De aquellos polvos fascistas estos lodos constitucionalistas
El Teatro Valle Inclán de Madrid acoge hasta el 12 de noviembre las representaciones de ‘Iribarne’, una suerte de biografía satírica del principal ideólogo del actual Estado español: Manuel Fraga, ministro franquista y fundador del Partido Popular.
Todo empezó con un viaje por la masificada costa valenciana, emblema del boom turístico que vivió el Estado español en los 60, cuando Manuel Fraga Iribarne era Ministro de Información y Turismo con Franco. La periodista y dramaturga Esther F. Carrodeguas y el director de escena Xavier Castiñeira, que habían crecido en la Galicia de los 90, dominada por la omnipresencia de aquel líder político y por sus mayorías absolutas, se hicieron una pregunta: ‘¿Cuál es el impacto de Fraga en la actualidad?’.
A partir de ahí, Esther inició un trabajo de inmersión en esta figura con la idea de profundizar en sus zonas oscuras (que fueron muchas) y alumbrar un texto teatral que contrarrestara, en cierto modo, el previsible relato hagiográfico que el centenario de su nacimiento (acaecido en 2022) presagiaba.
«Yo pensaba –explica la dramaturga– que íbamos a asistir a la publicación de mil libros sobre su figura poniendo en valor su legado y, como suele hacerse en estos casos, reivindicándolo como hombre de Estado y héroe de la Transición. Y comencé a pensar en una dramaturgia que rebatiese todo eso. Pero para mi sorpresa, el centenario de su nacimiento fue acompañado por un silencio total. Es llamativo cómo Fraga ha caído en el olvido. Siendo, como fue, el fundador del Partido Popular, no le interesa a nadie, ni siquiera a su propio partido. Ahí es cuando te das cuenta que se trata de una figura muy poco reivindicable».
Es normal que Manuel Fraga Iribarne genere incomodidad. La trayectoria del político gallego nos confronta con la parte más oscura de nuestro propio pasado. Su figura simboliza como pocas el llamado ‘espíritu de la Transición’, hoy tan cuestionado. Por eso, ‘Iribarne’, la obra que se ha estrenado en el Teatro Valle Inclán de Madrid (y que se prevé que haga gira por el resto del Estado), incide en la consideración de Fraga como figura totémica de la que emana la configuración política del Estado español actual.
Un Estado que fue diseñado por una dictadura criminal y que después se perpetuó en el tiempo mediante un lifting que, con el paso de los años, no ha podido ocultar, sin embargo, las grietas del sistema: «Una de las reflexiones que me llevaron a escribir esta obra fue, justamente, la de pensar: ¿cómo se sale de lo que se es? Esta claro que lo que somos hoy como Estado emerge de un marco político apestoso y de un ordenamiento jurídico que se improvisó en un momento de crisis. Hubo unos señoros que, acuciados por las circunstancias, definieron lo que debíamos ser. Aquello más que una Transición fue una transacción».
Xavier Castiñeira, director del montaje, incide en esta idea al afirmar: «La Constitución se hizo casi a escondidas. Nuestros políticos pensaron, y aun hoy algunos lo piensan, que no se puede confiar en el pueblo, que el pueblo es muy tonto para decidir por sí mismo. Por eso se nos impuso un relato político al margen de nosotros mismos. Y creo que es bueno que, desde el teatro, comencemos a cuestionar ese relato».
El gran propagandista
Y es que si hemos de hablar de ‘control del relato’ (ese eufemismo tan en boga para referirnos a lo que antaño denominábamos propaganda) pocas figuras como la de Manuel Fraga Iribarne encarnan de un modo tan preciso esa tergiversación permanente de la realidad: «Fraga fue construyendo su Historia y la Historia de España en función de lo que él necesitaba en cada momento –explica Xavier Castiñeira–. Durante el franquismo fue el más franquista, en la Transición el más demócrata y, a última hora, cuando lo eligen Presidente de la Xunta, el más galleguista y el más nacionalista. Esther siempre comenta que Fraga fue el primer creador de contenidos de la Historia de España».
La aludida corrobora estas palabras y opina que Fraga «supo entender la importancia de la comunicación política antes que nadie: sus esfuerzos nunca se encaminaron a cambiar el país sino a cambiar el discurso porque él era consciente de que lo importante es como te ven los demás y para eso hay que esforzarse en construir una narrativa. Cuando fue ministro de Información con Franco se dedicó a blanquear el Régimen y sus crímenes porque tú puedes matar o no, pero lo relevante no es eso, sino lo que trasciende. Y blanquear un crimen a mí me parece tanto o más terrible que cometerlo. Después, en la Transición, cuando ocurrió lo de Vitoria, él va y se pira a Alemania porque lo relevante en esos momentos era que a España la admitieran en Europa, lo que equivalía a legitimar el relato de la Transición más allá de represión y de las matanzas tan terribles que estaban teniendo lugar aquí. Fraga siempre tuvo muy claro en qué fotos quería salir y en cuáles no. Él se cuidó mucho de no salir en la foto de Montejurra ni en la del Prestige, y en la de Palomares solo salió cuando ya habían limpiado la playa de radioactividad».
Pero, ¿cómo construir una dramaturgia sobre un personaje tan incómodo que se fue endosando distintas máscaras a lo largo de su trayectoria política para ocultar su verdadera naturaleza? Esther F. Carrodeguas reconoce que fue un proceso complejo y que el resultado final es una suerte de trilogía. Tres piezas de una hora de duración cada una localizadas en diferentes períodos de la vida de Fraga Iribarne: su paso por el Ministerio de Información y Turismo (denominado en la obra ‘de chapa y pintura’) durante el franquismo; sus anhelos por encabezar el proyecto político de la Transición antes de que Juan Carlos de Borbón le marginara en beneficio de Suárez; y su etapa final como Presidente (‘Emperador’, según la obra) de Galicia.
Cada uno de estos episodios está narrado en un tono distinto. Todo lo referente al franquismo, por ejemplo, está representado como una comedia de trazo grueso, próxima a la astracanada, lo que podría suscitar dudas dado que se está evocando un período histórico funesto y doloroso. Sin embargo, la autora del texto explica que «ese tono de comedia salvaje responde a mi lectura de lo que fue aquel período, al hecho de no poder dar crédito a tantas y tantas barbaridades como se cometieron durante el franquismo. Claro que hay una clara voluntad por ridiculizar lo que fue aquel régimen, es la única manera de deslegitimarlo: ridiculizarlo a lo bestia, sin tregua, sin que quepa la posibilidad de encontrar una coartada que justifique todas esas atrocidades».
Según explica Esther F. Carrodeguas, «en la medida en que la obra habla sobre la Transición, quise también que la propia obra fuera transicionando hacia otros registros de representación, de ahí que toda la parte referida a los años 70 sea una sátira mezclada con elementos de teatro contemporáneo y la última parte, donde vemos a Fraga convertido en Emperador de Galicia esté directamente inspirada en el ‘Ubú Rey’ de Jarry».
El alegato
Ese tono menos fustigante, más reflexivo, que impregna toda la parte final de la obra, puede dar la falsa sensación de que se está intentando blanquear a Fraga al conceder la palabra al personaje para presentar un alegato de sí mismo en el que se exonera como fascista y se califica como un superviviente de la política.
Sin embargo, Xavier Castiñeira cree que no es así: «Lo que pasa es que no queríamos que nuestra obra fuera asumida como un panfleto, no nos gusta adoctrinar al espectador ni trasladarle nuestras certezas, preferimos instalarle en la duda, generarle incomodidad y que la obra realmente acabe en el bar de enfrente del teatro, discutiendo sobre ella al calor de unas cañas». Esa necesidad de sacar al espectador de su zona de confort y generarle dudas y una cierta incomodidad es la que ha llevado a la autora del texto a cargar contra el pueblo español a la hora de explicar su pasividad en la perpetuación del actual status quo político, una herencia de la dictadura: «Cuarenta años de nacionalcatolicismo lo que han traído es una cultura del silencio que, de algún modo, está vinculada con el miedo. Callamos y transigimos porque asumimos que levantar la voz no puede traernos nada bueno en la vida, eso es lo que no han enseñado en casa. Y lo cierto es que hemos tragado demasiado, y aun hoy seguimos tragando, tragando y viendo tik tok es lo único que hacemos. ‘Iribarne’ es una obra bastante incisiva contra el poder político pero los que salimos peor parados somos nosotros, el pueblo».