Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

1914

Junto a las matonadas de los Estados de 1914, el mismo año marca fecha en la defensa de una identidad, la nuestra, todavía impugnada. La primera ikastola, creada en Donostia, fue una pauta en la recuperación de una identidad cuando menos inoportuna para el «Estado-Protectorado»

En 1914, se creó la Primera Ikastola en Donostia y en agosto del mismo año estalló la Primera Guerra Mundial, grave acontecimiento considerado por ciertos historia-dores como el comienzo de la Guerra Civil Europea, 1914-1945. Puede parecer vagabunda la vecindad entre los dos acontecimientos expuestos, Primera Ikastola y Primera Guerra Mundial, y sin embargo…

Desde el siglo XIX nació la economía mundial anunciadora de trastornos que conducirían a conflictos inevitables. Un grupo de Estados se industrializaba en el Norte de Europa y codiciaba la riqueza de regiones productivas de materias primas situadas en países tutelados por la Europa Occidental.

El final del siglo XIX y el comienzo del siglo XX mostraban un mosaico de planteamientos, caldos de cultivo de proteccionismos exacerba-dos que algunos versados parecen juzgar como nacionalismos, basándose en la apariencia fundamental sin curiosear en los armónicos que constituyen la autenticidad de la Historia real.

La política poblacionista de Alemania y de Francia, que en los años 30 conduciría al totalitarismo nazi y al racismo, fue considerada como exagerada resucitando las opiniones de Say, Ricardo, Stuart Mill.

El siglo XIX en sus últimos años daba signos de cansera y parecía prepararse a una distendida reforma… Todo convivía con su contrario en un jardín más desconcertante que previsible. La inspiración de Wagner alternaba con la de Brahms y con el temperamento sensual de Strauss, favoreciendo la expresión libre de Debussy. El impresionismo desfondado recurría a la nueva forma pero también a la paleta de Cezanne, de Van Gogh. El cubismo se impone y radicaliza la interpretación cromática de Gauguin.

Surge en literatura el concepto de «ser árbitros de nuestro propio destino» como dejan comprender tanto Ibsen o Bjornson en sus aspiraciones soberanistas. G. Bernard Slaw proclama poco después de la muerte de Nietzsche que «el superhombre es la mujer». Oscar Wilde y Verlaine, escribían su independencia en claves aparentemente disonantes.

El engañoso ambiente de solidaridad reinante permitía la creación de la Cruz Roja, obra digna de ser resaltada, por la que su fundador Henri Dunant obtuvo en 1901 el Premio Nobel de la Paz.

Se formaron grupos civiles y políticos que abogaron por la Paz, con la adhesión de escritores tales como Tolstoi, Víctor Hugo, Strindberg, o Renan, entre otros. El «entramado» geopolítico lo constituían Estados ninguneando a los Pueblos. El paisaje geopolítico actual responde al mismo esquema y lo agrava. Se tiende a crear mega-organizaciones que surgen con la ayuda lacerante de fórceps. Es el caso de la UE, de la Gran Rusia, del Gran Israel, del Panarabismo, de la Panamérica latina, de la Gran China.

Los Pueblos ven pasar el tren embalado de una Historia que les ignora. Las mismas causas produciendo los mismos efectos, a la Historia no le queda más canto futuro que el de la tabarra. Los Estados se esfuerzan en exhibir una identidad de diseño que presentan como fianza de una pretendida legitimidad. Con esas «herramientas» los Estados imponen a los Pueblos alianzas cuya dimensión les ahoga. Los Estados consideran las guerras como sucesos graves pero con los que se puede contar. Los Pueblos priorizan la Paz y se ven inmersos en conflictos bélicos cuando los Estados que los federan actúan en función de pactos de interés operados a sus espaldas.

Parafraseando a Oscar Wilde en su apreciación punzante de la relación matrimonio-divorcio, podemos aventurar que los acuerdos fueron la causa principal de los conflictos. La heterogeneidad de las diversas alianzas entre Estados europeos al principio del siglo XX presagiaba desavenencias cuyos nefastos efectos serían obvios. La reducción de armamento considerada pareció imprudente y la iniciativa propuesta de arbitraje internacional de desarme recibió una oposición sin matices del emperador alemán Guillermo II que manifestó su intención de «no acordar la mínima concesión sobre el tema». A medida que se acercaba el año 1914, incidentes político-militares se sucedían en Europa anunciando la inminencia de un conflicto bélico que hasta los pacifistas consideraron como una fatalidad. Romain Rolland, premio Nobel de Literatura en 1915, describía la Europa de 1914 como «un campo de batalla, aún sin combate».

Se celebraron congresos mundiales por la Paz mientras que políticos y gobernantes se preparaban para atacar o para defenderse buscando alianzas. La Liga de los Tres Emperadores «abrió el baile». Los emperadores de Alemania y Rusia, aliados por lazos dinásticos, solicitaron la colaboración de Austria y de su «Dual monarquía» con Hungría. Poco tiempo después Austria y Rusia mostraron su irreconciliable oposición ya vivida en las acciones de expansión de ambos Estados hacia el cercano Medio Oriente.

Rusia se alió con Francia, país este por el que Bismarck mostraba su hostil porfía vital. La Liga se disolvió. Gran Bretaña, fiel a ella misma, observaba agazapada el juego de alianzas; no obstante, los incidentes del «negocio» Egipto-Sudán-Marruecos acercaron a Gran Bretaña y a Francia con el acuerdo de la «Entente Cordiale».

El equilibrio inestable del juego de alianzas se alteró cuando se afirmó con vehemencia la «Weltpolitik» alemana. La red de alianzas inquietaba a Alemania y a su aliado austriaco por el cerco que para ellos suponía, en particular en los Balcanes lugar de múltiples litigios fronterizos. La ruptura del pacto austro-ruso provocada por la anexión de Bosnia, de Herzegovina por Austria-Hungría en 1908 creó una situación irreversible. A principios de 1914 las ambiciones serbias acrecentaron los antagonismos. Viena consideraba que había llegado el momento de intervenir con la ayuda de Alemania presa de la misma sicosis de cerco.

El atentado de Sarajevo contra el archiduque austriaco Francisco Fernando el 28 de junio de 1914 derrumbó los castillos de naipes de numerosas alianzas. La Gran Guerra 14-18 comenzó en agosto del mismo año.

En esos tiempos España, ausente de la escena mundial europea, no acababa de digerir las con-secuencias de la paz de Zanjón demoledora de su pretendida grandeza y causante de un complejo de inferioridad que explica, hoy todavía, algunas reacciones prepotentes de «la marca».

Los relatos habituales de las causas de la primera guerra mundial, se limitan al estudio de conductas de los Estados participantes. El guión queda incompleto si no se considera la subida de nacionalismos de todo tipo en la Europa de fin del siglo XIX y de comienzos del siglo XX.

Dos eventos de carácter político, el Congreso de Viena de 1815 y el Tratado de Versalles de 1919, marcan en el siglo XIX y en el siglo XX la dirección de una Europa trazada hacia el concepto de Estado menoscabando la legitimidad de los Pueblos. En el primer evento citado se fijan los límites fronterizos de los Estados; en el segundo se divide a los vencidos humillados de la guerra 14-18 con el criterio colonizador de «nada de Historia, geografía», marcando el primer paso hacia la segunda guerra mundial.

Subsistían, desde comienzos del siglo XIX, los conflictos de Territorios lingüísticamente minoritarios situados bajo la tutela de Estados, únicos protagonistas de la pretendida convivencia europea.

Una vez más se despreciaba el concepto de Territorio, suma de suelo y de identidad, y se ensalzaba la valoración del suelo, relegando la identidad de los Pueblos a consideraciones folklóricas.

Desde entonces los historiadores estatalistas han «formado» a generaciones enteras a aceptar, las alianzas de Estado como causa principal de la guerra 14-18. La verdadera razón reside en la coyuntura provocada por los intentos hasta hoy repetidos de priorizar los Estados sobre las identidades. Se repiten esos yerros priorizando en la UE la Europa de los Estados, focos de egoísmos excluyentes, contra la Europa de los Pueblos.

Preservando las identidades, ¿hubiésemos conocido el conflicto mundial  de 1914 entre Estados? Las identidades debilitan y exasperan a los Estados; estos se limitan a protegerse, de palabra, de los neo nacionalismos que hoy han cambiado de significado y se han transformado en federalismos de Estado en los que el criterio politiquero domina al valor cultural.

Desde el Tratado de Versalles, y a lo largo del siglo XX, las potencias militaro-economistas optaron por acrecentar las ascensiones a la categoría de Estados, a partir de federaciones, de Pueblos sin proceder a su previa consulta. Fue el caso en Europa de Yugoslavia, Checoslovaquia, y la extensión de suelo a Francia, Rumanía, entre otros Estados.

Junto a las matonadas de los Estados de 1914, el mismo año marca fecha en la defensa de una identidad, la nuestra, todavía impugnada. La primera ikastola, creada en Donostia, fue una pauta en la recuperación de una identidad cuando menos inoportuna para el «Estado-Protectorado».

Combatir las identidades atenta al medio ambiente cultural y puede acarrear consecuencias inesperadas no deseables.

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