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Ni delincuentes ni víctimas: trabajadoras sexuales contra el estigma

Las trabajadoras sexuales son, para algunas, delincuentes a barrer de las calles, para otras, víctimas a rescatar. Pero estas versiones construidas se derrumban cuando hablan ellas. Linda Porn, Ninfa y Carolina Clemente son prostitutas y activistas, y vinieron a Donostia a demoler estigmas.

Carolina Clemente, Linda Porn y Ninfa, en su visita a Donostia. (Jon URBE | FOKU)

Las trabajadoras sexuales han visto cómo gran parte de la sociedad, desde el individuo hasta las instituciones político-jurídicas, les ha patologizado, estigmatizado y censurado sin ni siquiera escuchar lo que las putas tenían que decir. Cómo han insistido en rescatar a mujeres que creían desesperadas, degradadas víctimas del patriarcado, en bienintencionadas hechuras que acaban en más estigma y precarización. Pues bien, el pasado 28 de noviembre, Linda Porn, Ninfa (nombres artísticos) y Carolina Clemente dijeron lo que tenían que decir sin ventrílocuos y rebajada la dosis de moralina. Fue en una ponencia organizada por CATS (Comité de Apoyo a las Trabajadoras del Sexo) en la facultad de derecho de la UPV en Donostia.

Las tres son trabajadoras sexuales y militan en organizaciones como Afemtras, el sindicato Otras o Putxs en Lucha por los derechos laborales y sociales que, por ser putas, les han sido despojados simbólica o directamente. Y hacen pedagogía, mucha, para desestigmatizar el empleo al que dedican parte de sus vidas.

Comenzó Linda Porn presentándose: «Soy prostituta desde hace muchos años y soy mexicana. En México empecé a ejercer el trabajo sexual por la misma razón por la que todo el mundo trabaja: por dinero».

En su historia, como en la de muchas trabajadoras sexuales, se retuercen los renglones escritos por fronteras, colonialismo y Ley de Extranjería. Porque el patriarcado es de todas, pero su patriarcado «es racista», detalló. «El problema con nuestras comunidades, es que han sido devastadas, expoliadas por un proceso de colonización, y ese proceso en algún momento iba a tener consecuencias. Una de ellas ha sido que las personas han tenido que huir de sus lugares de origen para empezar a buscarse la vida en otro lugar; y recursos, porque sus recursos fueron destruidos. Es curioso, porque las personas y los estados-naciones que destruyen, que colonizan, que expolian y que roban a estas comunidades, les niega después la entrada a Europa. ¿No?», cuestionó, con la mirada fijada en las oyentes.

Relató que tuvo que cruzar fronteras «en condiciones deplorables», encontrarse en ellas con «gente muy abusiva», hasta llegar a un sitio donde le cierran la puerta en sus narices. O, en realidad, le muestran únicamente dos puertas a elegir. «Tenemos dos opciones como mujeres migrantes pobres: ser encerradas en un espacio doméstico para servir o estar en el club». Por ello, afirmó que muchas trabajadoras migrantes han encontrado refugio en la prostitución.

«Tenemos dos opciones como mujeres migrantes pobres: ser encerradas en un espacio doméstico para servir o estar en el club»

Linda realizó un complicadísimo viaje para que, al llegar como mujer, migrante y prostituta, la leyeran como víctima de trata de personas. «Es otro prejuicio –señaló– que dice que las mujeres migrantes no podemos tener el trabajo sexual en nuestro proyecto migratorio. Que es imposible. Que las trabajadoras de Abya Yala, migrantes, latinas, como somos analfabetas, solamente podemos ejercer la prostitución porque nos han engañado. Casi como a unas niñas».

«Siempre erre que erre con la trata», protestó. Sostuvo que «la prostitución no es trata» y que el discurso que pretende escobar todo tipo de trabajo sexual bajo el paraguas de la trata hace aguas y supone un gran obstáculo para las prostitutas migrantes, porque oculta el verdadero problema: la Ley de Extranjería.

Las leyes, afiladas; la calle, herida de muerte

Las leyes y la prostitución siempre han tenido una relación complicada. Ninfa lo sabe por su experiencia en el sector. En 1995, el Gobierno de Felipe González despenalizó el trabajo sexual, y cuando Ninfa comenzó a trabajar en la Casa del Campo de Madrid, dos años más tarde, la Policía, por lo menos, era respetuosa. «No incidía en nuestro trabajo ni nos interrumpía cuando estábamos con los clientes», recordó. En aquellos tiempos, lo único que la perseguía «tenazmente», dijo, era –de nuevo– la Ley de Extranjería.

Con la despenalización, el trabajo sexual quedó atrapado en una especie de limbo alegal; «no estaba prohibido, pero tampoco se aceptaba», detalló Ninfa. De todas formas, con la entrada del nuevo siglo, todo comenzó a empeorar.

La patronal del sector, o «los señores de los macroclubes», como los denominó Ninfa, comenzaron a organizarse y, por primera vez, vieron reconocida su condición jurídica. «Algo que no ha sucedido con las trabajadoras sexuales, pese a que en el territorio español había organizaciones que luchaban por los derechos de las trabajadoras», apuntó la ponente.

Comenzaron los hostigamientos policiales contra las prostitutas callejeras con la complicidad mediática, que sostenía que había que «descontaminar» los lugares donde ejercían su trabajo, como la Casa del Campo, recordó Ninfa. Se criminalizó y persiguió a las prostitutas que trabajaban de manera independiente, les expulsaron de sus lugares de trabajo habituales, mientras los dueños de los grandes lupanares se frotaban las manos. «Esto dio pie a la primera manifestación de las trabajadoras sexuales, que salieron a principios de los 2000 a demandar lo que llamamos la negociación del espacio: trabajar sin molestar ni ser molestadas», explicó.

Sin embargo, «siempre han ido cercando el coto y expulsando a las mujeres a sitios donde no pueden ser vistas», lamentó Ninfa, y agregó: «Al alejarnos de los sitios que podían ser más seguros, donde coincidíamos con otras compañeras, hemos sido víctimas de robos, de atracos... porque, las cosas como son, utilizamos dinero físico, somos ese caramelo goloso para cualquier delincuente».

«Por experiencia propia puedo decir que la prostitución callejera es la más autónoma que hay. Nosotras no necesitamos de chulos»

Perdieron seguridad, perdieron dinero con las multas –más desde que entró en vigor la Ley de Seguridad Ciudadana, que prohíbe ofrecer servicios sexuales en la calle– y, tras la pandemia, están a punto de perder la calle. «Tras el confinamiento, la calle está herida de muerte», alertó Ninfa.

Con todo, sin la calle, la consecuencia es, según denunció en Donostia esta trabajadora sexual, que «están ahogando» la prostitución callejera: «Las compañeras van a tener que dejar de ser independientes y trabajar para esa patronal que desde 2004 está reconocida». «Y, por experiencia propia –agregó–, puedo decir que la prostitución callejera es la más autónoma que hay. Nosotras no necesitamos de chulos».

Ponencia que organizó la asociación CATS en la faculdad de derecho de la UPV en Donostia. (Jon URBE/FOKU)
Ponencia que organizó la asociación CATS en la faculdad de derecho de la UPV en Donostia. (Jon URBE/FOKU)

Menos redención, más zorroridad

Carolina Clemente, trabajadora sexual y sicóloga, analizó en su trabajo de fin de grado que el impacto sicológico que provoca el estigma social que cargan las prostitutas. «Una de las maneras de desacreditar a las trabajadoras sexuales en general, y sobre todo a las activistas, es decir que las tenemos muchísimos trastornos», comentó. Pero los trastornos, de haberlos, no los provoca el trabajo sexual, según Clemente. En todo caso, sostuvo la ponente, el principal origen de las afecciones que puede llegar a sufrir una prostituta es el propio estigma.

«El estigma nos afecta en todos los ámbitos de nuestra vida, y que no acaba ni siquiera aunque cambiemos de actividad. Es algo que nos va acompañar el resto de nuestras vidas», aclaró.

Clemente expuso que los prejuicios afectan a las trabajadoras sexuales en tres ámbitos: el autoconcepto, las relaciones con los demás y el trato institucional. Prosiguió con la explicación, punto por punto. «Cómo nos ve la sociedad, cala en la manera en que nos vemos a nosotras mismas. ¿Cómo ve la sociedad a las putas? Como seres sucios, infectados, que no tenemos conciencia de absolutamente nada, que por tanto hay que tutelarnos, que somos personas con muchísimos traumas y que esos traumas nos invalidan. O que no tenemos moral, que somos malas personas», comentó sobre el autoconcepto.

Matizó que, como en el caso de cualquier otra persona trabajadora, el trabajo sexual ocupa tan solo una parte de las vidas de las prostitutas. Pueden ser madres, estudiantes, amigas, tener pareja. «Somos seres humanos y tenemos la misma realidad que tenéis vosotras. Lo que pasa es que la mayoría suele preservar esta realidad y llevan el trabajo en secreto. Y de ahí que lleven una doble vida», contó.

«El estigma nos afecta en todos los ámbitos de nuestra vida, y que no acaba ni siquiera aunque cambiemos de actividad. Es algo que nos va acompañar el resto de nuestras vidas»

Es más difícil escapar de la violencia institucional. La que, como relataba Ninfa, les considera delincuentes e incide en la inseguridad de las trabajadoras, y la que les presume víctimas, como los servicios sociales y algunas ONG. «Muchas asociaciones no nos ven precisamente como sujetos, nos tratan con paternalismo, con condescendencia, desde los estigmas peyorativos. Muchas veces, cuando asistes a un profesional de salud mental, te mide en función de sus prejuicios. Le planteas que tienes un problema en una faceta de tu vida y esa persona siempre tiene que acabar en el trabajo, porque es lo que a ella misma le está generando angustia. Las demás facetas de tu vida se quedan en un segundo plano, cuando para ti pueden ser prioritarias», advirtió Clemente.

La sicóloga concluyó que la receta más efectiva para proteger la salud social y mental de las trabajadoras sexuales es, en efecto, la deconstrucción del estigma. Y lanzó un mensaje al feminismo abolicionista: «Es lo que deberían estar haciendo. Porque, a lo mejor, la solución no es la redención. A lo mejor la solución no es que las putas encontremos a un marido que nos valide socialmente, y nos redima, y nos haga vernos como personas aceptables para la sociedad. A lo mejor necesitamos redes de apoyo, ver que el trabajo sexual es un trabajo. Esto se hace mediante la zorroridad».