Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Cada uno devalúa el euro como puede

Una moneda puede considerarse realmente común cuando suscita dinámicas comunes, o sea idénticas, en el total espacio sociopolítico en que funciona; por ejemplo, en el ámbito supuestamente común de Europa. Un euro es un euro europeo si puede emplearse con idéntico alcance, activo y pasivo, en toda Europa Unida.

Esto que digo puede ejemplificarse en la deuda. Ante la deuda un euro alemán tiene un relieve y un poder que no tiene un euro español, que ha de multiplicarse por tres para producir la misma confianza. Esto tan simple de entender lo ignoran o lo solapan los «expertos» que trabajan al servicio de las poderosas empresas de «consulting» o de las grandes instituciones financieras. Díganme si el euro funciona con idéntico respeto en un país que en otro de la Europa Unida.

Entiendo por funcionar con idéntico respeto producir una línea salarial similar, sostener una base productiva equivalente en el mercado, defender el espacio social con la misma o parecida eficacia, maniobrar con niveles financieros semejantes ¿Respecto a lo que señalamos acaso existe en Europa un mercado monetario que pueda calificarse, por sus resultados, como mercado único?


Es obvio que un euro es facialmente un euro en España o en Alemania, en Portugal o en Holanda ¿pero puede adquirirse el mismo nivel de vida con ese euro en los cuatro países mencionados? La moneda representa muchas cosas que no tienen nada que ver, o tienen que ver muy poco, con su unificado valor facial. Y eso es obvio, digan lo que digan los expertos economistas que, por algo será, evitan contrastar su ciencia con los saberes políticos o sociológicos, cosa que indigna no poco a los expertos en estas dos últimas materias. Hay un euro sociológico en Alemania que no es el euro sociológico de España. Hay un euro político en Francia muy distinto al euro político de España.


La economía, desde que ha perdido su significado poliédrico de economía política –que trata de los modelos totales de vida, no del estricto mecanismo de beneficios– se ha reducido a un árido juego contable servido por un embrollado y encriptado lenguaje cuya finalidad básica es evitar la aproximación de las masas a una verdadera democracia, que sólo acontece cuando los ciudadanos comprenden la realidad de lo que se habla a fin de votar eficazmente. Es algo parecido a lo que hacía la iglesia romana con el latín con que la jerarquía trataba de alejar al Cristo de los poderosos del Cristo compartido por la calle. Con ese latín absolvía San Antonio María Claret a la reina Isabel II de sus escandalosas lujurias al afirmarle que los pecados regios tenían en esta vertiente otra sustancia y otro alcance que la pura y vulgar carnalidad. Es decir el sexto mandamiento era como el euro español: sólo servía para negociar el alma de los peatones.
Pongamos un ejemplo de ese euro supuestamente igualitario en la Unión Europea: la venta de automóviles, que se ofrece como una muestra palpable de la salida de la crisis en el ámbito del Estado español. El euro abonado por el comprador de un vehículo en España no es el mismo que el euro de un coche comprado en otros países de la Unión, ya que en España el mercado automovilístico está profundamente intervenido por planes de ayuda y diversos beneficios fiscales que determinan que los euros que funcionan en él sean unos euros profundamente alterados si atendemos a lo que se tiene por libre mercado en el Sistema. El euro que abona por su compra el Sr. Fernández, de Avila, está completado por el euro que añade el Sr. Pérez, de Villaconejos, a través de los complicados y oscuros corredores de la fiscalidad general.
¿Por  qué permite eso Bruselas? Pues porque el euro automovilístico español se traslada, vía beneficio, al euro alemán o francés, que lo reciben ya saneado las empresas matrices. Se trata, en suma, de un euro blanqueado por alemanes o franceses a costa del engaño en España, que redondea con dinero público español la diferencia de precio en la transacción. Con dinero público…


Pregunta sucinta a los expertos del trile monetario: ¿existe realmente el dinero público? ¿o es dinero de origen privado hurtado a la parte más débil de la población, que es la parte combustible en todos los enredos? Según sea la respuesta que demos al interrogante anterior nos habremos convertido en griegos alzados dignamente en rebeldía contra un euro abusivo o seguiremos siendo trabajadores esclavos en el algodonal del lord.


A propósito de este tipo de manipulaciones del lenguaje nunca olvidaré lo que, en una noche de vino y rosas, me dijo un valenciano a propósito de la venta de naranjas: «En una docena de naranjas evidentemente entran doce, pero si son muy gordas entran menos». El euro alemán es un euro con más sustancia que un euro español, que tiene un euro con menos cosas.


Ahora el euro europeo está en curso de devaluación para facilitar el negocio exportador alemán o francés. Está devaluación la ha conseguido el Banco Central Europeo mediante técnicas de compra-venta de bonos o de diversos títulos de inversión. Es una devaluación sin estrépito técnico. España manejará, pues, un euro devaluado por el BCE, pero además España añade una devaluación por su cuenta que consiste no en devaluar la moneda directamente –cosa que no puede hacer– sino en debilitar su euro sometiendo los precios a la rebaja constante de los salarios de los trabajadores. O sea, devalúa a los obreros. Un obrero español vale, en estos momentos, mucho menos que un trabajador alemán, lo que puede expresarse en euros distintamente manejados.


Todo lo que voy diciendo no parece nada científico, pero es real. Mi euro llega a mí tras una serie de incidentes salariales, contributivos y de otra índole que hacen de mi moneda, presuntamente común, algo impresentable ante lo que sucede en la Europa del euro envidiado y lucido. Ya sé, repito, que un euro es un euro aquí y en Hungría, pero sucede, como en los cálculos de la energía, según el Sr. Einstein, que la masa es un factor imprescindible. Y mi euro tiene muy poca masa. Esto es, que mi número «E» es una birria. A mí me gustaría ser economista y economista honrado para explicar estas cosas mucho mejor, pero hago lo que puedo para dejar claro que en el euro español hay abundancia de gente, nacional y de más allá de León, que mete la mano en los cálculos. Además.


Recuerdo la alegría con que muchos españoles recibieron noticias como las de nuestra entrada en Europa Unida, en su moneda común y en la OTAN. La gente perdió de vista lo que éramos realmente y todos acudimos al banco más próximo para hacernos accionistas de un gran proyecto social. Allí nos hicieron la cuenta en euros y nos dispusimos a vivir por fin la vida. Pero el euro se merendó la modesta peseta en cuatro días y nos desahuciaron de la humilde casa que teníamos. Y es que el sexto mandamiento siempre nos ha atizado a los mismos.


El euro es una parte sólo de un conglomerado de exigencias y realidades que definen el modo, forma e importancia de nuestra vida. Por eso hay un euro rico y un euro pobre; un euro que libera y un euro que somete. Como hay gobiernos con poderes sólidos y alfombra roja y gobiernos que salen todos los días para situarse en una esquina de la calle internacional para tocar la guitarra y poner la boina en el suelo al paso del rico. Por ejemplo…

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