Floren Aoiz
Director de la Fundación Iratzar

1975-2015, ante el nudo, ruptura democrática vasca

Hace ahora 40 años murió, por enfermedad, Francisco Franco, jefe de la dictadura instaurada tras el golpe fascista de 1936. A diferencia de Hitler o Mussolini, nadie echó al Caudillo de España del poder.

Los vencedores de la Segunda Guerra Mundial no lo derrocaron y gracias al apoyo de eso que damos en llamar Occidente su régimen pudo prolongarse durante cuatro décadas. Es más, esa colaboración permitió al franquismo diseñar y dejar atada la transición hacia el régimen siguiente.

El estado franquista, las élites que lo impulsaban y sus tutores internacionales compartían el objetivo de evitar un desborde democrático y el cambio del modelo socio-económico. Por ello, la denuncia de la monarquía, el castigo a los criminales franquistas, la depuración de los aparatos del estado, el cuestionamiento de la inserción en el ámbito capitalista-imperialista occidental y la autodeterminación de los pueblos se convirtieron en sus líneas rojas y eran, precisamente, las claves del modelo alternativo que se conocía como ruptura.

De ruptura hablaban la mayor parte de las fuerzas antifranquistas en los últimos años de la dictadura y primeros de la reforma. Pero no hubo nada de eso, como sabemos. La iniciativa estuvo desde un primer momento en manos de los reformistas del franquismo, que controlaron todo el proceso. Finalmente, la reforma tuvo casi todo a su favor: la ventaja de una estrategia preparada de antemano, la posición de las élites, el aval de los tutores internacionales y –algo que debemos subrayar–, la claudicación de una parte importante del antifranquismo histórico.

Gracias a esos antiguos antifranquistas se impuso la reforma. Aparcaron la ruptura y llevaron a cabo una dejación histórica, lanzando al cubo de la basura la lucha y el sufrimiento de innumerables militantes. No sólo la oposición histórica, también personas de los nuevos partidos y sindicatos se vendieron por unas migajas del pastel en aquel gigantesco «cambio de chaqueta».

Aseguraron que no había otra opción, pero mitificaron tanto su postura como la propia reforma, impulsando el desmovilizador y reaccionario Mito de la Transición Ejemplar. (Por cierto, hay quien ahora pretende argumentar y explicar aquellas claudicaciones.)

No todo fue rendición. No todo el mundo estaba en venta ni todas las personas militantes eran cooptables. Euskal Herria se convirtió en el reto principal de la dictadura en sus últimos años y este antagonismo se profundizó tras la muerte de Franco. Los agentes partidarios de la ruptura dieron de lleno tanto en sus análisis como en su apuesta contra la reforma. Eso que algunos pretenden haber descubierto ahora ya lo percibió hace 40 años el genio colectivo surgido de la lucha, y, efectivamente, la continuidad con el franquismo y las características de la reforma lastraron el nuevo régimen. Euskal Herria pagó muy cara su firme resistencia a la reforma, todavía la estamos pagando, porque seguimos sufriendo el régimen de excepción que entonces se nos aplicó.

Quienes denunciaron las claudicaciones e hicieron frente a la reforma fueron el rupturismo y en especial la izquierda abertzale que entonces se conformó, renovó y fortaleció. La venganza fue dura y muchos de quienes habían defendido la ruptura se unieron a la represión. La izquierda abertzale y en general la rebelión vasca desatada bajo el franquismo y fortalecida durante la reforma se convirtieron en el enemigo número uno.

Es evidente la crisis del paradigma socio-económico, el modelo jurídico-político y el eje ideológico-cultural que impuso la reforma. El régimen se enfrenta a una crisis profunda y grave. Además de la prolongación de la rebelión vasca, con sus avances y dificultades a lo largo de los años, las costuras se rompen por Catalunya y las protestas y la pérdida de consentimiento se han extendido a otros territorios.

Como hace 40 años, el desborde democrático y el cambio del modelo socio-económico son las preocupaciones principales de las élites. Pero, de un modo especial, estos dos riesgos se presentan como ruptura de la unidad del estado. Ha estallado la rebelión catalana, dejando en evidencia tanto al propio Estado como a las fuerzas supuestamente transformadoras que en realidad están bajo la hegemonía del nacionalismo español y, de nuevo, la cuestión nacional se nos presenta como el catalizador de los problemas estructurales, ante la ausencia de alternativas democratizadoras y transformadoras.

En este panorama se ha intensificado la tendencia a mirar de otro modo al pasado. El Mito de la Transición Ejemplar está siendo cuestionado y ganan terreno las interpretaciones críticas. Mientras el régimen se debilita volvemos a asistir a nuevos intentos de recuperar ese modelo de transición: sueñan la vuelta de ese pasado mitificado. Quieren así cerrar las puertas a todo cambio real. Precisamente por eso, la lectura crítica de la reforma y la defensa de la ruptura se convierten en imprescindibles para todo agente democratizador y progresista.  
Esta ruptura no puede formularse como hace 40 años, no por lo menos en Euskal Herria ni, como es evidente, en Catalunya. Si entonces el reto era la democratización del estado, hoy en día al hablar de ruptura nos referimos a la ruptura con el estado español.

Nuestro horizonte no puede ser un proceso de transformación a nivel del estado. Hemos aprendido mucho en estas décadas y sería una locura quedarnos a la espera de un cambio en el estado. Debemos tomar nuestro propio camino. Con la disposición, como siempre, a colaborar y empujar en cualquier posibilidad de cambio, pero tomando la agenda vasca como prioridad. El camino de la ruptura democrática vasca es, en definitiva, la vía vasca, euskal bidea.

Tras la muerte de Franco, como ya había ocurrido antes pero de un modo más acentuado, Euskal Herria tomó su propio camino. La reforma supuso una bifurcación y la resistencia de la rebelión democrática vasca fue de hecho un ejercicio de desconexión e insubordinación. Una desconexión e insubordinación que ahora debemos fortalecer y reinventar haciendo valer la experiencia acumulada por miles y miles de activistas, trasmitiendo ese enorme tesoro, aprovechando el genio colectivo de la lucha transformadora, acertando ante los retos que se nos presentan…

Es la hora de impulsar el desborde democrático. El pueblo debe superar la dependencia y a la subordinación, convirtiéndose en el sujeto político principal. Eso es el desborde democrático, la rebelión democrática vasca del siglo XXI, que tanto debe a la resistencia contra la reforma post-franquista. Franco quiso dejar todo atado y bien atado y es el momento de romper ese nudo.

En la Fundación Iratzar queremos ensamblar el pasado, la realidad presente y el futuro mediante la investigación, la reflexión, la discusión y la formulación de propuestas. Y es evidente que el proceso que siguió a la muerte de Franco es un periodo relevante para entender los antecedentes de la situación actual y, sobre todo, para pensar el futuro de Euskal Herria.

Por ello hemos puesto en marcha el proyecto Korapiloa (www.iratzar.eus/korapiloa) para impulsar la memoria, el pensamiento y la práctica transformadoras. Estamos reuniendo todo tipo de soportes y queremos abrir esta reflexión, dando la bienvenida a quien quiera sumarse. Esta reflexión colectiva quiere facilitar la trasmisión y la cooperación entre generaciones, haciendo posible la sistematización de las experiencias de miles de militantes. Esta lectura común de nuestra trayectoria, además de ofrecer canales de participación, fortalecerá el pensamiento crítico y la educación política.

Hace 40 años murió el maldito dictador Franco. Euskal Herria y la izquierda abertzale, en cambio, siguen bien vivas, con fuerzas renovadas y, empujadas por la determinación de soltar el nudo, dispuestas a dar nuevos pasos.

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