El mito redescubierto de Anita Garibaldi
Ana Maria Ribeiro no fue solo la pareja sentimental del hombre-símbolo de la unificación italiana, sino también una mujer valiente que dio la vida literalmente para seguir su lucha. Una figura que el fascismo ha modificado a su gusto es recuperada ahora por el cine y una obra teatral reivindicativa.
Estudiar la historia es importante; recuperar a algunos personajes olvidados por la historia, aún más. Todos en Italia y fuera del Belpaese conocen a Giuseppe Garibaldi, «el héroe de los dos mundos», protagonista de la unificación del país transalpino y también de la independencia de Uruguay, por ejemplo. En Francia también ‘Il Generale’ tuvo su importancia cuando durante la guerra contra Prusia entre 1870 y 1871 quiso apoyarles. No le gustaban gobiernos de tendencia dictatorial como el de Berlín, y si podía ayudar, no se echaba atrás.
Garibaldi está en cualquier lugar italiano entre monumentos o nombres de calles y plazas. Hasta la guía informativa sobre el recorrido del Giro d'Italia, un libro de 500 páginas que se puede descargar en cada edición de la Corsa Rosa, se llama así: Garibaldi. Seguramente porque es símbolo de unificación.
La cara barbuda, la mirada seria, el poncho y la camisa roja, la artritis que lo atormentó durante el último tramo de su vida, el buen retiro en la isla de Caprera haciendo de agricultor cuando no estaba combatiendo, el antipapismo y la obsesión por conquistar a Roma y regalarla a una Italia unida, mejor si republicana... Todo eso y una mujer, Anita Garibaldi, que en este 2024 ha sido redescubierta y de alguna manera reintroducida en el panteón de los héroes de la unificación italiana, gracias a varias iniciativas culturales.
Una mujer valiente
Anita Garibaldi, por supuesto, no se llamaba así, sino Ana Maria de Jesus Ribeiro, y era brasileña, de Laguna, en el estado de Santa Catarina. Su vida podría pertenecer perfectamente a una novela de Isabel Allende o de Gabriel García Márquez: obligada a casarse muy joven con Manuel Duarte, un hombre mucho más viejo que ella, para salir de una casa donde el padre había ya muerto, Ana era una chica independiente y activa, le gustaba ir a caballo y nadar, bañarse desnuda en los ríos... Totalmente analfabeta también. Para firmar utilizaría el nombre Ana Ribeiro de Garivaldy.
La situación en Brasil estaba bastante caliente en aquellos tiempos, entre intentos de independencia y las rebeldías de algunos estados, incluida Santa Catarina. Cuando en 1839 al puerto de Laguna llegó un tal Giuseppe Garibaldi y su mirada y la de Ana se cruzaron, fue un flechazo inmediato.
El marido, mientras tanto, se había ido a combatir en el ejército regular, pero el encanto de aquel revolucionario italiano con voz de barítono, que se había escapado tras haber recibido una condena a muerte por participar en los primeros motines para la unificación del Belpaese, decantó la pareja.
Al lado de su ‘José’ siempre estaría ya Anita, valiente y descarada, a veces tomando riesgos absolutos, como cuando cabalgó en la selva en torno a Mostardas, en el estado de Rio Grande do Sul adonde la pareja se había mudado, con su hijo Menotti recién nacido en el pecho, después de que el ejército imperial brasileño se lanzara a por ambos.
Esta escena está representada en Roma en uno de los raros homenajes a Anita, una estatua situada en la colina del Gianicolo, en el centro de Roma, no muy lejos del imponente monumento que representa al ‘Generale’ y que domina una buena parte de la Ciudad Eterna. Allí, en 1932, también fueron enterrados los restos del cuerpo de la mujer.
Anita Garibaldi, una muerte tremenda
De Brasil a Uruguay hasta Italia, de guerrilla en guerrilla. A veces combatiendo, a veces trabajando (de sastre en Montevideo, por ejemplo) y sobre todo apoyando moralmente a Garibaldi, que en 1849 se halló ante la mejor ocasión de su vida: conquistar a Roma para convertir el Estado del Papa en una república.
La llamada era de su viejo amigo Giuseppe Mazzini, y el cargo propuesto, ser jefe de un ejército un poco improvisado pero dispuesto a dar la vida para defender la «Repubblica Romana», un estado nacido entre las turbulencias europeas de aquel periodo.
Fueron cinco meses en el filo de navaja, trabajando para construir en vano un Estado moderno en la República de Roma, mientras las grandes potencias intentaban reinstaurar el Papado
Fueron cinco meses en el filo de la navaja, entre febrero y julio de 1849: la República trabajando para construir (en vano) un Estado moderno y las potencias internacionales unidas para reinstaurar al Papa. Potencias que, encabezadas por Francia, finalmente ganaron, obligando a Garibaldi y su familia a escaparse.
El mayor problema era que tanto Giuseppe como Anita, sus tres hijos y el cuarto que estaba por llegar al estar ella embarazada, no tenían vías de huida. La única, tirar hacia Venecia, donde allí también un motín había obligado el imperio austriaco a marcharse y se estaba formando una república.
A caballo o andando, el grupito consiguió llegar a la costa adriática. Fueron acogidos en primer lugar por un pueblo pequeño de pescadores tan aficionado al ‘Generale’ y a su familia que cambiaría su nombre por el de Porto Garibaldi.
Lo peor estaba por venir, desafortunadamente, porque aquella zona en torno a Ravenna, con su interminable serie de canales que desde el río Po van al mar, era y es todavía una de las más húmedas y malsanas áreas de Italia, con pantanos cargados de mosquitos e insectos de todo tipo. Pero no había otra solución, con varios ejércitos acorralando ya a los Garibaldi.
Los Guiccioli no solo no cuidaron a la Anita enferma, sino que la dejaron morir y se dice que incluso la sepultaron viva por temor a ser descubiertos y ejecutados. Solo tenía 28 años
Anita se sintió mal, pero quiso acompañar a su marido hasta el último momento. Allí ‘Il Generale’ tuvo que tomar una decisión cruel: dejar a su mujer enferma en el caserío Mandriole de la familia Guiccioli, simpatizantes de Mazzini y de los ideales republicanos, para continuar en su fuga con los otros hijos.
El error resultó garrafal, sobre todo porque los Guiccioli tenían más miedo que él de los enemigos y no solamente no cuidaron a Anita, sino que la dejaron morir el 4 de agosto de 1849. Algunos rumores no confirmados dicen que incluso la sepultaron cuando todavía estaba viva, por el temor de ser descubiertos y ejecutados. Ana tenía apenas 28 años.
Garibaldi, cuando la situación se tranquilizó, volvería a Mandriole para recuperar su cuerpo y trasladarlo a la tumba de familia, en Niza, antes de la definitiva «mudanza» al Gianicolo. ‘Il Generale’ siempre mantuvo a su mujer en el recuerdo, estaba profundamente enamorado de ella, y llevaba siempre algo suyo, por ejemplo una bufanda de rayas que aparece en las últimas fotos de Garibaldi. Y eso que tuvo otros hijos e hijas, entre otras una Anna, apodada por supuesto Anita.
«Heroína de los dos mundos»
Lo de Anita Garibaldi fue sin duda un acto de amor casi extremo. Valiéndose de ello, su figura fue interpretada durante el fascismo como la «madre perfecta», que se sacrifica para su marido y tiene una gran cantidad de hijos, la «italiana ideal» a pesar de haber nacido en Brasil y haber vivido casi toda su vida en América del Sur.
Por esa razón, probablemente Anita fue olvidada durante décadas, mientras que el mito de Garibaldi se inflaba y se confirmaba como imagen de la izquierda en toda Italia. Solamente en los últimos años, entre libros y otras obras, ha habido un esfuerzo sincero por recordar como era a la «heroína de los dos mundos», nuevo apodo de la mujer del ‘Generale’.
El fascismo la reinventó como «madre perfecta» e «italiana ideal», tergiversando su imagen, que ahora se intenta rehabilitar
Cada 4 de agosto, en el caserío de Mandriole, que se puede visitar con una cita previa, se recuerda la muerte de Anita: la habitación donde fue acogida no ha sido modificada nunca y la cantidad de gente que participa en el acto crece cada año.
En 2024 se ha ido mucho más allá, con una película emitida en la televisión pública italiana RAI y una obra lírica totalmente nueva, ‘Anita–Eroica sinfonia d'amore’, que se ha estrenado en tres días seguidos en el festival de Spoleto en la región de Umbria, desde el 22 hasta el 25 de agosto.
Una obra compuesta por Gilberto Cappelli, que es también pintor: «¿Por qué Anita? Porque cuando era un crío mi padre me contaba las historias de las personas que más quería, entre ellas la suya –explica–. De esta manera, yo llevo conmigo Anita desde la infancia; simplemente la adoro. Su vida es la de una persona que en primer lugar muere siguiendo a sus ideales y en general es una maravillosa obra de amor. Luego mi obra quiere ser una especie de compensación para todas las mujeres que han participado activamente en el proceso de la independencia y unificación italiana y que nunca han sido puestas en valor».
Un acto único con ocho escenas, 75 minutos más o menos de duración: los aplausos han sido muchos en el estreno, y quizás este trabajo pueda llegar a nuestros teatros más cercanos.