«Hay que encontrar una forma de controlar el capitalismo sabiendo que este no va a desaparecer»
Tras cinco décadas de convivencia y más de veinte largometrajes juntos (entre los que se cuentan ‘Marius y Jeanette’, ‘La ciudad está tranquila’ o ‘Las nieves del Kilimanjaro’), acaban de estrenar ‘Que la fiesta continúe’, una lúcida reflexión sobre la imposibilidad de jubilarse como militante.
El de Robert Guédiguian es un cine militante, abiertamente militante, algo que ya (por desgracia) no se estila. Con el paso del tiempo sus películas se han vuelto más esenciales, más despojadas, también menos luminosas y más melancólicas.
Pero ni él ni su inseparable Ariane Ascaride (actriz, esposa y compañera de lucha) arrojan la toalla. En su nueva película, ‘Que la fiesta continúe’, reivindican la necesidad de mantenerse activos en el combate, aunque sea desde la retaguardia y cediendo el testigo a las nuevas generaciones.
En sus películas más celebradas de hace dos y tres décadas, sus protagonistas se reivindicaban en su militancia. En este filme, sin embargo, esos protagonistas, interpretados por los mismos actores, se muestran desencantados, con ganas de seguir en la lucha pero sin herramientas para hacerlo. ¿Hasta qué punto esos personajes reflejan su propio sentir?
Robert Guédiguian: Son personajes que dudan de si ha llegado la hora de iniciar la retirada y la pregunta que me viene a la cabeza es: ¿uno puede jubilarse como militante del mismo modo que abandona su trabajo? Sinceramente, no lo creo.
«¿Uno puede jubilarse como militante del mismo modo que abandona su trabajo? Sinceramente, no lo creo»
Aunque veas llegar a nuevas generaciones con nuevas ideas, nuevas propuestas y con otras formas de lucha, y aunque es probable que no te alcance a ver los resultados de esas luchas, es imposible abandonar tu militancia. Puede que la edad ya no te dé para estar en la vanguardia, pero es importante nutrir la retaguardia porque no hay vanguardia sin retaguardia. La melancolía que se deja sentir en los protagonistas de esta película tiene que ver un poco con eso, ellos saben que si continúan en la lucha no es para estar en primera línea de fuego.
Hay un momento de la película donde, a propósito del activismo, alguien comenta que «necesitamos nuevas caras», a lo que el personaje de Ariane Ascaride responde: «Lo que se necesitan son nuevas cabezas».
Ariane Ascaride: Yo creo que esa frase sintetiza la razón de ser de esta película. Es indudable que hay que buscar nuevas cabezas pero, sobre todo, hay que empezar de nuevo a pensar. Nuestra forma de funcionar, políticamente hablando, se basa en ideas de hace cincuenta años, ideas que carecen de validez en un escenario como el actual. Sin embargo, creo que los de nuestra generación podemos ser muy útiles a la hora de transmitir ese legado a los más jóvenes sin interferir, eso sí, en su pensamiento. Debemos enseñarles a pensar y que luego sean ellos los que encuentren nuevas fórmulas.
R.G.: Actualmente la gran pregunta que nos planteamos muchos es: ¿cómo se puede seguir siendo de izquierdas cuando la hipótesis comunista ha desaparecido? ¿Cómo podemos permanecer fiel a esos ideales de transformación en cada uno de nuestros actos en medio de una sociedad capitalista que se resiste a ser transformada? Es muy difícil mantener esa coherencia sabiendo, además, que en el horizonte no se vislumbra ningún escenario que anticipe una revolución o algo parecido. Hay que encontrar una forma de dominar y controlar el capitalismo sabiendo que este nunca va a desaparecer. Ese es el reto y de ahí la necesidad de que haya nuevas cabezas pensantes.
De hecho, hay otra frase bastante demoledora en el filme que se refiere al estado actual de los principales partidos de izquierda. Es cuando el personaje de Ariane dice: «Solo buscáis sobrevivir vosotros y que sobrevivan vuestras siglas». En este sentido, ¿creen que la izquierda está más preocupada por conservar su legado que por entender el presente?
A.A.: La prueba de eso la tienes en que de cara a las elecciones europeas cada uno de los partidos de izquierdas se presentó bajo sus propias siglas, luego el resultado fue el que fue y tuvieron que apresurarse a formar un nuevo Frente Popular. Todos estos partidos se esfuerzan por sobrevivir individualmente a pesar de que los programas con los que concurren a las elecciones son muy parecidos. Ese individualismo, esa necesidad por afianzar la singularidad de cada quien, al final lo que hace es despejar el camino para el crecimiento de la extrema derecha ya que desmovilizas al electorado y pierdes credibilidad.
No obstante, las nuevas generaciones tal cual las presenta usted en la película también parecen perdidas, con dudas, incertidumbres. No sé hasta qué punto esto se deba a que su militancia sea más emocional que racional.
R.G.: Creo que a las nuevas generaciones hay que saber escucharlas, hay que estar muy abiertos y muy atentos a sus problemáticas porque de estas surgen otro tipo de reivindicaciones. Las dudas que pueden manifestar quizá se deben a su falta de experiencia y ahí sí que podemos ayudarles.
Hay una escena en la película que ejemplifica un poco esto y es aquella en la que el personaje de Darroussin le ayuda a su hija con el discurso que quiere dar. Ella tiene sus propias ideas pero no controla la oratoria y él, su padre, sin entrar a cuestionar esas ideas le hace ver el modo más efectivo de transmitirlas. Ese sería un ejemplo de cómo militar en la retaguardia dejando que los jóvenes asuman la primera línea, ya que el presente y el futuro les pertenece a ellos. Es normal que les importe un bledo lo que decíamos hace cincuenta años, a mí también me importa poco, lo único relevante para mí es que la lucha continúe.
Pero a muchos les puede llegar a incomodar iniciarse en la lucha sintiéndose tutelados por quienes les precedieron.
R.G.: Sí, claro, y es comprensible. Yo no abogo por intervenir directamente en sus acciones, sino por estar ahí por si quieren preguntarme algo. Si no ven necesario que les aconseje, me aparto y sigo mi camino. Creo que esa debería ser la actitud de los viejos militantes. Pero eso trasciende el ámbito de la política, es algo que se manifiesta en la convivencia entre las diferentes generaciones. No obstante, he de reconocer que a veces es difícil hacerte a un lado y permanecer ahí sin intervenir, sobre todo cuando ves que se hacen las mismas preguntas que nos hacíamos nosotros hace cincuenta años.
«Puede que la edad ya no te dé para estar en la vanguardia, pero es importante nutrir la retaguardia, porque no hay vanguardia sin retaguardia»
A.A.: Sí, pero hay que dejar que sean ellos los que se hagan esas preguntas, si te ofreces a apoyarles diciéndoles eso que tú acabas de decir vas a suscitar su recelo (risas). Hay que ser muy listo y, sobre todo, muy humilde.
Más allá de los temas que aborda en ‘Que la fiesta continúe’, la labor de puesta en escena incide en ese tono melancólico que tiene el filme. Da la sensación de que el paso del tiempo le va conduciendo a realizar películas cada vez más esenciales. ¿Es así?
R.G.: Cuanto más mayor te haces, mayor es tu apuesta por la sencillez. Aunque en mis películas aborde temas complejos, cada vez intento hacerlo de una manera más desnuda.
A.A.: Cuando eres joven tienes una voluntad de afirmación, es importante hacerte oír, compartir tu mensaje. Nuestras primeras películas tenían un tono incluso didáctico que buscaba interpelar al espectador. A partir de un determinado momento vino, sin embargo, el reconocimiento, y cuando ese reconocimiento es prolongado, según pasan los años vas teniendo la sensación de que ya no tienes nada que demostrar a nadie con lo que puedes seguir dando la tabarra con los mismos temas pero de una manera mucho más tranquila (risas).
Bertrand Tavernier me comentó una vez que cuanto más mayor se hacía más radical se sentía. ¿Se reconoce en estas palabras?
R.G.: Como cineasta sí, desde luego. Mis películas cada vez son más despojadas y ahí hay una voluntad estética pero también una ética. En el fondo, cuanto más viejo eres más libre te sientes, porque no tiene sentido de que te preocupes de lo que vaya a ocurrir dentro de cincuenta años. Eso no quiere decir que permanezca indiferente a las opiniones que suscita mi trabajo, solo que no las tengo tan presentes como las tenía antes y, como tal, no asumo los riesgos que asumía en mis películas de hace veinte o treinta años.