La Bekaa es la muestra viva de las heridas abiertas de Líbano
La llanura de la Bekaa, blanco de intensos ataques israelíes desde hace semanas, ha visto caer una lluvia de bombas sobre sus tierras en los últimos días. Además de temer por sus vidas, ahora los lugareños lo hacen también por un patrimonio que es el orgullo de Líbano.
No eran las 17:00 horas del miércoles cuando, una vez más, una salva de explosiones resonó en la llanura de la Bekaa. Situada en el este de Líbano, esta franja de tierra, golpeada regularmente por el fuego israelí desde hace más de un mes, ha vivido quizás sus momentos más críticos. En unas horas, una treintena de bombas rasgaron la tierra y devastaron a la población, que había decidido no abandonar la zona, dejando un terrible balance de 55 muertos.
A primera hora del día siguiente, el valle se veía envuelto en una nube de polvo que le dotaba de una atmósfera lunar, y los habitantes que seguían en la zona estaban totalmente devastados. Decenas de ellos pasaron por delante del antiguo yacimiento de Baalbek, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
«No somos solo nosotros y nuestros seres queridos, es nuestro patrimonio y nuestra historia lo que está en peligro», dice Hussein Jamal, de 37 años. En estado de shock, este farmacéutico, cuya familia ha vivido durante generaciones cerca de las mundialmente famosas ruinas, se esfuerza por encontrar las palabras. «No lo entiendo. A pesar de todos los bombardeos que nos llueven desde hace más de un mes, jamás pensé que los israelíes se atreverían a hacer esto. Están matando nuestra memoria», continúa, con la voz temblorosa y lágrimas en los ojos.
A su alrededor, un panorama desolador: la noche anterior, a la hora de la oración, un misil israelí se estrelló contra uno de los aparcamientos del lugar. Desde entonces, y tras el diluvio de polvo y escombros, la zona se ha transformado, dando a la «Ciudad del Sol» un triste aspecto monocromo.
El Dr. Saad acudió a ver la apocalíptica escena: «Estábamos en casa, a unos cien metros de aquí, cuando una explosión demoledora sacudió las paredes. El shock es doble, porque además del causado por la explosión, hay un punto de fractura psicológica. Aquí no hay armas, no hay combatientes; es un santuario de belleza, de paz... Resulta incomprensible, es el tesoro de Líbano lo que ha sido atacado», explica, también con lágrimas en los ojos.
«Es nuestra historia»
Para los habitantes de Baalbek, este lugar cargado de historia y que alberga restos fenicios, árabes y romanos era intocable. El 30 de octubre, cuando el Ejército israelí emitió una orden de evacuación para toda la ciudad, decenas de residentes asustados corrieron allí en busca de refugio.
Aunque el ataque del 6 de noviembre, que mató a dos civiles, no provocó daños visibles en los restos, existe una gran preocupación, como explica Bashir Khodr, gobernador de Baalbeck-Hermel: «El aparcamiento forma parte del yacimiento, aunque las ruinas no se vieron directamente afectadas. Estamos esperando la visita de ingenieros y arqueólogos para obtener un informe científico. Las vibraciones causadas por la explosión pueden haber dañado la estructura de los restos, por no hablar del humo que está degradando las piedras».
«Los templos milenarios de Baalbeck lo han resistido todo: saqueos, terremotos y guerras. Que Israel ataque Líbano es un castigo colectivo, porque no había ningún objetivo militar», dice Moein, de 30 años. A su lado, Mohammad, veinteañero, señala el hotel Palmyra, construido en 1874, y cuya fachada ha quedado gravemente dañada: «¿Cuántos grandes personajes se han alojado aquí? Fairuz, Lawrence de Arabia, el general de Gaulle... Esta es nuestra historia, todos la aprendemos de niños».
Una preocupación que parece apoderarse de todo un país. Inmediatamente, un centenar de diputados dio la voz de alarma en la Unesco, instando a la agencia de la ONU a proteger los «sitios de valor incalculable amenazados».
«Por primera vez, estamos viendo peligrar nuestro patrimonio ante nuestros propios ojos. Y debemos recordar que en las últimas guerras, otros sitios históricos han sufrido graves daños, especialmente en Irak y Siria. Es una cuestión urgente», prosigue Bachir Khodr. Aunque asegura que desde hace semanas se están llevando a cabo intensas gestiones diplomáticas, cree que no se puede confiar en los israelíes: «Las murallas circundantes, que datan del mandato francés, fueron destruidas recientemente, al igual que el famoso edificio Menchiye, pese a que estaba vacío. Atacando tan cerca, han corrido el riesgo deliberado de destruir el antiguo emplazamiento de Baalbek. Se trata de un nuevo crimen, esta vez no solo contra la humanidad, sino también contra la cultura».
Según las autoridades, más del 70% de los habitantes de Baalbek han abandonado la ciudad, pero los que quedan siguen recibiendo los golpes.
A unos cientos de metros, Fatma, de 46 años, está de pie sobre las ruinas de un edificio. Con los brazos vendados, dice que acaba de salir del hospital, herida por fragmentos de cristales en otro ataque israelí. «Mis vecinos están muertos, todo está destruido, nuestras vidas están arruinadas. Vivimos en un barrio pobre, no en una zona de guerra. La casa que mis abuelos construyeron con sus manos se ha derrumbado. No sé adónde ir», explica impotente, con el rostro marcado por el dolor.
Mientras, un niño de 10 años se esfuerza por entender lo que está ocurriendo. Lo único que recuerda es que tuvo que huir a toda prisa de su casa y «no reconocer el barrio cuando volvió de madrugada». «No entiendo qué hemos hecho mal, solo quiero que pare la guerra», dice tímidamente.
«Nos quedaremos»
Estas escenas se repiten en muchos pueblos de este territorio históricamente favorable a Hizbulah, donde los que se quedan parecen perseguidos por la muerte. A la sombra de un retrato de Nasrallah, en un pueblo atacado también el 6 de noviembre, Ali Tarchichi, un rescatista de 52 años, hace todo lo posible por recuperar a los que pueden salvarse. Dice enfrentarse a algo imposible de digerir: «Es aterrador, he encontrado personas cuyos cuerpos habían sido desmembrados bajo los escombros, sin cabeza ni brazos».
En la zona del otro ataque, en el que según los vecinos murieron 14 personas, incluidos tres niños y seis mujeres, Abdallah Zineddine llora por su hija: «¿Por qué? Aquí solo hay granjeros. ¿Acaso estamos pagando el precio de no marcharnos y de creer en la Resistencia? No me queda nada, pero me quedo», exclama sobre un montón de ruinas, antes de gritar ebrio de cólera: «¡Nasrallah, estoy a tu servicio!».
No muy lejos, Hosni, de 65 años, comenta: «Los derechos humanos son una mentira. Matar a inocentes y arrasar casas no eliminará la resistencia; la refuerza. Nos quedaremos aquí, esta es nuestra tierra».
A medida que se hace de día, la Bekaa parece un territorio fantasma. Incluso los puestos de control militar están desiertos. En el pueblo cristiano de Deir el-Ahmar, en las laderas del monte Líbano, se han refugiado miles de desplazados del sur. Rabih Saadi ayuda a cientos de ellos en una escuela: «Todos somos libaneses. Sí, el pueblo es cristiano maronita y sí, ellos son chiíes. Nos han encasillado como comunidades religiosas, pero estamos demostrando que no hay barreras entre nosotros. Somos libaneses, somos de la Bekaa, y estamos unidos».