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Un vendaval exógeno no equiparable con un cambio de rumbo en Ipar Euskal Herria

Los resultados de las elecciones europeas, por sus extraordinarias implicaciones, merecerían un tiempo de reposo, pero el maestro de los relojes ha disuelto la Asamblea Nacional. Un todo o nada para zafarse del olor de la derrota y trasladar las responsabilidades a hombros de los electores.

Electores preparan su voto en dos cabinas de un colegio electoral, el 9 de junio en Baiona. (Patxi BELTZAIZ)

Hasta bien entrada la década de los 90 del siglo pasado, el Frente Nacional (FN) era una «rara avis» en la vida institucional del norte de Euskal Herria.

Sin embargo, ayer domingo, una versión más frecuentable del artefacto lepenista, Rassemblement National (RN), se ha convertido en la fuerza más votada.

Un fotograma inquietante a no confundir, sin embargo, con un giro de guion en un país que, de modo más intenso en la última década, ha protagonizado una mudanza tranquila pero sostenida de su piel electoral. Y no precisamente en la dirección a la que apunta RN.

A modo de justicia poética, la localidad de Biarritz, en cuyo Consejo Municipal se estrenaron los electos de ultraderecha, se ha zafado, esta vez, del estigma. Ha sido una de las pocas localidades vascas de su relevancia que no han otorgado el primer lugar a la extrema derecha.

La ola azul marino ha encontrado puerto incluso en localidades tradicionalmente ancladas a la izquierda, como Hendaia. En todo caso, ha sido el espacio centrista el que se ha visto amonestado más duramente por haber cedido el timón a Macron. A destacar, en este sentido, los datos de Kanbo. Y como excepción, Donibane Garazi.

Recuerdo haber asistido a varias ruedas de prensa de ambiente semiclandestino convocadas por el Frente Nacional en el Hotel Amatcho de Baiona.

Sus propuestas, que ya encandilaban al electorado en el sur mediterráneo, se evidenciaban fuera de lugar en Ipar Euskal Herria, por más que sus interlocutores coquetearan con argumentos admirativos sobre el valor de la cultura, la tradición y «la desconfianza hacia el que viene de fuera» que atribuían a este pueblo que baila al pie de los Pirineos.

«Del grupúsculo que salía a la luz con alguna que otra rueda de prensa en un viejuno hotel de Baiona la ultraderecha ha pasado a ser la opción más votada en un escrutinio muy especial»

¿Qué ha ocurrido para que tras ese largo desmarque territorial el dique no haya aguantado tan bien como se las prometía el oleaje en estas europeas tan predispuestas, por lo demás, al azote al gobernante de turno?

La cuestión tiene su miga y obliga a perder miedo a la desnudez, ya que remite a una reflexión en todas las capas, para hablar de los daños colaterales de la globalización, de las consecuencias de las reformas neoliberales que precarizan las vidas, del bombardeo de información de dudosa o nula calidad que combinado con la dictadura del algoritmo deforma al extremo la capacidad de decisión consciente.

Si la ultraderecha ha pasado de ser un grupúsculo parapetado en un hotel viejuno a hacerse con una plaza céntrica en la capital labortana, habrá que reflexionar.

Si una marca política gana una elecciones sin necesidad de llevar a un solo habitante de Euskal Herria en sus listas, habrá de reflexionar.

Si se planta como primera fuerza no ya en escenarios propicios como Angelu, Mugerre o Donibane Lohizune sino en localidades gobernadas por abertzales, como Urruña, Uztaritze, Hiriburu o Itsasu, habrá que reflexionar.

Sin embargo, reforzar las ágoras de la política precisa de tiempo y voluntad. Y aquel que, por escalafón, tiene una responsabilidad mayor en esta inundación parda que solo ha sido una sorpresa por su dimensión ha optado por meter la quinta velocidad.

Al borde del precipicio, Emmanuel Macron ha ensayado un cambio de marcha arriesgado, no tanto para él como para el conjunto de la sociedad.

Una disolución de la Asamblea Nacional es todo menos una decisión improvisada, toda vez que los resultados han calcado la victoria atribuida por las encuestas a Jordan Bardella.

Lo más fácil sería creer que el objetivo de poner las urnas en el plazo imposible de tres semanas es atraer al campo de la virtud a esas personas que no han acudido a las urnas o incluso a quienes, por razones diversas y no todas confesables, han cedido a pulsiones emocionales, que van de la rabia, al miedo, del hastío por el «esto es lo que hay» a la adicción al que «que pase algo ¡ya!», y han seleccionado en la cabina de votación la papeleta de RN.

Hablar de abstención tampoco es un argumento creíble, porque ocurre que hay que remontarse a 1994 para encontrar una tasa de participación tan alta en unas elecciones europeas en el Hexágono, donde el domingo votó e 51,83% del censo.

Y porque también resulta que en la primera vuelta de las elecciones legislativas de 2022 solo acudió a la cita para renovar la Asamblea Nacional el 52,49% del electorado.

Entonces Macron optó por situar los comicios un mes después de su reelección buscando un efecto arrastre que no le dio, sin embargo, la ansiada mayoría absoluta.

Así las cosas, la Cámara Baja se dividió en tres bloques y su gestión ganó en una complejidad que Macron resolvió acentuando su intervencionismo, en claro menosprecio a la labor parlamentaria y al pulso de la calle contra sus reformas.

Los electores acudirán los días 30 de junio y 7 de julio a las urnas en unas elecciones convocadas, ahora, casi a modo de castigo, o si se prefiere de oportunidad de redención.

Que cada cual reflexione sobre si tal estrategia es compatible con la necesidad de un ensanchamiento democrático. O si se trata simplemente de otro baile ante el acantilado.

El plan que baraja Macron parte de una premisa, que está en sus manos, como es la de recrear un bloque de nostálgicos de 2017, al que se incorporarían los restos del naufragio de la derecha republicana y también las almas templadas del socialismo y el ecologismo político.

Un reset que ya buscó al transformar La République en Marche en Renaissance pero que, hasta la fecha, no le ha dado frutos. Está por ver que dando aires de plebiscito a los comicios legislativos llegue esta vez a buen puerto.

En tres semanas, calcula Macron, esa izquierda tan propensa a autolesionarse no logrará la unidad que le permita hacerse creíble ante el electorado.

Salvo que saque del cajón la plantilla de 2022, en la que pactó circunscripción a circunscripción el reparto entre insumisos, socialistas, ecologistas y comunistas, le aplique las correcciones precisas y se centre en ofrecer un acuerdo a la altura del desafío histórico que se plantea.

Si no hubiera sido porque la organización interna de la Asamblea Nacional se conjuró para exaltar su disgregación, la Nupes podría haberse rodado como principal grupo de la oposición y reivindicarse hoy como alternativa. Macron, su mayoría insuficiente y unos medios abonados a la falta de honestidad prefirieron hacer líder de la oposición a Marine.

«Macron busca compañeros para un imposible viaje de regreso a 2017, y la izquierda suspira por un Frente Popular. El abertzalismo tiene una valiosa experiencia en adaptar las prácticas a los desafíos»

En la batalla legislativa, el modo de escrutinio ejerce de filtro –cada vez menos eficaz, cierto– para dificultar la suma a RN. Plantear un plebiscito solo puede aumentar la frustración que anida en una ola «ultra» que, en Ipar Euskal Herria, tiene un fuerte factor exógeno.

Ello no implica ni ponerse paños calientes ni hacer oídos sordos a la advertencia recibida, porque las prioridades de un territorio obligan al contraste permanente y realista. Y a sopesar los factores ambientales.

Reforzar y actualizar a cada paso la dinámica propia ayuda a mantener el rumbo.