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Las baluches exigen el fin de la pesadilla desde Islamabad

Tras atravesar Baluchistán Oriental y recabar numerosos apoyos incluso en Punyab, una protesta liderada por mujeres llega a la capital de Pakistán para pedir el fin de las desapariciones forzosas y el respeto de los derechos humanos. Un campamento en el corazón de Islamabad mantiene el pulso.

Un momento de la protesta a su paso por Punyab. (Baloch Yakjehti Committee (BYC))

Son las madres, las hijas y las hermanas de los desaparecidos y los asesinados baluches. Así se presenta Mahrang Baloch, la médica de 28 años que lidera una multitudinaria protesta sin precedentes en la región. «Somos miles», remata la joven en conversación telefónica con GARA desde el campamento levantado en el centro de Islamabad.

El desencadenante de la que ya se conoce como la Marcha contra el Genocidio Baluche fue el asesinato de un joven el pasado mes de noviembre mientras este permanecía bajo custodia policial. Tras una sentada que duró dos semanas, el grupo decidió llevar la protesta marchando hasta la capital de Pakistán. Enfundadas en los coloridos trajes tradicionales baluches y portando los retratos de sus familiares desaparecidos, recibieron el calor y la solidaridad de decenas de miles durante el camino. También la hostilidad de un régimen que hizo lo que pudo para pararlas.

«Sufrimos todo tipo de agresiones y amenazas, desde el bloqueo de las carreteras hasta abusos físicos y detenciones», recuerda Mahrang Baloch. El pasado 21 de diciembre, un cordón policial les cortó definitivamente el paso a las afueras de la capital pakistaní. Ante la negativa de los manifestantes a disolverse, las fuerzas de seguridad respondieron con palos, chorros de agua y centenares de arrestos.

«Muchas mujeres fueron arrastradas hasta autobuses que las llevaron de vuelta a Quetta (capital de Baluchistán Oeste). Estamos especialmente preocupadas por el estado de varios estudiantes que han desaparecido», asegura la activista. Tras pasar varias horas bajo custodia policial y sufrir torturas, según su propio testimonio, Baloch quedó finalmente en libertad. «Hemos cargado con los cuerpos mutilados de nuestros seres queridos. Somos ya varias generaciones las que hemos visto cosas mucho peores», subraya la joven.

Si bien la enorme exposición mediática que ha conseguido en el país durante las últimas semanas puede servir para protegerla, Baloch asegura estar «mentalmente preparada» ante la posibilidad de pasar ella misma a engrosar la larga lista de desaparecidos. «Hemos llegado a un punto en el que ni las desapariciones forzosas ni los asesinatos pueden pararnos», añade la joven activista.

Al cierre de esta edición, la protesta se mantiene en el corazón de la capital de Pakistán.

Mutilados y en cunetas

«Los cuerpos emergen silenciosamente, como corchos flotando en la oscuridad. Son dos o tres a la semana, arrojados en montañas desiertas o calles vacías. Los brazos y las piernas están rotos; las caras están magulladas e hinchadas; la carne se corta con cuchillos o se perfora con taladros; los genitales están quemados por pinzas eléctricas. En algunos casos, los cuerpos son irreconocibles, rociados con cal o mordidos por animales salvajes. Todos tienen una herida de bala en la cabeza».

Así arrancaba uno de los artículos que le valieron la expulsión definitiva del país en 2013 a Declan Walsh, quien fuera corresponsal en Islamabad de “The Guardian” y “The New York Times”. El irlandés puso el foco sobre una de las plagas con las que Islamabad castiga a su provincia más depauperada y represaliada. Siempre se ha apuntado como brazo ejecutor al ISI, los todopoderosos servicios secretos pakistaníes.

En un informe publicado en enero de 2023, Human Rights Watch acusaba a las fuerzas de seguridad pakistaníes de cometer «graves violaciones de los derechos humanos» que incluyen detenciones arbitrarias y ejecuciones extrajudiciales. Asimismo, la oenegé con sede en Nueva York denunciaba las trabas administrativas utilizadas por Islamabad para impedir el registro y funcionamiento en el país de numerosas organizaciones internacionales.

Mahrang Baloch ha liderado una protesta sin precedentes en la región. (Baloch Yakjehti Committee/BYC)

 

Mientras se sigue esperando a que un organismo internacional pueda conducir una investigación sobre el terreno, la Voz para las Personas Baluches Desaparecidas (VBMP) apunta a más de 7.000 desaparecidos en las últimas dos décadas.

Precisamente, Mahrang Baloch fue encarcelada por primera vez a los 13, cuando protestaba por la detención de su padre, Gaffar Baloch, en 2006 en Quetta. Tras su liberación, Gaffar sería secuestrado nuevamente tres años más tarde en Karachi. La familia no volvió a saber de él hasta 2011, cuando su cadáver apareció salvajemente mutilado en una cuneta. El siguiente en la lista fue su hermano Nasir, a quien se llevaron en 2018. «Aquello fue un punto de inflexión para mí. Quedaba claro que nadie estaba a salvo, que le podía pasar a cualquiera», dice la joven. Tras tres meses de angustia en los que todos temían que Nasir compartiera el destino de su padre, quedó finalmente en libertad. «Nos costó reconocerlo dentro de ese cuerpo famélico y cosido a golpes», rememora Baloch.

Esta mujer menuda de cejas rectilíneas y mandíbula cuadrada se ha convertido en una nueva estrella en el firmamento baluche. Hoy no hablamos de un líder tribal o un guerrillero, sino de una joven anónima sobre la que muchos de los notables de la región, e incluso los mulás, guardan un silencio tan prudente como revelador. Saben que la sociedad baluche, tradicionalmente conservadora y tribal, está cambiando a manos de una nueva generación que se abre camino a través de plataformas como la Organización de Estudiantes Baluches (BSO Azad) o el Comité para la Unidad Baluche (BYC), que ha impulsado esta protesta.

Aunque desde una posición mucho menos visible, Saída Baloch, una baluche de 45 años que trabaja para una oenegé que prefiere no identificar, ha sido otra de las artífices de la protesta. Además de sumarse a la marcha a su paso por Quetta, se ha dedicado a recaudar los fondos necesarios para ofrecer alimento y abrigo a los participantes. Sus razones para implicarse son poderosas: su marido fue asesinado a tiros dentro de su vehículo en 2011, y su hermano y sobrino llevan desaparecidos desde 2021. Volviendo al presente, dice que la iniciativa ha sido un éxito «a pesar de la violencia a la que se tuvo que enfrentar en Islamabad».

«Las mujeres han tomado las calles, muchas de ellas pasando noches bajo cero con sus bebés. No se me ocurre imagen más elocuente de la determinación de nuestra gente», dice Baloch.

«Enemigos de la humanidad»

No era la primera vez que los y las baluches marchaban hasta la capital de Pakistán para protestar por las desapariciones forzosas. En octubre de 2013, una iniciativa germinada en el campo permanente de protesta de Quetta acabó convirtiéndose en una marcha a pie hasta Islamabad liderada por un hombre de 72 años al que se conocía como Mama Qadeer (mama significa «tío» en urdu). El cadáver de su hijo había aparecido tres años atrás a ochocientos kilómetros de Quetta, donde fue secuestrado. Tenía dos disparos en el pecho y uno en la cabeza, quemaduras de cigarrillos en la espalda, una mano rota y marcas de tortura por todo el cuerpo.

Las cifras de la Gran Marcha por los Desaparecidos –así se la bautizó– fueron tan impresionantes como aterradoras: 2.800 kilómetros en 106 días durante los cuales aparecieron 103 nuevos cuerpos sin identificar en tres fosas comunes.

«Lo que diferencia a ambas protestas es la gran participación de las mujeres en esta última y, sobre todo, su liderazgo», explica por teléfono desde Noruega Kiyya Baloch, periodista y analista de la cuestión baluche. «La marcha se ha convertido ya en un movimiento. No solo ha tenido un gran apoyo en Baluchistán, sino que también se han movilizado por primera vez los baluches que viven en Punyab, tradicionalmente más silenciosos», subraya el experto. También destaca el apoyo recibido desde Tahafuz, el movimiento pastún fuertemente represaliado en Pakistán, así como el de personalidades de talla internacional entre las que se cuentan Malala Yousafzai, Gretha Thunberg o Mohamed Hanif. El reconocido novelista británico-pakistaní hizo pública su renuncia a un premio recibido en 2018. «No puedo aceptar esta distinción de un Estado que secuestra y tortura a sus ciudadanos baluches», escribía Hanif en su cuenta de X (antes Twitter).

De entre las miles de mujeres de la marcha, probablemente pocas hayan tenido que enfrentarse a un desafío tan grande como Makah Marri. A sus 80 años, sigue siendo un rostro presente en todas las protestas por los desaparecidos. En su caso fue su hijo, Shahnawaz Marri. No ha vuelto a saber de él desde que se lo llevaron en 2012. «La que sufrimos los familiares de los desaparecidos es una tortura mental diaria», denuncia Marri por teléfono desde Islamabad.

Las imágenes de la anciana, levantando la foto de su hijo sobre su cabeza o siendo atendida en el suelo tras desfallecer en Punyab, se han hecho virales. Hoy aprovecha la conversación para pedir al resto del mundo atención y apoyo para su causa. Los «enemigos de la humanidad», recuerda, no solo se llevaron a su hijo, también al padre de sus nietos.