Martin Garitano
Periodista, trabajador de ‘Egin’

Al cerrar ‘Egin’ no contaron con la dignidad de un pueblo

Ha llovido mucho, ¡vaya si ha llovido!, desde aquel julio mediado de 1998 en que un juez español, Baltasar Garzón, mediocre en lo profesional, silencioso o cómplice ante la tortura y siempre servil ante los mandos que perseguían a las vascas y vascos irredentos, cerró ‘Egin’.

Lo hizo con la parafernalia que correspondía a una carga del Séptimo de Caballería con él mismo en el papel del general Custer, entorchado hasta la caricatura.

Nos quitaron nuestra casa, encarcelaron a nuestros amigos y, tal vez, pretendieron secuestrar nuestra ilusión. Ahí se equivocaron.

Con la fuerza armada cerraron el periódico y, a punta de pistola y con grilletes de acero en las muñecas, se llevaron a tanta buena gente por el mero delito de trabajar y aportar a un proyecto popular. No por robar, que eso es cosa de los suyos. No por encubrir a Galindo y sus secuaces, sino por denunciarlos.

Nos hirieron, no cabe negarlo, pero fracasaron en su violenta embestida. Garzón y quienes le instruían no sabían a quién afrentaban. Ni siquiera Mayor Oreja, que pasaba por donostiarra de nacimiento acogido en el Madrid que había escogido.

La sociedad vasca sintió el escozor de la herida y en Bergara se alzó el pueblo por José Luis Elkoro; en Ea corearon el nombre de Jabier Salutregi; en Laudio a los Murga y al irrepetible Pablo Gorostiaga. Y así muchos más. Todos buenos, honrados y generosos.

Aquel julio mediado nos dañó en lo más querido pero no quebró nuestro compromiso con nuestro pueblo y su derecho a la información, veraz y libre.

Hoy cierro los ojos y recupero escenas inolvidables, que ya quisiera Garzón poder contar en su biografía.

Recuerdo a aquel grupo de valientes que, con todo por perder y tan poco que ganar, decidieron tirar hacia adelante y enfrentar con ejemplares de periódico a los mosquetones de las tropas de Garzón y Aznar.

El presidente español, arrumado ya en el muladar de la Historia, tuvo la osadía de jactarse de su supuesto valor y valentía. Pobre diablo.

No contó con la dignidad de un pueblo que, como en aquel Intxorta del 37, supo hacer frente a su ofensiva. Y frenarle en seco.

De las cenizas de ‘Egin’ nacieron brotes nuevos. Y, hoy, Euskal Herria está un poco más cerca de ser libre.

Es difícil imaginar la satisfacción que produce haber tomado una pequeña parte en alguno de los pasajes referidos.

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