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Solidaridad a flor de piel y ocupación en Jenin

La incursión militar israelí sigue en los campos de refugiados de Jenin y Tulkarem, donde empiezan a emerger testimonios sobre la violencia sufrida. Organizaciones civiles están brindando apoyo a las cerca de 40.000 personas obligadas a desplazarse.

Desplazados del campo de refugiados de Nur Sham observan desde una colina la incursión militar israelí. (Zain Jaafar | AFP)

«Pregunto por los desplazados para ayudarles, pero son demasiados», cuenta una mujer mayor en una casa situada en una colina de la aldea de Kafr Dan, a diez minutos en coche del campo de refugiados de Jenin. Esta casa sirve temporalmente como espacio de encuentro para algunos niños que fueron desplazados junto a sus familias por el Ejército israelí, cuya incursión y ocupación militar dura ya 40 días.

La mujer, de 67 años, recuerda cuando cargaba con sus hijos, entonces pequeños, de casa en casa después de que el Ejército demoliera su vivienda durante la segunda intifada en 2002. Entonces, los tanques también rodaban por Jenin, destruyendo parte del campo de refugiados. Hoy, los móviles y las redes sociales permiten a los palestinos documentar y difundir estos ataques, aunque, igual que hace 23 años, los crímenes de guerra de Israel siguen impunes.

Es por ello que muchos sienten en que solo pueden contar con ellos mismos. Mientras se repiten las historias de agresiones, desplazamientos y ejecuciones contra la población palestina de Jenin, los lazos de solidaridad siguen fortaleciéndose. La mujer ofrece un espacio en su casa como refugio a una familia desplazada del campo por la ocupación israelí, brindándole alimentos mientras buscan un nuevo hogar, ya que Israel ha anunciado que permanecerá en el campo durante al menos un año.

El Teatro de la Libertad, fundado en plena segunda intifada y la primera invasión con tanques al campo de refugiados, sirve de santuario para los niños y niñas, a quienes brinda un espacio en el que aún pueden seguir siéndolo. Sin embargo, con la actual invasión y el desplazamiento forzado de sus residentes, el Teatro y las jóvenes que trabajan allí han tenido que trasladar sus actividades adonde se encuentran los desplazados. Durante décadas de ocupación y agresión, el Teatro de la Libertad ha sido un espacio en el que, a través del arte y la cultura, los menores pueden canalizar la rabia y el trauma causados por la violencia.

Además de las incursiones, deben enfrentar el desplazamiento. La sede del Teatro, situada en el campo de refugiados y que ha sido atacada por el Ejército en numerosas ocasiones, ha quedado destrozada, por lo que sus actividades se realizan donde sea posible.

Una de las madres recuerda detalles de la agresión israelí durante los primeros días de la invasión: ráfagas de helicópteros Apache, ataques aéreos con drones, convoyes de vehículos blindados y bulldozers destruyendo calles y edificios, además de soldados entrando a los hogares y ordenando a las familias que se fueran. También cuenta cómo los drones con altavoces ordenaban a las familias abandonar sus casas y cómo, al salir, los soldados escaneaban los rostros de los residentes, arrestando a algunos hombres y mujeres.

Los miles de desplazados de Jenin y Tulkarem están dispersos. Muchos han buscado refugio en casas de familiares, en escuelas que ahora funcionan como refugios o en casas de personas solidarias que les ofrecen un espacio.

La incursión militar se ha expandido con la instalación de puntos de control en las vías de acceso a la ciudad.

Tulkarem: otro foco

Las masacres y muertes siguen sucediéndose. Una de las últimas víctimas mortales fue el joven Jihad Alawne, que, en la madrugada del 4 de marzo, durante una incursión de las fuerzas especiales en un barrio al este del campo de Jenin, fue tiroteado y dejaron que se desangrara. El Ejército israelí había bloqueado la entrada sur de la ciudad.

A unos 40 kilómetros al suroeste de Jenin, los campos de refugiados de Nur Shams y Tulkarem continúan vacíos. En una colina cercana al campo de Nur Shams, dos hombres observan sus hogares, intentando ver si aún siguen en pie. Después de forzar a los residentes a abandonar sus casas y prohibirles el acceso para recoger sus pertenencias, los bulldozers siguen demoliendo edificios y destruyendo calles para facilitar el movimiento de vehículos militares.

En medio de este desplazamiento masivo, un grupo de médicos y enfermeras voluntarias, algunas también desplazadas, se ha organizado a través del Centro Cultural Al-Awda de Tulkarem y en cooperación con el Centro Lajee del campo de refugiados Aida, en Belén, para hacer frente a la emergencia.

En las primeras semanas de la invasión, el equipo brindó apoyo médico a quienes estaban atrapados en sus casas. El Ejército bloqueó los accesos al hospital Thabet, impidiendo la entrada de heridos, personas mayores y enfermos crónicos.

Una de las voluntarias rememora el caso de una mujer de edad avanzada a quien no pudieron trasladar a tiempo al hospital. Para cuando pudieron hacerlo, su estado era crítico y murió días después. Otra voluntaria cuenta cómo un hombre estuvo atrapado en su casa durante cuatro días.

Omaima Faraj se mueve de aula en aula, que se han convertido en largas habitaciones para albergar a las familias desplazadas

Omaima Faraj, una enfermera recientemente graduada, es otra de las voluntarias. La violencia de las incursiones israelíes, que se ha intensificado en los últimos 15 meses, le ha afectado directamente: su hermano Ahmed, de 18 años, fue masacrado por un dron israelí en enero de 2024. Como sus compañeras, la energía de la juventud se mezcla con la convicción de estar trabajando para los suyos, su comunidad, su barrio. Amigas, algunas desde el instituto, han crecido bajo la violencia de la ocupación.

Durante los primeros días de la incursión, Faraj y sus compañeras permanecieron 12 días dentro del campo, ofreciento ayuda médica a quienes no podían trasladarse al hospital. Ahora, con la mayoría de las personas desplazadas, dan atención médica en 11 centros temporales de refugio y en casas de familiares.

En una escuela donde se alojan cerca de 25 familias, los voluntarios llegan para realizar revisiones médicas a los pacientes, la mayoría de ellos de edad avanzada con diabetes y otras enfermedades que requieren un control constante. Faraj se mueve de aula en aula, que se han convertido en largas habitaciones para albergar a las familias desplazadas.

Después de una visita al colegio, el grupo de voluntarios se dirige a la casa de una mujer mayor que vive con su hijo e hija, ambos con problemas respiratorios. Se sientan con ella, le miden la glucosa, le toman la mano y conversan un rato. Abren las ventanas para que entre un poco de luz solar. Saben muy bien que, además de la atención médica, es fundamental brindar apoyo emocional y atención a la salud mental. Muchas de estas personas han sufrido durante meses los ataques israelíes, han perdido a familiares y vecinos, han presenciado incursiones violentas y deben enfrentar una realidad que parece prolongarse: el desplazamiento.

Apoyo o indiferencia

Las voluntarias, como todos en el campo de refugiados de Tulkarem, también deben de sobrellevar la carga emocional y mental de los ataques continuos. A menudo se reúnen para hablar y apoyarse mutuamente. «A los europeos no les importa dar dinero, pero deberían presionar por lo que sus Gobiernos están permitiendo», denuncia un joven voluntario. Aunque reconoce la importancia de la ayuda económica, enfatiza que los ataques, desplazamientos y destrucción de viviendas continúan con el apoyo directo o la indiferencia de los Estados de la Unión Europea.