Víctor Erice: «¿Si sabes el mensaje que quieres transmitir, para qué hacer la película?»
Víctor Erice ha impartido una auténtica masterclass. Enfundado en un camiseta en homenaje a los hermanos Lumière, ha tenido un emotivo recuerdo para creadores como Oteiza, Buñuel o Kiarostami –se ha emocionado–, con los que forjó amistad.
Víctor Erice (Karrantza, 1940) es el protagonista principal del penúltimo día del festival de cine. Al estreno de su última obra, ‘Cerrar los ojos’, se suma el recibimiento del Premio Donostia esta noche. Es la primera vez que lo recibe un vasco. Recogerá el galardón de manos de Ana Torrent. El reconocimiento al cineasta coincide con el 50º aniversario de la concesión de la Concha de Oro a ‘El espíritu de la colmena’, protagonizado por la actriz.
Se trata de un filme sobre la memoria hilvanada en torno a una película inconclusa y la misteriosa desaparición de un actor. Aunque nunca se llega a encontrar su cadáver, la policía concluye que ha sufrido un accidente al borde del mar. Ha contado con la colaboración de Michel Gaztambide en la redacción del guion y entre los intérpretes cabe destacar la presencia de Manolo Solo, Jose Coronado, la propia Ana Torrent y Petra Martínez, entre otros.
Los periodistas lo han recibido con un largo y cálido aplauso a la llegada a la rueda de prensa. Sería preciso hablar de una verdadera masterclass. Es lo que ha ofrecido a los asistentes, un auténtico placer para los amantes del cine.
Enfundado en unas gafas oscuras y luciendo una camiseta de los hermanos Lumière, se ha mostrado afable e incluso por momentos divertido. Su intervención –de cerca de media hora– ha destilado humor e ironía, frente a la imagen general creada en torno a él de hermético y parco en palabras.
«Desconfío de la leyenda épica que existe sobre mí», ha afirmado nada más empezar el encuentro. Los medios de comunicación han hablado de esta película como mi ‘obra testamentaria’. No tengo otro horizonte que el Museo de Cera –ha dicho entre risas–. Comprenderán que me resista».
Preguntado por lo que fue para él recoger la Concha de Oro por ‘El espíritu de la colmena’ hace 50 años, Erice ha señalado que recuerda de aquel momento «que la mitad del cine pateaba y la otra mitad aplaudía, lo cual era un índice de su vitalidad y de que fue una película hecha a contra tiempo, o contra el tiempo, para lo que eran las pautas y convenciones del cine de ese momento».
«Yo estoy en todos mis personajes, hasta en las monjas», ha admitido en otro momento entre risas ante otra de las preguntas. «Tiendo a hablar de cosas que conozco, no he tenido más horizonte vital que el que se me ha permitido descubrir. El mío es cine autobiográfico, especialmente ‘La morte rouge’, donde soy además narrador».
El acto ha tenido como escenario la sala de prensa del Kursaal y era inevitable que brotaran sus recuerdos de niñez, ya que fue en el Gran Kursaal, en su ciudad, Donostia, donde el pequeño Víctor vio por primera vez una película, experiencia que narró en dicha obra.
El arte como sanación
Considera la sanación una virtud del arte en general. «Los cuadros, la música... de repente irrumpen en nuestras vidas y nos modifican. Tras pasar por la experiencia de algún modo somos distintos, hemos crecido en conocimiento. La misión de sanar fue la reivindicación de uno de los más grandes artistas vascos, Jorge Oteiza», ha recalcado, emocionado hasta las lágrimas. «Consideraba que el arte debía tener esa función para que a partir de eso ingresara en su ciudad y pudiera dedicarse a la enseñanza. Ese era su propósito y eso implica un proceso de sanación. Él decía que la mayoría de los personajes vascos eran mutilados, como Iñigo de Loiola y Lope de Agirre».
A Oteiza lo conoció muy joven. Ha recordado una de sus frases, ‘el arte debe morir para que el hombre viva’. «Se enfrentaba al gran reto del siglo XX, la muerte del arte, algo que afecta a todas las disciplinas. Él pensaba que hoy no hay una educación que tenga función social si no es capaz de integrar la estética. Faltaría la pieza fundamental. El arte ha sido un elemento fundamental de grandes maestros a los que yo no les llego ni a la suela de los zapatos», ha afirmado, con humildad.
También ha tenido palabras para Buñuel. «Mi generación ha vivido la desaparición de maestros como Buñuel. Podía haber sido el padre de nuestra cinematografía pero, casualidad, estaba en el exilio», ha señalado con ironía.
Reproducir la existencia
Al preguntarle por el resorte creativo que lo ha empujado a realizar este filme, ha señalado que ha sido «la más convencional de las necesidades, la reproducción de la existencia». Ha retrocedido en el tiempo. «Para mí y la gente de mi generación el cine en unos tiempos de miseria, de falta de libertades elementales, nos permitió ser ciudadanos del mundo, nos permitió elegir a maestros cineastas repartidos por el mundo sin estatuto de artistas. Esto es algo extraordinario, porque yo creo mucho en la creatividad de artistas sin conciencia de estar haciendo arte. Yo no lo tengo, esa es la aventura de la creación».
Es como concibe el rodaje, como una aventura. «El azar contribuye a mejorar lo que uno ha escrito. La película es un organismo vivo que en todas las fases debe incorporar factores de creación o recreación. Que no sean procesos inertes», ha señalado. Se ha congratulado por haber podido improvisar en todos sus proyectos.
«Hace tiempo se preguntaba si una película ‘tenía mensaje’ para remarcar su calidad. ¿Si sabes el mensaje que quieres transmitir por medio de la película, para qué hacerla?», se ha preguntado.
Huye de la nostalgia, aunque ha lamentado que del proyecto original de los hermanos Lumière solo queda hoy la sala de cine. «Antes ver películas era una actividad en conjunto de la sociedad, encontraba a los demás, era una experiencia ciudadana compartida. Ahora se ven en la privacidad doméstica, y no es lo mismo. Las fuerzas que dominan la economía del cine hacen que nos quedemos en nuestro rincón, yo reclamo experiencia pública. En el teatro del Gran Kursaal, adaptado para el cine, la sala estaba estratificada. Se percibían las clases sociales. Hoy el audiovisual tiende a vivir en una burbuja. Las películas hoy se hacen de otra manera, es otro mundo, el del audiovisual», ha señalado, diferenciándolo del acto de hacer cine.
Ha compartido con los periodistas que el personaje de Max está inspirado en un amigo suyo coleccionador de cintas de cine. «El 90% de las películas realizadas hasta ahora están en soporte fotoquímico y pasarlas al digital implica un gasto importante que no todas las instituciones pueden asumir. El personaje tiene latas y ya no hay proyectores, reflejo la realidad».
«Se puede escuchar un sonido ya desaparecido, el del rodillo de la película girando. No es exaltación ni nostalgia, es levantar acta de algo que termina y que hay que afrontar. Esa es tarea de los jóvenes, es un desafío de crear imágenes en un mundo con gran polución de imágenes. Lo tienen más difícil que yo cuando era aprendiz de cineasta», ha agregado.
«Derrotas políticas»
Erice mantiene un estrecho contacto con las generaciones más jóvenes. «En los talleres que imparto muy excepcionalmente no utilizo mi propia obra, sino la de otros. Son experiencias cinematográficas ejemplares, mucho más que las mías. Hay una quiebra en la transmisión. Mi generación ha sido derrotada políticamente en cantidad de ocasiones. ¿Dónde está la excepción cultural? Que el cine y el arte no hayan sido admitidos sino por la puerta de atrás en las aulas....», ha criticado.
Consciente de que el mundo ha cambiado extraordinariamente desde 1973, fecha en la que dirigió ‘El espíritu de la colmena’, defiende que «hay un elemento primordial de comunicación, la emoción. Es algo que impregna la conciencia del espectador, a quien tengo el mayor de los respetos. Siempre solicito al espectador que haga suya mi película».
«El cine crea cierta fraternidad universal. Realizamos los mismos gestos aunque estemos en distintos países. El lenguaje te da la sensación de pertenencia a una familia. Más allá del hecho cultural, en el cine encuentro elementos de fraternidad. Lo he sentido con Abbas Kiarostami. La relación que mantuvimos a través de cartas fue esencial. Es el cineasta más importante que ha existido a partir de los años 90. Y es un honor considerarme su amigo», ha reconocido.
Ana Torrent era una niña cuando se puso a las órdenes de Erice. Se ha mostrado feliz por poder trabajar con el director medio siglo después.
Por su parte, Jose Coronado ha afirmado que ha sido «un privilegio trabajar al lado de un gran maestro y gran persona». Ha destacado de él «su autenticidad y honestidad difícil de encontrar. Muestra respeto al espectador al no darle nada masticado, invitándolo a la aventura. Y los actores nos lanzamos a ella. Ha sido un honor, orgullo y un ejercicio de responsabilidad y humildad. Lo que puedes hacer es entregarte a él, el único que sabe hacia dónde va el arco del personaje, y disfrutar»
«Me pidió despojamiento radical de mi persona y de mi ser y no es algo fácil. Olvidarte de todo lo aprendido y tener la honestidad de saltar al ruedo sin artificio», ha confesado Coronado.
Con cuatro títulos, Erice es un laureado creador. También es autor de una videocreación y de diversos cortometrajes. «No es verdad que llevo 30 años sin hacer cine», ha subrayado.
Aquellos que lo conocen destacan de él cualidades como rigor, exigencia e insobornable libertad. Ha recibido numerosos premios en Zinemaldia. Su debut como director fue filmando uno de los tres episodios de ‘Los desafíos’ (1969) junto a José Luis Egea y Claudio Guerín, fue seleccionado en la Sección Oficial y recibió la Concha de Plata a la mejor dirección. Y cuatro años después, con su primer largometraje en solitario, ‘El espíritu de la colmena’, fue reconocido con la Concha de Oro.