INFO

Túneles de Gaza, trampa mortal o cementerio

Militarmente muy superior, el Ejército israelí afronta déficits estructurales internos y corre el riesgo de enfangarse en una guerra urbana con Hamas acechándole en los túneles bajo la Franja. Y si su ofensiva se alarga en el tiempo, corre el riesgo de que Irán le abra nuevos frentes.

Imágenes superpuestas del avance de una columna israelí y de un palestino en la boca de un túnel. Imágenes superpuestas del avance de una columna israelí y de un palestino en la boca de un túnel. (EJÉRCITO ISRAELÍ-Said KHATIB | FRANCE PRESSE)

Israel admite cruentos combates (medio centenar de bajas reconocidas). Lo que preludia una «campaña larga y difícil», en palabras del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. El balance de fuerzas en combate no puede ser más asimétrico. Israel cuenta con 170.000 soldados en activo y casi medio millón de reservistas, de los que 360.000 han sido llamados a filas. En una sociedad con formación militar.

Israel es la principal fuerza militar en la región. Su superioridad aérea, con los F-35 estadounidenses, su sistema de defensa aérea «Cúpula de Hierro» –cierto que mostró sus limitaciones en la incursión de Hamas– y los 3.600 millones de euros anuales de ayuda militar de Washington refuerzan su posición. Sin olvidar su arsenal nuclear.

No obstante, hay informes que advierten de debilidades estructurales del Tsahal (Ejército israelí). Nadie pone en duda la experiencia acumulada de las Fuerzas Especiales y la Fuerza Aérea. Otra cosa es el Ejército de Tierra, soldados de reemplazo menos motivados.

Lejos quedan sus «éxitos» militares entre las décadas de los años 60 y 80. La retirada en 2000, tras 15 años de invasión, de Líbano por la derrota de sus aliados cristianos maronitas y su repliegue en desbandada seis años más tarde por la resistencia de Hizbulah marcaron una tendencia que este 7 de octubre, con el desafío de Hamas, apunta a un punto de inflexión.

Y no solo es cuestión de falta de moral o de entrenamiento. Muchos reclutas no entienden cómo ellos se juegan la vida cuando los judíos ultraortodoxos están exentos de ir a la mili, al igual que, aunque por razones diametralmente opuestas, los palestinos que siguen viviendo en Israel (dos de un total de nueve millones).

En definitiva, solo dos tercios de los ciudadanos de Israel son enrolados en el Ejército, lo que coincide con que solo el 60% de los reclutas están dispuestos a ser destinados a primera línea de combate (eran el 90% hace 30 años).

Frente a ellos en Gaza, Hamas, en concreto su brazo armado Ezzedine al-Qassam, cuenta con entre 15.000-20.000 milicianos según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, y hasta 35.000 según otras fuentes. Su fuerza de élite, Nujba, lideró la incursión del «Sabath Negro».

No se conoce con exactitud su arsenal de cohetes, muchos de escasa precisión y de fabricación casera, ni los que le quedan, pero la salva de entre 2.200 (según Tel Aviv) y hasta 5.000 (según Hamas) que lanzó el 7 de octubre como maniobra de distracción para lanzar su incursión en un ataque de saturación desbordó a la «Cúpula de Hierro» y sorprendió a Israel.

La organización islamista suma a ello una altísima motivación, mezcla de desesperanza y de reivindicación religioso-milenaria del martirio. Y apoyo entre la población, que ha aumentado desde el golpe que infligió a Israel. Sin olvidar la presencia de otras milicias, como la Yihad Islámica y grupúsculos herederos del FPLP.

Y está la orografía urbana y la densidad de población en la Franja, con 6.000 habitantes por kilómetro cuadrado.

Los combates calle a calle benefician siempre al defensor, más cuando ha tenido años para prepararse. Las ruinas por los bombardeos le ofrecen una ventaja táctica.

Los asedios de Falujah (Irak) para los estadounidenses, Mariupol (Ucrania) para los rusos e incluso Raqa (Siria), donde miles de kurdos sacrificaron sus vidas –con la cobertura aérea estadounidense– para derrotar al Estado Islámico (ISIS) pueden ser una anécdota comparada con lo de Gaza.

Un territorio, además, arenoso, donde en los últimos decenios ha sido excavada una red de túneles y pasadizos sin parangón en el mundo.

Son decenas y decenas de kilómetros, hasta 500 según Hamas, de hasta entre 30 y 80 metros de profundidad, que Israel bautizó como «el Metro de Gaza». Refugio de los dirigentes de Hamas, almacén de suministros y arsenal desde donde lanzan los cohetes y que puede convertirse en una trampa mortal para los tanques Merkava israelíes y sus columnas de soldados.

Discurre además por el subsuelo de zonas densamente pobladas. No son las cuevas de Tora Bora de Al Qaeda, en Afganistán, o lo túneles del Vietcong, en la selva vietnamita.

Israel ha intentado, sin éxito, destruir el «Metro de Gaza» en sus periódicas ofensivas contra la Franja. En la de 2021, reivindicó lo que no fueron más que algunos ataques que enterraron en vida a unas decenas de milicianos de Hamas y de la Yihad.

Y el coste en vidas civiles fue altísimo. Aunque «bajo», comparado con el que está sufriendo estas semanas la población gazatí.

Israel justifica precisamente sus bombardeos contra hospitales y todo tipo de infraestructuras aduciendo que Hamas se esconde bajo ellas y justifica la criminal presión que está ejerciendo para la evacuación de los civiles del norte de la Franja alegando que son utilizados como escudos humanos. Hay quien alerta de que no es sino parte de un plan para forzar un nuevo éxodo palestino.

En toda guerra, el bando débil o atacado se refugia entre la población. En Vietnam, en Ucrania (de eso le acusa Rusia para justificar sus bombardeos)... La propia Irgun, sionistas de derecha («terrorista» entonces), lo hacía frente al fuego británico o árabe en su lucha armada. Pero, si fuera el caso en Gaza, no justifica nunca atacar hospitales y objetivos civiles. Son crímenes de guerra. Analistas advierten de que acabar con Hamas solo sería posible con un genocidio.

Volviendo a los túneles, el problema es que son el secreto mejor guardado. Israel ha intentado sin éxito «sonsacar» –imagínense cómo– a detenidos y prisioneros palestinos sobre sus entradas y salidas, las armas que albergan...

Pese a que han quedado tocados tras el fiasco del 7-O, conviene no desdeñar la sagacidad de los servicios secretos israelíes para levantar ese velo.

Ni los recursos del Ejército israelí, incluida la tecnología y la inteligencia artificial, y que podría anegar, volar, e incluso gasear los túneles. Utilizando, eso sí, robots artificieros para desactivar trampas explosivas. El problema final, en todo, caso, radica en entrar y acabar con Hamas, «sacarles de sus madrigueras o enterrarlos».

Israel ha anunciado la muerte de varios dirigentes de rango medio de las Brigadas Ezzedine al-Qassam. Pero sigue sin poder «eliminar» a quien considera su máximo dirigente y cerebro del ataque, Mohamed Deif, y al líder político de Hamas, Yahia Sinwar.

Deif, cuyo nombre real sería Masri y es conocido como «el ingeniero de Hamas», está en el punto de mira de Israel desde la Intifada de 1993 y habría sobrevivido a varios atentados. No así su mujer y uno de sus hijos, que murieron en 2014 en un bombardeo a su casa en el campo de refugiados de Jan Yunis (sur de Gaza).

Israel confiesa no tener imágenes desde hace años de su rostro –asegura que está desfigurado, sin un ojo– ni de sus comunicaciones –a través de mensajeros–. Solo el audio en el que el jefe de la milicia islamista reivindicó-bautizó la incursión como «Diluvio de al Aqsa», en referencia a la asediada Explanada de las Mezquitas de Jerusalén.

Sinwar, quien habría tomado la decisión del asalto, sustituyó a Ismail Haniyeh como líder político de Hamas en Gaza en 2017.

Tras 23 años en prisión y después de haber sido condenado a cuatro cadenas perpetuas por ordenar la muerte de colaboracionistas en la Segunda Intifada (2000-2005), fue liberado en 2011 junto con otros 1.046 prisioneros palestinos a cambio del tanquista israelí Gilad Shalit, capturado cinco años antes.

Su designación fue interpretada como el triunfo de la rama militar de Hamas sobre la política y más pragmática de Haniyeh. Este era el brazo derecho del jeque Ahmed Yasin, líder espiritual de Hamas muerto en un bombardeo en 2004, y fue el candidato que derrotó a Al Fatah en 2006 y se convirtió en el primer ministro de Gaza un año después.

Realidad política esta, la de que los islamistas gobiernan la Franja en los últimos 17 años, que evidencia el problema de raíz de Israel. ¿Qué significa borrar de la faz de la tierra a Hamas? ¿Acabar con su dirigencia militar, con sus decenas de miles de funcionarios, con sus ¿cientos? de miles de seguidores?

Y aún en ese caso, está el factor tiempo. Expulsar al ISIS de la capital de su califato, Mosul (Irak), una ciudad mucho menos poblada que Gaza, llevó 8 meses y más de 10.000 bajas entre milicias y soldados.

Y el tiempo corre contra Israel. Irán y los libaneses de Hizbulah amagan, pero, más allá de enfrentamientos esporádicos en la frontera, de lanzamientos de cohetes desde Yemen (huthíes) y de ataques puntuales de las milicias proiraníes a las tropas estadounidenses en Siria e Irak, no terminan de abrir un segundo o un tercer frente. Pesa en ello, sin duda, el cálculo geopolítico de Teherán, en pleno intento de deshielo con Washington, y el temor a implicar en una guerra asimétrica a su «joya de la corona», Hizbulah.

Pero el Partido de Dios no es Hamas. Artífice del penúltimo revés israelí en 2006 y bregado en los últimos 10 años de guerra del régimen sirio contra los rebeldes, Hizbulah tiene entre 25.000 (fuentes occidentales) y 100.000 combatientes. A ello hay que sumar su arsenal: 150.000 misiles, que incluyen cientos de alta precisión y miles con un alcance de entre 200 y 300 kilómetros (Fateh-110), sin olvidar sus miles de drones.

Irán, por su parte, pese a su inferioridad militar, sobre todo aérea, respecto a Israel, cuenta con un Ejército tampoco desdeñable. Pese a que no se ha visto implicado en una guerra desde la que en los 80 le declaró Irak, tiene un cada vez más depurado programa de misiles y drones.

Y su Guardia Revolucionaria tiene, además de la motivación martiriológica (como Hamas e Hizbulah), toda una red de milicias satélites, desde la Palestina ocupada (Yihad Islámica) hasta Afganistán.

Y ahí reside el nudo gordiano de la cuestión. No es solo que Israel pueda tener dificultades si, en el tiempo, se le abrieran otros frentes.

EEUU, su principal valedor, implicado en la ayuda militar a Ucrania y posicionado junto a Taiwán frente a China, no puede permitirse combatir no ya en dos sino en tres guerras a la vez. De ahí su preocupación ante una larga, y con riesgo de extensión regional, guerra en Oriente Medio.