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Trump y Jordania, entre la dependencia económica y la implosión política

El rey de Jordania, Abdallah II, mira de reojo al presidente estadounidense.
El rey de Jordania, Abdallah II, mira de reojo al presidente estadounidense. (AFP)

El rey jordano, Abdallah II, esperó a que acabara la recepción de Trump en la Casa Blanca para asegurar que reiteró al presidente estadounidense su firme oposición a la deportación de la población de Gaza y a acoger a parte de estos nuevos refugiados.

El monarca hachemí, que en presencia del magnate se mostró circunspecto y anunció que acogerá a 2.000 menores gazatíes heridos o gravemente enfermos, sabe que su país depende de la ayuda de EEUU.

La jordana es una economía estructuralmente débil y que depende de la ayuda exterior y está sujeta a los avatares de la convulsa política de Oriente Medio. La pérdida-ocupación israelí de Cisjordania en la Guerra de los Seis Días le privó de su fuente agrícola y el cierre del Canal de Suez paralizó su actividad comercial.

Llegados los noventa, y atrapada por la posición favorable a Irak de su población y por sus nexos económicos con el vecino país dirigido por Saddam Hussein, Jordania se desmarcó de la alianza entre Occidente (EEUU) y las satrapías árabes por la ocupación de Kuwait en la Guerra del Golfo. Esa decisión le dejó sin el maná petrolero y financiero de esas monarquías.

La firma de la paz con Israel supuso la restauración de sus relaciones con EEUU. Relaciones de dependencia total y que se concretan en 750 millones anuales en ayuda económica y 350 en sostén militar.

Esa dependencia es la que maneja Trump para alinear a Jordania con sus planes. Pero la dinastía hachemí, que no es jordana sino que es oriunda de La Meca, sabe que aceptarlos sería su suicidio.

No solo la economía de Jordania –realmente Transjordania al situarse al este del río Jordán– vive al albur del conflicto. Oficialmente, el 50% de la población es de origen palestino, herencia de la Naqba, de la guerra de 1967 y de la expulsión por parte de Arabia Saudíy Kuwait en 1991. No hay censo oficial pero hay quien apunta a que la proporción es mucho mayor.

Mantener en sordina la cuestión palestina, desde el magnicidio del rey Abdallah en 1951 en Jerusalén, pasando por el Septiembre Negro en 1970 –guerra interna en la que el ejército jordano acabó expulsando a la OLP– y hasta Cisjordania (oeste del Jordán) y su sordina es la única garantía de supervivencia de la dinastía hachemí.

Acoger a cientos de miles de gazatíes rompería con el frágil equilibrio entre la población palestina, urbana y comercial (el zoco), que vota masivamente a los Hermanos Musulmanes, y la población transjordana, rural y que reivindica un pasado beduino y tribal y copa los puestos en la administración y en el Ejército.

Aceptar el plan de Trump provocaría una crisis política que se llevaría por delante al linaje de los hachemíes, oriundos alardean, de la tribu de Mahoma (quraish).

El rey lo sabe. Trump, probablemente no.

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