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Entrevista
Jake Mac Siacais
Histórico republicano y activista por el gaélico

«Para descolonizar un país, no basta con expulsar a los colonizadores»

Nacido en Belfast en 1958, personifica la lucha de una comunidad contra la opresión. Fue voluntario del IRA, conoció las celdas de Long Kesh, las protestas de la manta y las huelgas de hambre. Desempeñó un papel central en el desarrollo del gaélico y, tras su liberación, ha mantenido su compromiso.

Jake Mac Siacais en Pasai Donibane. (Jon URBE | FOKU)

Jake Mac Siacais ha tenido una vida de película y las ha visto de todos los colores, aunque él dice que no hizo «nada espectacular, nada que no hiciera un irlandés corriente de mi generación». Se ha entregado a la causa republicana en todas sus facetas y formas. Conoció el hierro de las armas y el de los barrotes, y su «amor por el gaélico» se endureció en Long Kesh, donde fue de los últimos en despedir a Bobby Sands. Practicó fútbol gaélico con sus compañeros, enseño la lengua irlandesa a propios y a adversarios. Lleva con fuerza y orgullo su identidad republicana. 

Invitado en 2022 por Bixi-Bixi Elkartea de Pasai Donibane para hablar del proceso en favor del gaélico, buen conocedor de la causa vasca, ha vuelto este año a visitar a sus viejas amistades. Atiende a GARA de buen gusto, suelto y libre, con esa chispa y humor tan peculiar de los irlandeses.

Lleva muchas txapelas sobre su cabeza. Voluntario armado, líder en las luchas de la prisión, editor de periódico, activista por la lengua irlandesa y el fútbol gaélico... ¿Quién es Jake Mac Siacais?

Un irlandés ordinario como los de mi generación. Los británicos ocupaban mi país, en 1969 nuestra gente estaba siendo atacada y había dos opciones: bajar la cabeza y aceptar o levantar el arma y resistir. Pensé que la única opción honesta y lógica era luchar. La historia de nuestra nación, en todas las generaciones, tiene tanta gente que hizo lo que tenía que hacer para resistir la ocupación británica que no había otra: luchar contra ellos con nuestro arte, música y lengua, con armas y bombas, y con resistencia pasiva, cuando fue necesario.

Dice que el barrio del oeste de Belfast en el que creció era un campo de concentración a cielo abierto. ¿Cómo le marcó?

Éramos muy pobres, estábamos totalmente marginalizados, todo estaba militarizado, para una población de 80.000 habitantes había un soldado británico armado por cada siete personas, cada noche todas las carreteras para salir o entrar estaban cerradas con blindados, el ruido que marcó mi niñez y que guardo en mi memoria era el de los helicópteros sobrevolando el barrio.

Le detuvieron por primera vez a los 17 años y fue brutalmente torturado.

Me detuvieron en 1975. Los interrogatorios eran brutales. Te llevaban a un cuarto que tenía una bañera, te sumergían, te sacaban, te cubrían la cara con una toalla mojada, tu respiración se desvanecía y luego te colgaban de una ventana. Era  una experiencia de ahogamiento, si entrabas en pánico te faltaba más aire aún. Cada vez que me interrogaban, yo tenía una técnica: para mí, la casa de mi madre era un lugar seguro, ante el peligro que me acechaba la puerta siempre estaba abierta. Me acordaba del sonido que hacía, del papel de las paredes... El trauma de aquella experiencia no surgió para mí hasta 2016, entré en una depresión muy profunda, sufrí trastorno de estrés postraumático. El tipo que trabajaba conmigo y me trataba me decía: «Lo que sea que te ocurrió, lo tomaste y lo guardaste en una pequeña caja en tu cabeza». ¿Y sabes qué? A medida que envejeces, esa caja comienza a gotear.

«En 1969 nuestra gente estaba siendo atacada, y había dos opciones: bajar la cabeza y aceptar o levantar el arma y resistir. Para mí la única opción honesta era luchar»

En la cárcel también participó en «la protesta de la manta». Como se dice, fue un «Blanket man».

Hice dos periodos de cárcel. En la primera teníamos el estatuto político, estábamos en campos de concentración. El gobierno británico decidió en 1976 que ese estatuto desapareciera, que debían tratarnos como gánsteres. Salí y a las siete semanas me volvieron a detener, decidieron que debíamos usar uniformes carcelarios, no podíamos juntarnos con otros presos republicanos, y decidimos no aceptarlo. Tampoco es que tuviéramos una estrategia muy clara, solo sabíamos que no éramos delincuentes comunes, no íbamos a dejarles que nos criminalizaran. Nos nos pusimos los uniformes, andábamos desnudos, y aprendimos a valernos de una manta sobre la espalda para hacer frente al frío. El miedo no era tanto que el equilibrio físico se rompiera, era mantenerse en equilibrio psicológico. El equilibrio puede ser también azaroso, y sin razón aparente ninguna puede perderse.

Con 21 años, lloró en su celda del bloque H cuando su amigo Bobby Sands murió en huelga de hambre.

Conocí a Bobby en la celda 11 de Long Kesh. Dejó el ala a los 21 días de huelga de hambre y nunca más volvimos a verlo. ‘Bik’ McFarland, que era el comandante en la prisión, y yo estábamos en la celda contigua. Informábamos al colectivo sobre su deterioro, hoy tiene 61 kilos... Prácticamente perdió la vista, nos pedía que nos acercáramos para que pudiera vernos, y recuerdo lo que nos dijo: 'di a los chicos que estoy bien y que no van a romperme'. Empezó la huelga de hambre en su cumpleaños, lo celebramos cantando viejas canciones republicanas; cuando murió tuve el honor de dirigirme a todos los compañeros con un discurso sobre lo que acabábamos de perder y que la lucha debía continuar. Estábamos en una fase muy dura, Bobby entendió, así lo dijo en sus escritos, que no estaba muriendo por las condiciones de vida en la cárcel, estaba muriendo porque lo que se ganaba y se perdía en esa prisión eran ganancias y pérdidas para el pueblo irlandés.

«Aquellos presos desnudos que aprendían y hablaban gaélico en las peores condiciones impactaron e inspiraron a la comunidad»

¿Cuáles fueron los logros de aquel enorme sacrificio?

Destrozó la política de criminalización de los británicos usando su propio cuerpo. Los británicos decían que no había un problema político en Irlanda, que lo nuestro solo era una conspiración criminal, un asunto de gánsteres. Pero los gánsteres no mueren en huelga de hambre, los gánsteres no son elegidos como miembros del Parlamento. Fortaleció la lucha de los republicanos, todos tenían su sitio en la misma, los que escribían, los que cantaban, los que disparaban, todos a una. Internacionalizó nuestra causa y radicalizó el nacionalismo y, paradójicamente, abrió el camino para terminar con la lucha armada. 

¿Fue el principio del fin?

Así es. Hasta la muerte de Bobby y los otros nueve voluntarios, los británicos podían decir que mantenían la paz en Irlanda, después esa posición no se sostenía. En el movimiento republicano reevaluamos la situación, hacia dónde debíamos ir. Fortalecimos la lucha, fortalecimos el IRA, nos reestructuramos, nos rearmamos, construimos nuevas capacidades para la guerra. Y al mismo tiempo, empezamos a elaborar una estrategia para la paz, la lucha estaba donde estaba, pero la pregunta que nos hacíamos era: ¿Cómo la llevamos hasta una nueva fase? 

«Cuando yo crecí no existía ninguna escuela de gaélico legalizada, ahora tengo cinco hijos y cinco nietos y todos hablan gaélico»

¿Es optimista?

Absolutamente. Mi única preocupación a largo plazo es que aún tenemos un número suficiente de gente que piensa que es leal al Estado y la Corona británica, y mientras las dinámicas en toda la isla avanzan, vamos a tener una minoría lealista muy desencantada. Sus propios dirigentes están creando una mentalidad de subclase y el republicanismo necesita asegurarse de que esas comunidades no se sientan sitiadas, bajo ataque. El unionismo a nivel mental ya ha interiorizado que el juego ha terminado, que el estado sectario que crearon en el norte ya no es sostenible, los británicos ya no tienen un deseo de mantener a flote ese estado a cualquier precio.  

Aprendió gaélico en Long Kesh. Dice que el idioma que habla con fluidez durante estos 45 años es «su primer amor». Quisiera preguntarle por un concepto cada día más presente: ¿Qué es exactamente la «revolución del gaélico»?

Eso fue muy bien articulado por Máirtín Ó Cadhain, miembro del IRA en la década de 1940: «La reconquista del gaélico es la de Irlanda, y la reconquista de Irlanda es la del gaélico». No basta solo con expulsar a los colonizadores para conseguir la descolonización, que implica un rechazo de los valores, la lengua y la influencia externa que suprimen la identidad irlandesa. No es fácil reconquistar una lengua, debes reconquistar también un territorio. En 1960, en Belfast, un grupo de familias se unió para educar a sus hijos en gaélico, para vivir en gaélico, para ganar espacio público para su lengua, algo que era ilegal. Fue un acto muy revolucionario pero coincidió con el movimiento de los derechos civiles y quedó como en un segundo plano. Pero siguió creciendo por abajo. Aquellos presos desnudos que aprendían y hablaban entre sí gaélico en las peores condiciones impactaron e inspiraron a la comunidad. Cuando yo crecí no existía ninguna escuela de gaélico legalizada, ahora tengo cinco hijos y cinco nietos y todos hablan gaélico. Al principio los activistas por el gaélico éramos como una cuadrilla, nos conocíamos todos, hoy somos miles, de todas las generaciones, multilingües, con estudios superiores.