a una acción de falsa bandera por parte de Rusia, esto es considerado muy improbable, y los investigadores de la BKA, de la Policía Federal y de la Fiscalía Federal tendrían bastante claro que un comando ucraniano fue el responsable.

Pero si pese a todo persisten las dudas, hace ocho siglos que el fraile franciscano, filósofo y lógico escolástico Guillermo de Ockham nos regaló un precioso principio para este tipo de situaciones: «En igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable».