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Lawfare, barro y viralidad; algunas lecciones vascas

Siga o no Sánchez, la izquierda española solo podrá competir con la derecha si democratiza el Estado. Su decisión señala tres fallas (la judicial, la política y la mediática) en que el PSOE también tiene mucho que reflexionar.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, en el debate electoral de julio de 2023 (Pierre Philippe MARCOU | AFP)

Resulta inútil elucubrar sobre lo que pasa por la cabeza, y las tripas, de Pedro Sánchez en estos momentos. Pero más allá de lo que decida el lunes, la situación creada retrata un caldo de cultivo en que la derecha siempre va a engordar más que la izquierda. Euskal Herria sirve para extraer algunas lecciones, por pasiva o por activa.

La quiebra más evidente es la judicial. Es el tentáculo del Estado profundo por excelencia, donde la Guardia Civil puede condicionar con sus informes y la Audiencia Nacional –o un juez de ciudad, o de pueblo– con sus decisiones interesadas políticamente. No es que lo haya hecho ahora, lo hace a diario en Euskal Herria hace décadas y ahora también en Catalunya.

No hace ni una semana que Dignidad y Justicia provocó un movimiento judicial contra Arnaldo Otegi en el último día de campaña electoral, con la mera presentación de una querella, sin pruebas. Seguro que a Pedro Sánchez le suena el procedimiento. Antes, hace un par de décadas, fue un ministro de Justicia del PSOE el que defendió «construir imputaciones» contra ciudadanos vascos. La democratización del espacio judicial sigue pendiente cuando va a hacer medio siglo que murió Franco.

El «fango» que ha citado Sánchez se hace patente en el juego político. La bronca permanente ha usurpado todo el debate de ideas en las Cortes españolas. Le interesa a la derecha, es su estilo aquí y allá donde se mire, pero el PSOE también ha caído en la trampa: hoy en el epicentro de esta crisis está Begoña Gómez, pero hace apenas un mes la vicepresidenta María Jesús Montero señaló en el Congreso a la mujer del líder del PP por unas subvenciones de la Xunta. Diputados vascos se han declarado abochornados tras algunos de los últimos plenos de control: vergüenza ajena, claro está.

La reciente campaña vasca ha tenido un debate de propuestas aceptablemente sano. Algunos dirán que aburrido, que Pradales solo es un Urkullu más joven y que a Otxandiano le falta rasmia. Bendito aburrimiento comparado con la España que ha convertido su Congreso en una mezcla de ‘Sálvame’ y ‘El Chiringuito’.

Hay otra parte del problema que es mediática. Y no es exclusiva del Estado español, obvio, sino tendencia global. Cualquier observador imparcial entendía que la apertura de diligencias contra Gómez es un fake judicial de manual, que no tendrá mayor recorrido. Pero el fake también da clics y likes, así que pocos medios se resistieron a rebotar la noticia de que la mujer de Sánchez era «investigada».

Hasta Efe corrió detrás de ‘El Confidencial’. NAIZ fue excepción, no estuvo en esa marea que siempre termina arrastrando todo. Y en todo caso hubiera titulado por el verdadero protagonista de la maniobra: Manos Limpias como perpetrador, no Begoña Gómez. Manos Limpias surgió, cómo no, para enredar en Euskal Herria: una de sus primeras embestidas fue contra Juan María Atutxa por no disolver el grupo parlamentario de la izquierda abertzale. Su creador fue un abogado vizcaino ex de Fuerza Nueva.

Quizás sea ingenuo apelar a la responsabilidad profesional en este estercolero político-judicial y en unos tiempos en que ganar audiencia marca la pauta. Pero más ingenuo es pensar que en ese terreno de juego la derecha no acabará ganando.