«En la vida todo lo importante está construido a base de detalles»
Alfredo Sanzol (Iruñea, 1972) vive días ajetreados. Como director del Centro Dramático Nacional, acaba de presentar la programación de la temporada 2024/2025, horas antes de aterrizar en Nafarroa para recibir el Premio Príncipe de Viana de la Cultura. Sanzol recibe a GARA en su despacho de Madrid.
Conversador apasionado, sobre todo cuando lo que toca es hablar de teatro, el dramaturgo y director de escena nos abre las puertas del María Guerrero (uno de los templos de la escena madrileña y sede del CDN). Hablamos con él de sus comienzos, de su trayectoria, de su fuerte vínculo con Nafarroa y, de paso, le tomamos el pulso al gran momento que parece vivir el teatro en Euskal Herria. Este sábado, 29 de junio, recibe el Premio Príncipe de Viana de la Cultura en Fitero.
¿Qué supone este premio? No sé si le genera un vínculo adicional con Nafarroa.
Aunque lleve muchos años viviendo y trabajando en Madrid, yo ese vínculo nunca lo he perdido. La conexión emocional con Navarra es grande. Mi familia y mis amigos siguen estando allí y en todos estos años he viajado muchísimas veces a Iruñea con mis montajes. Aparte, muchas de mis obras se nutren de las historias que he vivido allí, de la memoria y también del presente. Con lo cual es un puente que sigo transitando.
¿Qué lugar ocupa Iruñea en el despertar de su vocación como dramaturgo? Porque aunque es verdad que ya en el instituto hizo cosas, la suya fue una vocación tardía que se consolidó cuando ya iba para abogado, ¿no?
Bueno, la vocación fue temprana. A los 16 años descubrí el teatro, quizá porque, ya antes, era muy aficionado tanto a la literatura como a la actividad física. Esas dos aficiones canalizaron en mi fascinación por el teatro. Lo que ocurrió fue que cuando dije en mi casa que quería estudiar teatro, mis padres me dijeron ‘mejor estudia otra cosa’ y, como siempre me había gustado el tema de lo social, pues acabé haciendo la carrera de Derecho. Y ahí sí que tuve un momento de duda, pero me acuerdo que por esa época pude ver en Iruñea un montaje de ‘La clase muerta’ de Tadeusz Kantor y aquello me refrescó totalmente la idea de hacer teatro.
¿Y no creó ningún conflicto familiar el hecho de decidir venir a Madrid para estudiar teatro?
No, porque ya tenía los estudios hechos (risas). A ver, lo que es verdad es que si ahora las profesiones artísticas siguen estando sujetas a mucha incertidumbre, en aquel tiempo, te hablo de principios de los años 90, la situación era peor aún, con lo cual es normal que a mis padres les generase una cierta inquietud que su hijo les dijese que se iba a Madrid para estudiar teatro.
De todas maneras, Nafarroa siempre ha estado en su imaginario, tal y como señala el fallo del jurado, en sus obras prevalece una voluntad de universalizar lo local.
A mí me llamaba poderosamente la atención mi capacidad para disfrutar de ficciones ambientadas en pueblos pequeños y remotos de EEUU y pensaba: ¿por qué no pueden ocurrir estas historias en pueblos de Navarra o de Burgos? En la vida todo lo importante está construido a base de pequeños detalles, muy personales, muy íntimos, casi anónimos a los que rara vez damos importancia y que, sin embargo, son los que nos vinculan al resto de la sociedad. De hecho, una de las cosas más bonitas que he vivido como dramaturgo es encontrarme con gente que me ha dicho: ‘tu obra me ha recordado a esta situación que viví yo o a esta otra’.
«La actividad artística, al menos en el ámbito del teatro, resulta poco recomendable para aquellos que pretendan vivir en una torre de marfil»
¿Hasta qué punto es importante para usted vincular sus textos a un territorio?
Para mí es importante crear un vínculo de imaginario emocional con una realidad muy concreta. A partir de ahí voy ampliando el territorio de la escritura con el objetivo de conocer el misterio que encierra ese paisaje o esa persona. Escribir tiene que ver con el autodescubrimiento y con explorar las emociones que te suscita aquello que te rodea.
¿Siempre tuvo claro el tipo de obras que quería escribir?
Pues no. De hecho, entre 2001 y 2004 viví una especie de travesía por el desierto en la que empecé a escribir varias obras intentando encontrar mi propia voz. Ahí me di cuenta de que cuando más auténtico me sentía era cuando escribía sobre cosas aparentemente banales y sin importancia. Todo eso cristalizó en ‘Risas y destrucción’, que es la obra con la que empiezo a tomarle el pulso a mi estilo a través de historias breves que van formando grandes temáticas.
¿Cómo recuerda sus inicios en la escena independiente?
Todos los que nos dedicamos a esto compartimos un pasado común de bolos, autofinanciación de espectáculos y presencia en salas alternativas. Ese es el recorrido natural hasta que te das a conocer. A mí me sirvió para formar una banda con una serie de actores con los que actualmente sigo trabajando. Aunque luego cada uno de nosotros tiró para un lado, ese vínculo quedó ahí.
Al poco tiempo consiguió entrenar sus obras en el Centro Dramático Nacional con el apoyo de Gerardo Vera. ¿Fue una figura importante en su trayectoria?
Sí, sin duda. Con Gerardo yo empecé como ayudante de dirección. Mientras llevaba a cabo esa labor estrené en la sala Cuarta Pared ‘Risas y destrucción’. Él vino a ver la obra y fue a partir de ahí cuando me encarga ‘Sí pero no lo soy’, que fue mi entrada al teatro profesional, de hecho es la primera vez que cobro un caché por escribir y dirigir teatro. Aparte de eso, trabajar junto a él me permitió conocer el Centro Dramático Nacional y la producción de espectáculos grandes.
Y de la escena madrileña a la catalana, como dramaturgo de cabecera de T de Teatre. ¿Qué aportó esta compañía a su trayectoria?
Trabajar con ellas fue muy importante, porque fue la primera vez que escribí un texto específicamente para unos intérpretes fuera de lo que era mi banda de amigos, por así decirlo. Fue así como surgió primero ‘Delicadas’ y luego ‘Aventura’. Escribir una obra con los actores en la cabeza es algo que he continuado haciendo hasta hace relativamente muy poco y, de hecho, un texto como ‘La ternura’ surgió un poco de ese empeño, como regalo a una serie de intérpretes que me han acompañado en todos estos años.
Justamente quería preguntarle por ese mantenerse fiel al grupo de actores con los que empezó. ¿Qué le aportan esos vínculos de amistad a la hora de levantar un montaje?
Para mí son vínculos muy importantes, porque vas creando unas relaciones de conocimiento vital que, mezcladas con ciertas aspiraciones artísticas, hace que se disparen las posibilidades cuando levantas una determinada obra. Eso no quiere decir que en esa relación todo sea de color de rosa (risas). El desarrollo de los conflictos me parece muy importante tanto en el ámbito de la creación como en el de la convivencia y sacarle todo el provecho a esos conflictos es un poco lo que nutre mi trabajo. En ese sentido, tener un grupo de actores con los que llevas años trabajando es un regalo que posibilita el desarrollo de ese tipo de dinámicas.
¿Lo de gestionar el principal teatro del Estado tras una década de éxito como director y dramaturgo, fue un paso natural?
Todos los que nos dedicamos al teatro al final vamos desarrollando una visión sobre cómo tendría que funcionar un centro de producción como el CDN. A esto se suma que dentro de mí había como una necesidad de servicio, de devolver a la sociedad, a través de la gestión, todo lo que yo había disfrutado del teatro.
«Algo que tenemos que hacer continuamente como sociedad civil es reclamar que la cultura siempre esté en primera línea cuando hablamos de inversiones, por todo lo que nos da»
Una vez, me comentó que no había tanta diferencia entre dirigir una obra y un teatro público.
La actividad artística, al menos en el ámbito del teatro, resulta poco recomendable para aquellos que pretendan vivir en una torre de marfil. Hacer teatro tiene que ver precisamente con lo concreto, con lo material, con levantar proyectos y gestionar recursos. Los grandes autores y directores han venido funcionando así desde la noche de los tiempos. Lo que sí es importante para mí, al menos, es reservar tiempo para el trabajo creativo, es decir para escribir. Y eso lo que te exige es mucha organización.
¿Cómo valora el momento actual de la escena estatal y de la de Euskal Herria en particular?
Estamos viviendo un momento muy importante, muy bueno, con creadores y creadoras con su propio estilo y su propio nombre. Atendiendo a esta realidad, yo siempre reclamo que los políticos y las instituciones apoyen más a la cultura. Es algo que tenemos que hacer continuamente como sociedad civil, reclamar que la cultura siempre esté en primera línea cuando hablamos de inversiones, por todo lo que nos da. Y eso es lo que creo que ocurre con la escena de Euskal Herria, está en un momento óptimo a nivel de creatividad, pero hace falta un apoyo institucional más decidido para acabar de lanzarla.
Antes hemos hablado de sus trabajos en la escena madrileña y en la escena catalana, pero usted también ha colaborado con compañías vascas con montajes como ‘La calma mágica’.
Sí, aquel montaje lo producía Tanttaka y ahí estaban Sandra Ferrús, Iñaki Rikarte, Aitziber Garmendia y, por supuesto, el gran Aitor Mazo. Y también en Navarra hice ‘La importancia de llamarse Ernesto’, con la compañía In Extremis. Por eso, más allá de los montajes que he dirigido en Madrid, para mí todo ese bagaje en otros lugares como Catalunya o Euskal Herria ha sido muy importante.
¿Qué rasgos definiría del trabajo de las compañías de vascas? ¿Qué es lo que llama la atención de los programadores?
Pues justamente yo creo que lo que llama la atención es la pluralidad de propuestas que hay en estos momentos en la escena vasca, con compañías muy diferentes haciendo cosas muy diversas. El año pasado, por ejemplo, tuvimos aquí en el María Guerrero a Kulunka. Son compañías con estilos muy variados y eso creo que es un síntoma de buena salud. Pasa lo mismo con los festivales. En Euskal Herria hay muy buenos festivales de teatro, el Titirijai de hecho es una referencia internacional y nosotros, de hecho, mantenemos una colaboración todas las temporadas con el TOPIC de Tolosa para programar Titereszena. Los festivales teatrales que hay en Euskal Herria reflejan también esa variedad.