Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

Abstención mayoritaria: escrutinio basura

El sistema democrático de organización de la sociedad por vías políticas está tan «acarajotado» que cualquier evento público considerado como transcendental no presenta más que carices anecdóticos. El ser humano, en su afán de contemplar lo pasmoso, repanchigado al fondo de un viejo y raído Chesterfield, se hace el sorprendido, consciente, en realidad, de que poco o nada de insólito y flamante germina bajo «las estrellas».

Durante las dos semanas pasadas, los supermercados de ideas nos ofrecieron ofertas de análisis sobre los resultados de las «elecciones europeas», en las que participaron menos de la mitad de los electores censados. Los «especialistas» de turno se desgañitaban en radios y televisión junto a los maratonianos de la pluma para informarnos de que… como ellos, no sabíamos bien sobre qué se debatía.

El leitmotiv que recibíamos de las górgolas del sistema político era el mismo en cualquier país sometido a elecciones europeas: las lluvias ácidas del éxito de la extrema derecha. En realidad se trataba del triunfo de los euroescépticos evidenciando la ineptitud de las élites políticas que permiten la maraña de la UE.


En qué realidad vivimos? Asistimos al vals de etiquetas que intentan diferenciar a los partidos. Quizás convendría ser más precisos en la atribución de apelaciones políticas controladas. Constatamos que en la hemiplejia derecha o izquierda solo la derecha es siempre consecuente con su proclividad al individualismo egoísta. No hay extrema derecha o derecha extrema, ni centro derecha; todo se integra en una derecha a la que hay que reconocer claridad doctrinal práctica, la derecha siempre es derecha y punto. En cuanto a la izquierda convencional, destaca su capacidad, que no virtud, de recorrer en un tiempo récord la gama amplia de su espectro acercándose irresistiblemente a la impávida derecha. Consciente de ese peligroso roce, esa izquierda cree salvar su insoportable querencia cambiando de nombre y rebautizándose «social democracia», reforzando así su tropismo. Queda la izquierda progresista, sincera y militante distribuida entre la diversidad de los llamados pequeños partidos cuya vida es fugaz, muriéndose de la incapacidad de aceptar alianzas entre ellos, invocando irreconciliables diferencias o revelando intransigencias de viso.

La amplia derecha presenta constantes infranqueables en materias humanas fundamentales como es el caso de su porfía en materia de inmigración. Es necesaria una capacidad de observación de entomólogo para detectar diferencias en las maneras de proceder de sus componentes. Acabamos de vivir sobre el mismo tema la similitud entre los «vencedores» lepenistas de las elecciones europeas en Francia y el reflejo inadmisible de un electo de la derecha nacionalista de la CAV, con el agravante en este caso vasco de la grosería y del desprecio del ser humano. ¡Qué difícil es borrar las raíces del ideario de origen de algunos partidos políticos!

El miedo, para algunos, de un eventual rebrote de la extrema derecha parece estar justificado como amenaza ideológica, pero ¿qué hay de nuevo cuando nos referimos a la derecha? Aunque las analogías de situación entre 1930 y 2014 no parezcan demostrar una ineludible reiteración histórica, hoy y aquí, en el fascismo y en el nazismo que arrastramos desde 1936, algunos signos inquietantes exigen que nos indignemos para disiparlos. En épocas de crisis los desamparados de la sociedad buscan y encuentran el macho cabrío cargado de nuestros yerros. Es el caso de la reacción primaria antiinmigrante. ¿Olvidamos que desde el golpe de estado de 1936 muchos exiliados vascos de ocho o de ningún apellido vasco fueron y siguen siendo inmigrantes, no siempre adinerados, en países que les acogieron y acogen sin amenazas de ser «hostiados» o de ser calificados de detritos?


Sobre este tema conviene recordar al historiador del fascismo Zeev Sternhell, que nos recuerda que es propio del fascismo rehusar la alternativa derecha-izquierda proponiendo el nacionalismo de estado como la tercera vía. Aquí se abre la celada: en efecto, se trata del nacionalismo de estado y no de la soberanía del pueblo. En el primer caso se pretende ensalzar la configuración de diseño propia a cualquier estado, cuando en el segundo se privilegia la voluntad natural del pueblo solidario con otros pueblos. El culto a la igualdad preconizado por izquierdas centralistas nos conduce a la afirmación de F. Fukuyama: «La democracia liberal funde a los individuos en la clase media y reduce la política a una cuestión de gestión sin aventura ni promesa». Solo la equidad puede borrar el sofisma de la igualdad tan hábilmente utilizado por el sistema económico de sustitución del valor añadido de producción por el valor añadido de especulación, generalización constatada en los operadores que detentan el fluctuante capital heredado discutiblemente descrito por Piketty, sujeto recientemente de una «pikettymanía» denunciada por el “Financial Times”. «En España también puedes hacerte rico en pocos meses», afirmaba triunfante Solchaga, ministro de Felipe González, amparado en una supuesta igualdad. Estamos en plena «exuberancia irracional» (Greenspan).

En plena confusión entre fascismo y nazismo, el europeo se «asusta». Los intelectuales del fascismo no tienen, en general, una visión radical de comunidad nacional. El nazismo, en cambio, se precia de conceptos deterministas y hereditarios del valor de los seres humanos. Si no convienen, se echa a «hostia limpia» a «esa mierda» de inmigrantes, proclamaba aquel, mostrando un curioso concepto de solidaridad, invocando quizás con su partido a Dios y a las viejas leyes deterministas.

Siguiendo en el miedo del elector caído, observamos cómo después de las recientes elecciones europeas preocupa el resultado de los lepenistas en Francia, anunciándonos que representan el 25% de los votantes. Una vez más convendría observar los resultados de más cerca. Si la abstención ha sido del 57%, los lepenistas representan el 11% de los inscritos. Ya no es lepenista uno de cada cuatro franceses, sino uno de cada diez. ¡Uf! El mismo razonamiento nos expone claramente la quiebra de la sociedad política basada en la falacia de su verdadera representatividad, que tendría que incitarle a una modestia que por ahora queda por descubrir. La abstención vecina de porcentajes de escándalo les tendría que despertar. ¿Convendría recurrir al voto obligatorio ya practicado en algunos países de la UE?

Nos quieren convencer de que el envite de las elecciones europeas pasadas era el bien fundado de la pertenencia a la Europa de la UE. Fue quizás uno de los temas en juego, pero en realidad el elector captó la oportunidad de mostrar su descontento frente a la gestión política de su propio estado. En la campaña electoral poco o nada se citó la gestión política europea y mucho la gestión política local.

¡Qué lejos nos cae la Europa de naturaleza política! El peatón quiere que el poder susceptible de mejorar su condición esté lo más cerca posible de él. Este deseo legítimo explica las diferencias entre partidos que reclaman el derecho a votar sobre su soberanía y partidos que condicionan su libertad a la forma de la cadena que impida la emancipación del Prometeo de Esquilo.


Los resultados conocidos confirman la sabiduría popular que nos recuerda que los cojos no corren más deprisa porque van cogidos de la mano. Esa es otra clara lección de los resultados del último escrutinio. Uno de los partidos abertzales ¿prefiere asociarse con dos cojos españoles? ¿Qué interesa más, la defensa de nuestra identidad social y económica o la preponderancia partidista a cualquier precio uniéndose a partidos del Estado en plena implosión? La justificación de las alianzas existentes, suponiendo que económicamente nos irá mejor, es otra falacia. Ahí están los resultados. Nos iría mejor en el seno de una Confederación Pirenaica, entre Cantábrico y Mediterráneo, que comprendería a cerca de 18.000.000 de habitantes (aproximadamente 10.000.000 al sur y 8.000.000 al norte de la Cordillera). Obtendríamos una masa crítica de credibilidad política en la UE. No perdamos de vista esta opción.

Para acabar con aritmetismos, en el recuento de los votos obtenidos, recordemos que Nafarroa es parte integrante de Euskal Herria, dando entonces una mayoría diferente de la anunciada en la TV de turno. Así se explica la simultaneidad de sonrisas forzadas junto a la expresión de reservas dignas en el seno del mismo partido triunfalista.

Estamos en una Europa que deja de lado el debate político que nos conduzca a la mejor organización posible de la democracia. Desechar esa reflexión y la decisión que de ella derive nos obliga a aceptar la omnipotencia de la fuerzas del mercado que saben muy bien cómo desarrollarse sin barreras.

Nos queda la tarea pendiente de proposición de la Europa social y democrática (lo que es lo mismo) que nos convenga. ¿Por qué esperamos? Nuestra soberanía la obtendremos en esa Europa, no en los estados en los que administrativamente nos empadronan.

En cualquier escrutinio convendría recordar, si así lo deseamos, nuestra reivindicación de pueblo solidario con otros pueblos, pero soberano.

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