Iñaki Egaña
Historiador

Caligrafía étnica

«Los vascos eran el enemigo de esa España aletargada. Metían el dedo en la llaga. Fracasaron, sin embargo, los proyectos de sumisión. Se volvieron, en consecuencia, a las viejas recetas. Si la disidencia estaba perfectamente enfocada en ETA, todo lo disidente sería ETA. Primero KAS. ¿Recuerdan a Garzón cuando empezó con aquello de KASETA?»

Hace unos años, cuando pasaba mañanas enteras consultando las fichas de Instituciones Penitenciarias de hace más de medio siglo depositadas en el Archivo General de la Administración, hubo, la verdad, muchísimas notas que llamaron mi atención. Alguna de ellas sobremanera. La vida se descubre con mayor celeridad en los agujeros que en los campos de margaritas.


Recuerdo, especialmente, la ficha de un joven de Gasteiz que había desertado del servicio militar. Detenido semanas después, fue encarcelado. Un supongo gris funcionario de prisiones se encargó de tramitar su expediente. Escribió, a mano, su dirección, los nombres de sus padres, la fecha de su nacimiento... hasta que llegó al apartado del «oficio». Entonces, el diligente funcionario rellenó con trazo firme: «gitano».


Perdí aquel recuerdo, entre centenares de evocaciones similares, cercanas a la necedad absoluta, hasta que hace unas semanas me volvió la imagen del gitano por oficio al asistir a un juicio en París en el que se juzgaba a diez militantes vascos por el robo de una furgoneta para cargarla de explosivos. No había gitanos de por medio, pero sí una especie de fragor que flotaba en el ambiente, un rumor inexplicable.


La sensación se confirmó de inmediato cuando apareció en el estrado una experta de la Policía francesa, no se si de la judicial, de la científica o de la cuartelera. No me quedé ni con su nombre, ni con su procedencia, únicamente que el fiscal la había citado para avalar sus tesis sobre la naturaleza de los procesados. Había sido una mañana tediosa, repleta de videoconferencias, por lo que los que llenábamos los bancos del público agradecimos una intervención de carne y hueso.
Analizaba en peritaje la dicha funcionaria unos escritos que habían aparecido en una vivienda, según la sentencia posterior, utilizada por los miembros de ETA juzgados. Letras, apuntes y compras para la cocina, cartas y varias fórmulas para componer explosivos. Excepto la última lista, nada nuevo.


Y concluía, ante el estupor de los allí presentes que entendíamos la lengua francesa, que había distinguido de inmediato los rasgos de la escritura de esos papeles sobre explosivos como pertenecientes y garabateados por ciudadanos vascos. Ante las preguntas posteriores de la abogada de la defensa, la perito reconoció que no tenía ni remota idea de euskara, aunque sí sabía algo de español. Que lo distinguía en una conversación. Tampoco era ducha, lo evocó con un tono de sobresalto, en mezclas de nitratos con abonos y azufres para lograr mezclas explosivas.


La señora, o señorita, señaló que existe una concluyente caligrafía étnica que delata la procedencia de los escritores, tanto aficionados como profesionales. Y que, dentro de esa categoría que obviamente forma la vasca, para lo que no es necesario conocer el idioma, el truco está en nuestra singularidad a la hora de trazar la A y la L. Sí, AL. Parece que somos únicos en el mundo al garabatear esas dos letras.


Créanme si les digo que, en medio de la sorpresa, certifico que colectiva para que no parezca una apreciación personal, tuve la extraña fantasía de que a continuación la perito iba a referirse a ETA como AL Kaeda. Con la AL singular vasca y la K posterior, también vasca. Pero no fue así. Ya se sabe que la imaginación nos reserva insólitas jugadas, nada que ver con la realidad. Y esta ocasión fue una más de ellas. La noche previa en vela, en viaje por carretera a París, aguzó sin duda mi imaginario.


La referencia a la caligrafía étnica de la perito policial me llevó a una reflexión que, poco a poco, se ha ido agrandando, al recibir en las últimas semanas un bombardeo sostenido sobre la procedencia de la disidencia en España, y en menor medida, en Euskal Herria. Digo lo de menor medida porque aquí ya estábamos acostumbrados.


Decían que a la apertura de la llamada Transición, España logró una especie de consenso por el que se borraba el pasado, comenzando su trayectoria política de cero. La Reforma. Pactos con partidos antes republicanos, con sindicatos, con agentes de distintas casas para crear una nueva Disneylandia al sur de Europa. «Todo er mundo e güeno» llevó a la pantalla Manuel Summers, un director de cine forjado en el franquista “Abc”.


Hasta entonces, durante décadas, los rojo-separatistas habían sido el mal marcado, junto a judeo-masónicos, Moscú y nombres que ahora ya casi ni recuerdo. El acuerdo, la conciliación de la Transición, se llevó al baúl del olvido todo aquello. Los partidos y sindicatos antiguamente republicanos, en especial el PCE y el PSOE, hicieron la labor que correspondía, paradójicamente, a la derecha. Acabar con la disidencia, olvidar los sueños, criminalizar las alternativas.
La única disidencia estatal, entendida de forma integral, se daba en Euskal Herria. Y dentro del país, ETA era la punta de lanza que dejaba al descubierto las vergüenzas del Acuerdo Nacional. La existencia de un sector notable del pueblo vasco que no aceptaba las reglas del juego consensuadas (Estatuto de Moncloa, Amejoramiento Foral, OTAN, Maastricht...) era notoria.
Los vascos eran el enemigo de esa España aletargada. Metían el dedo en la llaga. Fracasaron, sin embargo, los proyectos de sumisión. Se volvieron, en consecuencia, a las viejas recetas. Si la disidencia estaba perfectamente enfocada en ETA, todo lo disidente sería ETA. Primero KAS. ¿Recuerdan a Garzón cuando empezó con aquello de KASETA?


Luego el pozo se amplió. Todo era ETA, desde la prensa en euskara (“Egunkaria”), la crítica con el poder (“Egin”), la de investigación (Kalegorria), hasta la alfabetización de los vascos (AEK) pasando por la juventud (Jarrai), los proyectos de desobediencia civil (Zumalabe), el movimiento proamnistía (GGAA)... Cuarenta mil contaminados en listas. Pero no solo ellos, también Eroski, el Grupo Mondragón, Caja Laboral, Irakasle Eskola, Athletic. Todo era ETA, hasta el PNV y la Iglesia Católica cayeron en las redes. Hoy, todavía, los alardes proetarras están a la orden del día. En Gipuzkoa, en Navarra, en la calle, en las instituciones, en el deporte.


Llegó a España un cambio generacional y el desgaste de los que habían animado la idea de Summers. El «Espíritu de la Transición» se tambaleó sin que los amos de siempre, los que nunca han dejado de gobernar desde la sombra o desde el púlpito, pudieran identificar a su enemigo. Les ha costado un poco.


La labor parece haber sido sencilla. No todos los españoles iban a ser vascos, así que por definición, la disidencia apuntada en las dos ultimas décadas para ETA se trasladaba a la disidencia española. No tiene gracia. Decenas de compañeras y compañeros sufren en prisión las consecuencias del «todo es ETA» y militantes de verdad de ETA, voluntarios en la confrontación, pagan con la venganza de la dispersión y de la Sentencia 197/2006.


Así, ahora resulta que los okupas de Vallecas son de ETA, al igual que el movimiento contra los desahucios de Valencia, los antimilitaristas de Valladolid (¡qué paradoja!), los antimonárquicos de Sevilla, los ecologistas de Lugo, los ateos de León y las editoriales alternativas de Madrid. El «akelarre etarra» (Vocento es una fuente inagotable) recorre las tierras de España como las cantaba Antonio Machado.


«Si me muero, que me muera con la cabeza bien alta», versaba Miguel Hernández en aquel poema inolvidable “Vientos del pueblo me llevan”. Y esa es la cuestión. No quiero abusar del poeta de Orihuela, pero traigo también aquella su estrofa: «castiga a quien te malhiere mientras que te queden puños». Quienes lucharon fueron estigmatizados y los estigmatizados criminalizados. Todo es ETA. Todo lo que se sale del pentagrama diseñado.


Cantando a Machado y a Hernández, fuimos frutos de vientres pobres o combatientes contra la injusticia. Somos milicianos de la lengua marginada, trabajadores de futuro y solidarios contra la tristeza. Amigos de la verdad, braceros de la igualdad, defensores de nuestra casa, restauradores de la memoria. Por ello llaman «etarras» a los disidentes. Por eso nacimos gitanos de oficio, vascos por la caligrafía.

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