Carta a Laura Mintegi
Un viejo proverbio árabe dice que hay tres cosas que no pueden ocultarse: el amor, el humo y un hombre sobre un camello. Aplicando este aforismo a la política vasca el humo definiría al PNV; el camello, al PP y el amor, a usted. Ojo con esta última palabra, el amor.
El amor es tan amplio de significados que conviene definirlo. Platon hablaría, tratándose de usted, del amor del alma. Usted tiene en el alma el amor a Euskal Herria. Cuando estudié, hace ya muchos años, los rudimentos, sólo los rudimentos, de la fisionógmica –otra de mis acosadoras curiosidades– tropecé con la estampa física de una persona que transmitía placidez. Se trataba de una persona muy semejante a usted. Evidentemente la placidez no es sinónimo de pasividad o de reposo inerte –que eso está entre el escepticismo estéril y la idiotez–, sino que implica determinación clara y seguridad serena para concebir y ejecutar lo que se ama. Se concibe con generosidad firme y se ejecuta con discreta filantropía. Creo que esta conjunción de mineral de hierro y suave y agradable devoción es lo que caracteriza a la nación vasca que usted aspira a representar desde la lehendekaritza. Supongo que ese fondo de armario, como dicen los expertos en moda, es lo que le dará una victoria moral segura y posiblemente un caudal muy crecido en las urnas. Ojalá sea suya la victoria total, pues la precisa Euskadi y quienes nos amparamos en su sombra política abertzale para seguir creyendo que es posible una nueva moral democrática en la sociedad y una libertad sin máculas destructivas. Sobre sus espaldas reposa tan pesada carga. Espero que sean muchos los cirineos que se apunten a este recorrido por la Estafeta.
Va a ser usted muy fustigada, incluso con malas artes y retorcido discurso. Hace escasos días iniciaron esa operación de acoso y derribo los señores Erkoreka y Anasagasti, que dejaron resbalar algo referente al «dedo» secreto que la ha designado a usted para liderar la coalición soberanista. Si viviéramos una política decorosa esas suposiciones envenenadas no serían de recibo, pero ahora hay que andar decididamente sobre las aguas con el convencimiento de que la resurrección moral es posible. Algún día los que tal han hablado sobre usted darán con el dedo, pero ese dedo señalará claramente la salida a los que juegan a tan infantil perversidad. Quizá esperen que tan petulante malicia les sirva de momento para algo. Lo que rechazo de entrada es que el número de vascos torpes sea tan elevado en la presunta aceptación de esa digitalidad de urgencia. Usted es la consecuencia derivada de una toma de conciencia profunda y visible por parte del pueblo euskaldun, que sueña con una soberanía que no se puede eliminar inventando una oscura, sumaria y truculenta historia de satanismo verbenero.
Mire usted, yo muestro mi adhesión a usted, y al propósito que ha aceptado, sin esperar a que llegue la hora de la cosecha para demandar que baje la gabarra por el Nerbion para que se enteren los peces. Una cosecha que espero pródiga para los vascos que sueñan con el esplendor de una patria libre. Me basta con saber que lo perseguido está en marcha. La fe, cuando lo es ciertamente, no tiene nunca plazo de ejecución terminal. A la fe sucede la fe. Tras lograr la vasquidad soberana los vascos habrán de iniciar la reflexión común para determinar la arquitectura interior del edificio por fin alzado, con el propósito de que sea habitable.
Hay algo que refuerza mi confianza en usted: su condición femenina. No se trata de practicar un feminismo de nocturnidad agosteña y serpentina multicolor sino de verificar los primeros frutos de lo que los astrólogos conocen como era Acuario, que se caracteriza por el predominio de lo femenino. Hace años asistí en Granada a una reunión internacional sobre esa era. Uno de los resultados sobresalientes de tal reunión, en la que participaron, entre otros, eminentes especialistas en psicología social, consistía en la afirmación de que en la mujer funcionaba el rápido conocimiento emocional o conocimiento inductivo frente al saber pautado o deductivo que es propio del conocimiento masculino; es decir, hablo del predominio del resolutivo conocimiento intuitivo sobre el conocimiento ecuacional y abstracto, por decirlo de alguna manera. Según parece, nosotros, los hombres, solemos buscar la resolución de un problema talonando sobre una sospecha primera y ustedes, las mujeres, dan con la solución desde los inmediatos y palpables hechos en el ejercicio de una elipse admirable. En conclusión, repito lo de la pareja gallega que iba de romería: «Paréceme que va a haber tortas», advirtió la mujer «¿Y por qué crees eso?», preguntó el dubitante marido. «Porque ya me dieron dos», concluyó la mujer.
Usted sabe, Sra. Mintegi, que a los vascos les han dado más de dos tortas y conoce emocionalmente al mismo tiempo la realidad de su nación como nación. El vasco es vasco. Simplemente. Por lo tanto hay que superar ya el largo proceso intelectual para saber si se «es» o no se «es» vasco de pleno derecho y proceder en consecuencia para acabar con las bofetadas. Porque la próxima paliza consistirá en que el PNV pacte con el PP y los socialistas una renovada autonomía que consistirá en decir agur en la despedida. Yo no creo que el Sr. Erkoreka y el Sr. Anasagasti estén de acuerdo con este modo mío de reflexionar, que es profundamente femenino o intuitivo-induc-tivo gracias a una abuela que me enseñó amor para entender todo sentimiento lo comparta o no, pero si verdaderamente no están de acuerdo es mejor que se vayan de la romería para evitar las nuevas bofetadas de Madrid, que es manantial que no cesa, como advertía el poeta al que atropellaban las emociones.
En fin, Sra. Mintegi, que ahora se sitúa usted en primera línea de fuego y que en ese lugar ha de mantener, creo yo, el pulso firme en la concordia bajo la sonrisa serena porque no hay nada que dañe más la propia ambición, en este caso la soberanía, que la multiplicación de voces leales, pero repletas de apresurados matices en torno a futuros que todavía no tocan, como ahora se dice. Lo que toca es la unidad firme y humana para lograr un primer acto espléndido en este drama de la liberación vasca, donde tantos espectadores ocupan su butaca con la sola intención de recusar a los actores abertzales proyectando sobre ellos la sombra de una sangre inexplicada. Yo le digo todo esto públicamente porque creo que los movimientos de liberación han de ser como la ola alta que trata de superar la playa con detritus. Codo a codo, Sra. Mintegi. Se lo dice un anciano que, aparte de sus estudios de historia –pobres, comparados con los suyos–, vivió una época donde la justicia y las armas estaban en la misma mano a fin de lograr la democracia de barrio alto, mientras la opresión y la violencia se cargaban en la cuenta de los llamados revolucionarios. Va usted a luchar contra cínicos colosales que tienen en sus manos la casi totalidad del periodismo, una inmensa capacidad de corrosión moral, un discurso protegido por una notable parte de la universidad, una justicia que solemniza las leyes de la dura legalidad y unas fuerzas armadas preparadas para ganar la única guerra al alcance de su victoria, que es la guerra interior.
Pero frente a todo esto y sin necesidad de aparato y músicas celestiales estará usted en el pequeño país y uno se alegra de que la posible paz y la anhelada libertad las puedan resguardar las manos de una mujer, que es ese ser al que se debe la verdadera sucesión de los siglos. Amén.