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Entrevista
Andrea Jaurrieta
Cineasta

«Cuando hablamos de abusos sexuales muchas veces tendemos a hacerlo en abstracto»

Nacida en Iruñea, en 1986, debutó en el mundo del cortometraje y el video arte en 2008, atesorando una amplia trayectoria en ambos campos. En 2018 estrenó su primer largometraje, ‘Ana de día’, que le valió una nominación al Goya como directora novel. Ahora llega a las salas su segundo filme, ‘Nina’.

La directora iruindarra Andrea Jaurrieta. (Gorka RUBIO | FOKU)

Protagonizada por Patria López Arnaiz y Darío Grandinetti, ‘Nina’, evoca bajo la égida del western en su versión más clásica, el retorno de una hermética joven al pueblo en el que creció. Su móvil, la venganza; su deseo, resolver un episodio traumático de su adolescencia.

‘Nina’ está inspirada en la obra teatral homónima de José Ramón Fernández. ¿Cómo fue el proceso de adaptación?

La obra me gustó mucho cuando la leí. Me gustaron los ambientes que describe y también esos personajes, un poco al margen, con sus sueños perdidos… Pero lo que no me terminó de encajar fue el final con esa Nina, rota por dentro, que es capaz de perdonar a su agresor. Ese final, y el propio personaje, están inspirados en ‘La gaviota’ de Chéjov. Entonces lo que hice fue coger cosas de ambos textos, tanto del de Chéjov como el de José Ramón y a partir de ahí construir una Nina que no vuelve a su pueblo a perdonar sino a vengarse. En ese giro de los acontecimientos radica fundamentalmente mi apuesta de reinterpretación.

«Siempre he pensado que la imagen cuenta mucho más que las palabras, que los paisajes o el silencio dan mucha más información de los personajes que los diálogos»

Esa idea de venganza y el modo en que está representada hacen de ‘Nina’ una suerte de western contemporáneo. No sé si fue algo deliberado el flirtear con dicho género.

El caso es que cuando leí el texto le puse un mensaje a José Ramón Fernández comentándole: ‘Oye pero esta Nina es un poco John Wayne, ¿no?’. Y él me respondió mandándome un archivo con la música de Centauros del desierto. Y claro, te paras a pensarlo y en el hermetismo del personaje, en su regreso al pueblo que había sido su hogar y en el modo en que se relaciona con los otros personajes, hay unos arquetipos muy de western que me pareció oportuno exprimir para hacer una relectura en clave contemporánea de una historia eminentemente clásica.

Pero ese arquetipo que comenta es un arquetipo indiscutiblemente masculino, porque en el western clásico más allá de algunos filmes como ‘Johny Guitar’, al que rendís homenaje en la película, apenas hay referencias para construir un personaje femenino como Nina, que es una mujer fuerte, resuelta…

Sí, la verdad es que este tipo de perfiles abundan más en el western contemporáneo o en aquellas aproximaciones al género que han hecho directoras como Kelly Reichardt con ‘First Cow’ o Jane Campion con ‘El poder del perro’. Pero a mí me interesaba más anclar mi relato en un cierto clasicismo, de ahí esa referencia a ‘Johny Guitar’ que comentas. Es un filme que me inspiró, al igual que ‘Duelo al sol’, que también tiene un personaje femenino muy potente. En el fondo se trataba de coger un arquetipo que, como tú apuntas, resulta muy masculino y darle una vuelta haciendo que fuera una mujer la que lo encarnara. Eso me atraía mucho.

Siendo una historia con un fondo de violencia muy acusado, hay, sin embargo, pocas escenas explícitas. Existe como una invitación, por su parte, a que sea el espectador el que complete el relato elucubrando sobre las motivaciones de los distintos personajes y, singularmente, de Nina.

Es que siempre he pensado que la imagen cuenta mucho más que las palabras, que los paisajes o el silencio dan mucha más información de los personajes que los diálogos. Por eso tiendo a huir de lo explicito, porque entiendo que el espectador es alguien lo suficientemente activo e inteligente como para ir uniendo piezas y, a partir de ahí, determinar si la venganza es, o no, la solución.

(Iñigo URIZ | FOKU)

No deja de ser curioso, sin embargo, que la narración esté llena de elipsis pero que llegado el momento de evocar ese episodio del pasado que motiva las ansias de venganza de Nina, opte por mostrarlo de una manera explícita. ¿Le dio miedo dejar espacio a la ambigüedad ahí?

Para mí era muy importante mostrar ese momento, porque cuando hablamos de abusos sexuales muchas veces tendemos a hacerlo en abstracto sin darnos cuenta del fondo de desigualdad que subyace en este tipo de situaciones incluso cuando, de entrada, existe consentimiento. Por eso quería mostrar ese momento del pasado de la protagonista, porque es el punto que desata ese trauma y, sobre todo, quería que quedase claro que ahí no hay una relación de igual a igual. Me daba un poco de miedo que el espectador pudiera romantizar la relación que hay entre Nina y Pedro.

Y, sin embargo, pese a que la idea de venganza planea en todo momento en el ánimo de la protagonista, en el desenlace del filme vuelve a apostar por la ambigüedad.

Obviamente no voy a contar el final de la película, pero sin desentrañar nada te diré que quería un final que interpelase directamente al espectador para que este, con toda la información recibida, pudiera decidir dónde se posiciona. Más que un final ambiguo creo que se trata de un final abierto.

De todos modos, el filme se sostiene sobre unas tensiones muy evidentes. Por ejemplo, esa atmósfera opresiva que confiere a un paisaje costero que, sobre el papel, es un escenario liberador. ¿Cómo trabajó el tema de las localizaciones?

Volviendo al western clásico, si te fijas, en la mayoría de esas películas prima un paisaje desértico que, a pesar de su amplitud, termina por resultar opresivo en la medida en que empequeñece a los personajes. Partiendo de eso, y trabajando muy estrechamente con el director de fotografía, el hecho de desarrollar el relato desde la mirada de los diferentes personajes, nos hizo enfatizar ese clima asfixiante que comentas.

«Muchas veces presuponemos pero preferimos no saber; en otras callamos o, directamente, no preguntamos. Y este tipo de situaciones, si no se hablan se normalizan»

De hecho, y ese es otro elemento muy de western, en ese pueblo al que vuelve Nina impera una suerte de ley del silencio que convierte a sus habitantes en cómplices de aquel episodio de violencia que vivió la protagonista en su adolescencia. Todos saben pero todos callan.

Exacto, y yo creo que es en ese silencio cómplice donde más nos podemos reconocer todos porque, muchas veces, por ignorancia o por no querer entrar en conflicto, preferimos mirar para otro lado. Muchas veces presuponemos pero preferimos no saber; en otras ocasiones callamos o, directamente, no preguntamos para no tener que mojarnos. Y este tipo de situaciones, si no se hablan se normalizan. En el momento en que se ha empezado a hablar de ellas, nuestra mentalidad ha ido cambiando y eso nos ha hecho mejorar como sociedad aunque, obviamente, todavía queda mucho por hacer. Pero me interesaba también hacer esa diferenciación entre pasado y presente.

Aún peor es que esa complicidad silenciosa propicie no solo el castigo a la víctima sino el reconocimiento social del depredador, porque el silencio lleva al olvido y el olvido a la no reparación…

Totalmente de acuerdo. Además, el personaje de Pedro es un señor que ha ido creciendo como escritor y que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un autor reconocido que para el pueblo es motivo de orgullo, de ahí que lo homenajeen sin reparar en lo que hizo en el pasado. Esto pasa muchísimo y a mí me interesaba también trazar ese vínculo entre las tensiones de clase y la desigualdad que hay en la relación que mantienen Pedro y Nina.

¿Y cómo trabajó todos esos elementos de complejidad con los actores? ¿Tuvo claro desde el primer momento a los dos protagonistas?

Con Patricia tuvimos muchos ensayos porque el desarrollo de su personaje en el guion venía explicado en las acotaciones donde se contaba lo que ella sentía, pensaba, etc. Yo necesitaba una actriz que transmitiera, al mismo tiempo, fortaleza y fragilidad y que lo hiciera desde el gesto, desde la mirada. Y Patricia tiene todo eso. El trabajo con ella fue fácil pero, a la vez, soy consciente de que es muy difícil lo que ella ha hecho en esta película. Y luego Darío Grandinetti la verdad es que fue super generoso. Yo tenía muchas dudas, no tenía a nadie claro para el papel de Pedro, quería a un actor de edad intermedia que pudiera dar matices al personaje. Y la verdad es que le mandé el guion, me reuní con él en Madrid y, tras estar un rato hablando, lo vi muy claro.