Julio Urdin Elizaga
Escritor

Autist-a-rte

Aspira Graham Harman, en su mencionado libro "Arte y objetos", demostrar como de la relación entre la obra y el espectador surge algo así como un «tercer objeto superior» que habrá de arrojarnos luz sobre la «ontología del arte». Parte de Heidegger, de Greenberg y de McLuhan, pero bien hubiera podido hacerlo de la ideada «ecuación molecular» que diera como resultado la metafórica figura del «voluminato vital o espacialato vitalista» oteiciano, con la que el artista oriotarra y navarro de adopción, describía la relación entre las diferentes partes (seres reales, ideales y vitales) cuya combinatoria binaria y terciaria diera lugar al surgimiento de la abstracción y la obra de arte, confluyendo, constitutivamente, en el ser estético. Ahora bien, en el caso del arte último y más reciente, la obra, al menos del modo tradicionalmente concebido, cuenta con un grave hándicap; se va quedando sin aquello que denominábamos público, en general. Por lo que se hace difícil entender la postura del filósofo del realismo especulativo en torno al grado partícipe de conocimiento en que se encuentra el ensimismado sectarismo pseudo-gnosticista de la producción artística al que solo un puñado de iniciados pueden, al menos formalmente, acceder.

El, por lo general, artista poseedor de una licenciatura participa además de en la elaboración del producto, cualquiera sea su género, no solamente desde la ideación y puesta práctica del mismo, sino también en su teorización, añadiéndole la elocuencia necesaria para una ubicación tanto taxonómica como historiada del mismo, en abusiva muestra de una autosuficiencia que no necesita de dar razones más allá de la autocomplacencia y del debate interno, prescindiendo, por ende, de toda crítica añadida. Impone su particular concepción de la obra en literalidad, excluyendo apriorísticamente el kantiano gusto del espectador con el que el filósofo norteamericano, Harman, construye la identidad monádica del nuevo ente, reduciéndolo, en todo caso, a su mínima expresión. Es ciertamente intolerante con quienes no aprecian lo que su Yo haya querido expresar. Lo cual bien pudiera conseguir del fenómeno estético ser un asunto de interés para un psicólogo de la cognición como Michael Tomasello, que, sin embargo, no lo considera específicamente, cuando tratando de aproximarnos a los orígenes generalizados del conocimiento humano opta por acercarse al mismo encarrilándose por la vía de la excepción. Es decir, analizando aquellas manifestaciones que en el supuesto evolutivo nos preceden, como es el caso del mundo de los simios, al que pertenecemos como grupo y especie, así como aquel trastorno autista que nos es propio, al hacer que adolezcamos de lo más común en las relaciones entre seres humanos: la comprensión de los demás como agentes intencionales y mentales al igual que nosotros, haciendo de las personas afectadas, según grado, «incapaces también de adquirir las habilidades, típicas de la especie, que hacen posible el aprendizaje social». Un fallo «imperdonable» de la necesaria e imprescindible cadena de comunicación, pues en la opinión del filósofo George Santayana: «El conocimiento que la vida animal requiere es algo transitivo, una forma de creencia en cosas ausentes o eventuales, o que son, de alguna manera, más que el estado del animal que las conoce. Necesita ser información».

Por cierto, que en las anotaciones entresacadas del ensayo del mismo, Los orígenes culturales de la cognición humana, tan solo he visto aparecer la palabra «arte» formando parte del compuesto con «facto», en «artefacto», y acompañando la expresión «por arte de magia». Aunque si bien, este autor hace reiterada referencia al psicólogo bielorruso Lev Vygotsky, que le dedicara su Psicología del arte allá por la década de los veinte del siglo pasado, y sus fundamentos de alguna manera puedan inferirse del capítulo sobre la comunicación lingüística y representación simbólica. Ello puede deberse, tal vez, a que no sea este del arte el dominio y habilidad más común entre los simiescos, aunque no esté tan claro lo último en nuestros congéneres aquejados por el mencionado trastorno autista. O bien, a que se da por sobreentendido su inclusión en el más generalizado fenómeno de «cultura».

Sea como fuere, y sin dejar de ser un fenómeno de la cultura, el arte último adolece de extremas carencias en el ámbito también de lo comunicacional, propedéutico y pedagógico, de su entendimiento. Sin que esto vaya a suponer que sea artístico lo meramente entendible por todo el mundo, puesto que para llegar a las metas del arte se necesita de una preparación, últimamente bastante descuidada por las instituciones responsables de tal iniciación, habiéndose delegado, como en casi todo, en el siempre a posteriori éxito audiométrico (de las audiencias) y mercadotécnico (del triunfo comercial).

A la caza de un público ausente, estas muestras últimas del movimiento de artistas locales parecen querer compendiar cualquier ensayo divulgativo de los estilos de las artes plásticas en el siglo XX y lo que llevamos de XXI. Son objetos artísticos que aparentan estar de vuelta en un viaje donde tradicionalmente la labor objetual, siendo excepcional, trascendía su estatus al mundo de las artes. Contrariamente, esta obra-para-vender rebaja, aun no siendo esta la expresión más acertada, su condición hacia lo artesano, paradójicamente, siendo de partida elitista y alejada del tradicional concepto de lo popular devengado de aquellos oficios que o bien han desaparecido o se encuentran en vías de hacerlo. Siendo así como este epitomar fenómeno devenido en autist-a-rte corre más bien el riesgo, en ausencia de la iniciación previa para su natural goce, de asustarte. Y el motivo del susto no es otro que la casina repetición de los lugares comunes de nuestro arte. Lo que tal vez, en su aspecto positivo, le dé una cierta continuidad, aunque solo sea por aquella observación realizada por Byung-Chul Han de que sean las cosas queridas aquellas que admiten la repetición.

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