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Entrevista
Seynabou Male Cissé
Activista senegalesa, Premio Ellacuria

«Hay que trabajar la paz y reforzar el rol de la mujer, caminar con dos pies»

Nacida en 1952 en Gandiaye, región de Kaolack (Senegal), licenciada en Geografía y profesora de Educación Secundaria, desde muy joven se implicó en la construcción de la paz en el conflicto de Casamance, desde la participación de las mujeres y el respeto a sus derechos.

Seynabou Male Cissé (Andoni Canellada | FOKU)

Seynabou Male Cissé ha visitado Euskal Herria para recibir el premio Ignacio Ellacuria 2023. Con una larga trayectoria en defensa de los derechos de las mujeres y de la paz, esta líder social conoce bien el ideal del teólogo vasco de la liberación que fue fusilado por un pelotón de fuerzas especiales del Ejército salvadoreño y que da nombre a un premio que «es de todas las mujeres de la Casamance que se han mantenido en pie durante la guerra, frente a los desplazamientos, en defensa de la supervivencia de la familia». Y lo toma como «un desafío para seguir en la lucha por una Casamance en paz, en igualdad y justa».

Atiende a NAIZ con una sonrisa, respondiendo a todos los temas y preguntando para aprender sobre la huelga feminista del 30 de noviembre. Sus palabras rezuman sabiduría ancestral y contribuyen a visibilizar y concienciar a la sociedad vasca sobre las crisis y los conflictos olvidados de África, «ante tanta y tan frustrante hipocresía occidental».

Casamance, uno de los conflictos más longevos de África. He visto el mapa: Senegal, con otro país en la mitad, Gambia; y ahí están ustedes, en el sur, sin continuidad territorial con el norte. ¿Cuál es el origen de la rebelión?

El origen del conflicto de Senegal en Casamance es una conjunción de factores: históricos, geográficos, culturales... Intentaré explicártelo teniendo en cuenta el mapa, echando mano de una metáfora: si Senegal es una cara, la boca con la que habla sería Gambia y la Casamance sería el mentón. Cada vez que habla se mueve.

Es complicado, es un resultado del sistema colonial. Senegal, al norte, fue colonizada desde 1954 por Francia, mientras que el sur, situado entre Gambia y Guinea-Bisáu, fue colonizado por Portugal. Como ocurre tantas veces, hay acuerdos entre los colonialistas, intercambios de territorios, así fue como Portugal cedió a Francia la Casamance a cambio de otras posesiones.

En adelante, Francia se debía ocupar de ese territorio, que luego «pegó» a Senegal. Pero ese territorio, especialmente la baja Casamance que bordea el Atlántico, nunca fue un reino o un imperio. Los historiadores de la zona hablan de «anarquía organizada», porque cada aldea tiene su rey o su reina, cuando es atacada es defendida por toda la gente apta de la aldea, era una zona con una gran población. Nunca hubo un ejército único.

Como dato histórico te diré que hasta 1920 la conquista de esas tierras nunca fue culminada porque había que conquistarla aldea a aldea. Los habitantes que viven allí, que en su mayoría son de la etnia y sociocultura joola, es gente que son guerreros y que defienden ferozmente su independencia. Las otras partes, lo que llamamos la alta y media Casamance, formaban parte de un imperio más grande que se llamaba Gabón, tenían un rey y batallaban en favor de él.

Durante años el gobernador de Dakar, que antes estaba en St. Louis, dominaba la Casamance. Pero los habitantes, particularmente de la baja Casamance, siempre estimaron que eran un territorio aparte, querían su propia independencia, no estar sujetos al gobernador de Dakar. El mito fundador de la rebelión en Casamance de 1982 fue también la existencia de un acuerdo escrito que estipulaba que la Casamance y Senegal iban juntas a la independencia y si tras 20 años la Casamance no encontraba su espacio y comodidad, podía poner en juicio el acuerdo y tener su propia independencia.  

No había mucha negatividad sobre Senegal, pero cuando estalla la guerra en Casamance la vitrina se rompe.



Pero Senegal no es Sudán, no es la República del Congo, siempre ha sido una especie de vitrina, un país internacionalmente más homologable a la democracia.

Cierto, es así como se sentían los senegaleses, gozaban de una libertad de opinión relativa pero significativa, podías decir casi lo que querías sin ser detenido, como ocurre en muchos países de África. Desde 1983 hubo un proceso de apertura, si querías crear un partido o un periódico, podías hacerlo, podías hacer propaganda religiosa o étnica.

Siempre fue presentada como una vitrina, nuestros amigos de otros países de África decían al leer la prensa: «En mi país escribes eso y desapareces al día siguiente». No había mucha negatividad sobre Senegal, pero cuando estalla la guerra en Casamance la vitrina se rompe. Senegal dijo que no era una guerra, que nadie debía inmiscuirse, que era un problema interno. Durante décadas le llamaron «Le problème», estaba prohibido hablar de guerra o conflicto armado.

Como africana, en un continente plagado de guerras olvidadas, con fuegos azuzados desde fuera y millones de muertos, ¿cómo viven el hecho de que ahora sí se diga que hay una «guerra de alta intensidad» en Ucrania?

Con un sentimiento de frustración. De la guerra en Casamance y de tantas otras guerras en África dicen que es una guerra de baja intensidad, ¡como si no viviéramos las consecuencias de esas guerras intensamente! Tantas muertes, tanto sufrimiento, tanto desplazamiento de poblaciones, tanta pérdida de valores... Parece que algunos creen que no vivimos la dureza de esas guerras.

Los occidentales dicen que nuestra guerra es de baja intensidad, que no molesta. ¿Por qué? Porque no perturba las rutas del petróleo, del oro, de los minerales raros, porque no impacta la vida de los europeos, por eso nos dejan olvidadas. Hay otras guerras africanas que les interesan más. Por ejemplo, la RDC, que es casi como un continente, con enormes bosques, muy pocas carreteras, pueden azuzar una guerra, mandar unos cascos azules y mantener la atención allí mientras explotan los recursos de otros territorio. Mira los bosques del sur del Congo, o en Kivu, y verás explotaciones de minerales que casi nadie conoce y al lado ciudades con casas de cartón, sin agua potable, con poblaciones enormes malviviendo. Pero eso no es grave. Hay mucha hipocresía por parte de Occidente.

En Casamance, las mujeres siempre han jugado un rol especial en la resolución de los conflictos, históricamente.



Las mujeres siempre son las primeras víctimas: violaciones, sostener la familia, desplazarse hacia zonas seguras. Dice que hay que caminar con los dos pies, que no es solo trabajar por la paz, con el otro pie hay que cambiar el estatus de la mujer, reforzar su rol de líder en la comunidad.

Eso es lo que nos guía. En Casamance, las mujeres siempre han jugado un rol especial en la resolución de los conflictos, históricamente. ¿Por qué? En la baja Casamance el cultivo del arroz es clave y muy abundante. Es lo que comemos, los que utilizamos en nuestros rituales. Son las mujeres las que lo cultivan. Siempre ha habido batallas entre las aldeas en torno a los límites de los arrozales. Hay mucha población y las tierras no son extensibles. En nuestra cultura, cuando había luchas entre aldeas, cuando una mujer se interpone entre las partes, aunque sea una mujer de la aldea a la que nos enfrentamos, la guerra debe parar. No se puede herir a la mujer, es sagrada, da la vida. Nuestra lucha viene de esa memoria: ¿Por qué las mujeres no se levantan y ponen fin a la matanza? ¿Por qué no utilizan ese poder?

Para usted es importante que la mujer no se resigne al papel de «víctimas de guerra».

Correcto. Pero hacía falta reavivar ese fuego, darles coraje, revivir esos valores positivos. Era importante que las mujeres se implicasen para llegar a la paz. Pero para que la paz sea duradera es necesario que venga de la mano de la igualdad, que la opinión de todas cuente. Hay que preparar a las mujeres para eso. Por eso decimos marchar sobre los dos pies, trabajar por la paz y por una sociedad igualitaria, y para ello hay que reforzar el liderazgo político, económico de las mujeres.

Fundó el movimiento Usoforal, que en idioma joola quiere decir «unamos nuestras manos». Participaron en la negociación de Banjul, en el meollo del acuerdo de paz.

Habían invitado a ciertos miembros de la sociedad civil, sobre todo a los clérigos católicos que estuvieron muy implicados en el proceso. Pero su rol era sentarse y escuchar. En la tercera ronda (Banjul III, 1999) nos dijimos, «vamos a ir y a tomar la palabra». Nos autofinanciamos, una ONG alemana nos apoyó, nos invitaron y fuimos. Hablamos con las partes, con el gobierno y el MDFC (el independentista Movimiento las Fuerzas Democráticas de Casamance), y entre cuatro mujeres escribimos una declaración que leímos en la mesa.

No nos importaba tanto saber de quién es la culpa y quién tiene razón, no fuimos allí para eso, solo queríamos que se parara la guerra, porque estábamos cansadas de dar vida a nuestros hijos e hijas para que fueran matados. Pero a los meses hubo un cambio de régimen en Senegal con Abdoulaye Wade, y dijo que no quería a nadie más en la mesa, que arreglaría la guerra en cinco días. Pero no arregló nada.

¿Cuál es la situación actual, la de una «paz entre guerras»?

Diría que hay una situación de ni guerra ni paz. Aunque haya menos enfrentamientos armados, en nuestro suelo sigue habiendo miles de minas antipersonas, antitanque, y la economía está por los suelos, en un territorio que llamaban el granero de Senegal. Un montón de gente ha huido, se han refugiado en zonas más seguras, en Gambia, en Guinea-Bisáu... Es una paz muy frágil, con muy poca igualdad. En Senegal, dar poder o cierta autonomía a las mujeres solo está en el papel.