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¿Realmente el mundo tiene un «reto demográfico»?

El crecimiento de la población mundial dejó de ser una preocupación política hace tiempo, a pesar de que el impacto humano tiene un peso desproporcionado en el planeta. En el resurgir de las políticas natalistas influyen varios factores entre los que los económicos tienen un importante peso.

Vacas en una macrogranja (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

Esta semana el Consejo de Asesores Económico del presidente de EEUU decía que la baja fertilidad crea «obstáculos para el crecimiento económico y la sostenibilidad fiscal». Últimamente, proliferan declaraciones de este tipo. Incluso los programas electorales de PNV y EH Bildu recogían un apartado dedicado a lo que llaman «reto demográfico».

Aunque utilizaban el mismo concepto, la lectura y las propuestas eran diferentes. El PNV apostaba por impulsar políticas natalistas, mientras que EH Bildu apuntaba que el reto tiene que ver más con las condiciones de vida que con las tasas de natalidad.

El concepto de reto demográfico ya se ha fijado como una cuestión políticamente relevante. El problema es que más allá de lo que cada uno entienda sobre la naturaleza de la cuestión y las políticas a implementar, esa noción deja entrever que existe un problema con la cantidad de nacimientos. Hablar de demografía remite a la natalidad más que a las desigualdades de género o a la precariedad laboral, lo que deja el marco de debate completamente escorado.

¿Hay realmente un problema?

Las poblaciones en el mundo evolucionan constantemente y el desequilibrio es lo habitual. Incluso tras grandes cataclismos, como guerras devastadoras, las poblaciones tienden a recuperar el equilibrio. En esa dinámica de ajuste constante, la proporción entre jóvenes y mayores cambia.



Si se disponen las cohortes por edades, con las más jóvenes abajo y las mayores por encima, la población forma una especie de pirámide. Unas condiciones de vida duras aumentan la mortalidad y acortan la esperanza de vida. En esos casos las pirámides suelen tener una base muy ancha y poca altura, como se aprecia en la pirámide navarra de 1900 y en la de la CAV de 1976.

A medida que la alimentación, la higiene y la medicina mejora, la esperanza de vida crece y la natalidad tiende a disminuir, aunque no es un proceso automático. Entonces, la pirámide toma una forma más esbelta, la base se estrecha y crece la altura, hasta tomar una forma más cilíndrica. La pirámide de población vasca está en ese proceso de transición hacia esa forma cilíndrica, como se observa en las gráficas adjuntas. En esa transición no existe peligro de que la población vasca vaya a desaparecer ni a corto ni a medio plazo. Si en el futuro la población se reduce, los que vivan disfrutarán de más espacio y suavizarán la presión sobre el medio ambiente. Desde esta perspectiva, impulsar políticas natalistas tiene bastante poco sentido.



Un mundo superpoblado

Si hacemos caso a Pepe Mujica y analizamos la situación actual desde el punto de vista de la especie, lo que realmente llama la atención es que el mundo está superpoblado y los humanos somos una importante carga para el planeta. El gráfico de la página siguiente representa la masa de todos los mamíferos en el mundo. En él destaca el escaso peso de los mamíferos salvajes, tanto terrestres como marítimos. Por una parte, es lógico, los mamíferos suelen ocupar los eslabones superiores de la cadena trófica y el número tiende a ser menor que el de los animales de los que se alimentan. Sin embargo, la masa de humanos supera en seis veces y media la masa de todos mamíferos salvajes. La especie humana representa una importante carga para el mundo y reduce el espacio vital del resto de especies. Si hay algún desequilibrio es la gran cantidad de personas que en este momento habitan el planeta.

En segundo lugar, es significativo el extraordinario peso que tiene los mamíferos domesticados, criados básicamente para alimentar a la especie humana. Su masa es 1,6 veces mayor que la de los humanos. En conjunto, humanos y animales domésticos representan el 94% de todos los mamíferos de la Tierra, lo que hace que la huella humana sea extraordinaria.



Esa enorme masa humana necesita, además de alimento, vivienda, transporte, vestido, etc., ejerciendo una presión tremenda sobre los recursos del planeta. Cuanto más espacio se emplea en alimentar a humanos y en criar a los animales domésticos, menos espacio queda para el resto de especies, y en consecuencia la biodiversidad desaparece.

La presión sobre los materiales también enorme, aunque muy desigual. En 2008 New York Times publicó un artículo en el que apuntaba que la gente de los países industriales gasta 32 veces más materiales que la del Sur global, lo que significa que el actual estilo de vida es destructivo para el planeta, como atestiguan el cambio climático, la contaminación o la crisis energética.

Los límites físicos del planeta determinan la cantidad total de humanos que pueden vivir a lo largo del tiempo. Este punto debería llevar a pensar que a lo mejor es más inteligente que la gente vaya naciendo poco a poco, que en cada generación vivan menos gente que ahora, de modo que la especie humana pueda alargar el uso de los materiales y estirar su existencia en el tiempo en el planeta azul.  

¿De dónde viene esta obsesión por la tasa de natalidad?

A pesar de la enorme presión que la población humana ejerce sobre el planeta, la superpoblación dejó de ser una preocupación internacional en cuanto las tasas de crecimiento de la población mundial se moderaron a finales del siglo pasado. Ahora el interés se ha trasladado al otro extremo: asistimos a una vuelta políticas natalistas. Es posible que en este cambio hayan influido cuestiones diferentes: el racismo europeo que teme que el color de su tez se pierda en una amalgama indefinida; el ascenso del feminismo al que la extrema derecha enfrenta impulsando políticas antiabortistas y natalistas.

En este sentido no se puede olvidar la presión de las necesidades objetivas del capitalismo. Es lógico que un sistema económico que postula el crecimiento infinito llegue a la conclusión de que para poder realizar la producción suplementaria sea necesario que haya más gente en el mundo. Hace más de un siglo "La acumulación del capital", un trabajo pionero escrito por Rosa Luxemburgo ya advertía de que el análisis de Marx sobre la reproducción ampliada del capital había dejado sin una solución clara a un aspecto importante: una producción en constante expansión no «cabía» en el capitalismo. Luxemburgo apuntó que una producción ampliada necesitaba un medio ambiente exterior que sirviera, por una parte, para atender los requisitos de las nuevas inversiones, esto es, que permitiera extraer materias primas, que proporcionara nuevos trabajadores, el famoso ejército industrial de reserva, y nuevas tierras. Por otra parte, para la realización de la plusvalía el capitalismo también necesitaba consumidores al margen del sistema. Más tarde, Keynes también intuyó que había un problema con la realización del plusproducto. Para resolverlo propuso que el Estado aumentara el gasto público, añadiendo de este modo nueva demanda que absorbiera el aumento creciente de producción.

No es difícil darse cuenta de que todas esas vías que ha utilizado el capitalismo para abastecerse y realizar su producción se están agotando: cada vez hay menos periferia a la que colocar los productos, el gasto público ha generado una gran deuda pública, los recursos naturales son cada vez más difíciles de extraer, etc. Y la competencia capitalista se ha hecho mucho más enconada con la aparición de nuevos actores como China que pugnan por los mismos recursos.

De modo que para mantener la producción de plusvalía en constante expansión, el capitalismo necesitaba ampliar mercados. En ese esquema expansivo entra la ampliación de los sectores a privatizar, la transición energética y sus requerimientos de nuevos productos y minerales, la lucha contra el cambio climático y la producción de bajas en emisiones, y como no, la necesidad de que la población mundial siga aumentando. La locomotora exige más madera, y de toda clase.