Raúl Zibechi
Periodista

China muestra músculo militar en el 70 aniversario de la revolución

Un excelente artículo del diplomático venezolano Alfredo Toro Hardy, distribuido por el Observatorio de la Política China el 17 de setiembre, señala que Estados Unidos «corre el riesgo de quedar rezagado frente a los saltos de garrocha tecnológicos que China estaría dando».

El 1 de octubre de 1949 Mao Zedong al frente del Ejército Popular de Liberación y del Partido Comunista, proclamó en Beijing la República Popular China, luego de resistir la invasión japonesa (1937-1945) y derrotar a las tropas nacionalistas del Kuomintang, dirigidas por Chiang Kai-shek y apoyadas por Estados Unidos y Occidente.

Mao se reveló como un brillante estratega militar, derrotando cinco campañas de «cerco y aniquilamiento» de los nacionalistas contra la zonas liberadas por los comunistas (1931-1934), para luego emprender la mítica Larga Marcha que durante un año recorrió 12.500 kilómetros enfrentando el acoso del Kuomintang. Luego de increíbles sufrimientos y hazañas, atravesando ríos y montañas, sólo 8.000 de los 86.000 que iniciaron la marcha llegaron a Yenán, donde se instaló el ejército rojo.

En plena guerra fría, Mao despreciaba la superioridad militar de sus adversarios, en particular de los Estados Unidos. «La bomba atómica es un tigre de papel que los reaccionarios norteamericanos utilizan para asustar a la gente», dijo en 1946 a la periodista estadounidense Anne Louise Strong. El estratega chino siempre despreció la idea de que las armas y la tecnología deciden las guerras, porque confiaba en la moral y la decisión de las tropas como factores decisivos.

El impresionante desfile militar del 1 de octubre pasado, mostró los logros tecnológicos de China, tanto como en el factor que Mao consideraba básico: la moral de combate de la tropa. Lo primero fue visible en el desfile que involucró 15.000 efectivos, más de 160 aeronaves, 580 piezas de armamento y material bélico entre los que figuran el moderno bombardero Xian H-6N, el dron furtivo Gongji-11 y el helicóptero utilitario Z-20.

Pero la palma se la llevaron los misiles. Pudieron observarse varias filas del misil Dong Feng 41, con más de 20 metros de largo y un alcance de 12 a 15.000 kilómetros, superior al del estadounidense Minuteman. Se trata de un cohete que puede cargar diez ojivas nucleares, que está emplazado en plataformas móviles que lo hacen casi inubicable.

También se pudo ver por vez primera el misil DF-17, de medio y corto alcance, diseñado para la defensa de las aguas territoriales en disputa en el Mar del Sur de China, y para enfrentar al Japón que ha desplegado misiles que, según Beijing, son una amenaza para China. El DF-17 cuenta con una ojiva planeadora supersónica que se desprende del misil.

Según especialistas militares como el ruso Vasili Kashin, «China sería, entonces, el primer país en montar una ojiva hipersónica sobre un misil de un alcance reducido» (“Sputnik”, 1 de octubre de 2019). Según el diario oficialista chino “Global Times”, esa ojiva puede alcanzar diez veces la velocidad del sonido, lo que la vuelve un arma mortal para los buques, al igual que el misil «anti-portaaviones D-21».

Con razón, el presidente Xi Jinpng, también secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) y presidente de la Comisión Militar Central, dijo en su discurso previo al desfile que «no hay fuerza alguna capaz de sacudir el Estado de China o detener al pueblo y la nación china marchando hacia adelante» (“Global Times”, 1 de octubre de 2019).

El orgullo nacional brilla muy alto en la China actual, tanto por sus logros en materia económica y tecnológica, que le brindan una seguridad que nunca tuvo en su historia, como en reacción ante la agresividad de Occidente, y de EEUU en particular, al declararle Donald Trump la guerra comercial al dragón.

“Global Times” enfatiza uno de los objetivos del fenomenal desfile: «La gama de armamentos avanzados envió un mensaje a las fuerzas extranjeras hostiles, de que China tiene la capacidad y la confianza para responder a cualquier tipo de amenaza, chantaje o provocación».

Un hecho que llamó la atención, por inusual, fue que en el desfile participaron científicos del Ejército Popular de Liberación, titulados superiores que juegan un papel destacado en el creciente empuje de las nuevas tecnologías que aplica China, tanto en para la guerra como en el desarrollo de su industria.

Un excelente artículo del diplomático venezolano Alfredo Toro Hardy, distribuido por el Observatorio de la Política China el 17 de setiembre, señala que Estados Unidos «corre el riesgo de quedar rezagado frente a los saltos de garrocha tecnológicos que China estaría dando». A diferencia de la competencia EEUU-Unión Soviética, que medían sus fuerzas en cuántos tanques, aviones o misiles poseía cada uno, China ha optado por «el desarrollo de armas asimétricas».

Con ellas busca atacar los puntos más vulnerables de los sistemas estadounidenses. Por ejemplo: sus misiles tienen costos muy bajos, pero pueden poner fuera combate portaaviones que tienen un costo de 13.000 millones de dólares. El objetivo es denegar el acceso a sus mares, por los que surcan los barcos que la proveen del petróleo y donde navega el voluminoso comercio exterior del dragón.

Los otros dos ejes de la estrategia china, según Toro Hardy, son el ciberespionaje para robar información del Pentágono y la fusión tecnológica cívico-militar para crear una sinergia entre ambos sectores que los retroalimente, como está sucediendo ahora con la inteligencia artificial. Esto contrastaría con la profunda desconfianza que se tienen el sector privado y el militar en EEUU.

Sólo cabe agregar que nada de esto sería posible sin el factor pueblo/nación, al que se refirió Mao en la citada entrevista, apenas sugerir que el arma atómica es un tigre de papel. «El resultado de una guerra lo decide el pueblo y no uno o dos tipos nuevos de armas».

Si esto es así, y creo firmemente que lo es, hay que mirar detrás de las armas exhibidas en Beijing, observar los rostros fieros y decididos de los soldados y de sus mandos, pero también los cientos de miles de personas que vivaron a «sus» fuerzas armadas desde las aceras. Suceda lo que sea, no se repetirá la humillación de China en las guerras del opio en el siglo XIX.

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