Julio Urdin Elizaga
Escritor

Común-unionismo espiritual

He llegado a identificarme en muchas ocasiones con el pensamiento del filósofo ruso Berdiaev en aquello que tiene de contradictorio. De partida marxista, espiritual después, para ultimar en algo así como un credo místico y religioso, fruto de la desesperación al comprobar como la promesa mesiánica de los movimientos que le tocaran vivir iban haciendo agua uno detrás de otro. Una especie de anarco-espiritualismo-religioso de la comunidad local y universal, aunque ni él ni su filosofía se defina como tal, siendo no obstante coincidentes en muchos de sus diagnósticos. Ante todo, en aquello referido a la crítica realizada al marxismo en sus pretensiones cientificistas. Pero también en lo relacionado con el papel a desempeñar por la ciencia misma respecto del humano. No obstante, todo ello, tras constatar el que la agrupación de interés predicada es siempre fruto de la fe depositada en una creencia. Algo que desvió el pensamiento de Bruno Latour hacia el territorio de una «comunidad», en este caso la científica, que es el laboratorio, donde más bien lo que cuenta últimamente es la visión corporativa en torno al interés utilitario de aquello que se investiga en su tecnológica aplicación.

Es este, aunque no lo parezca primariamente, otro grado más de la espiritualidad teleológica, contando en ello con misión, visión y creencia (que tratándose del mundo empresarial, algunos dan en nombrar como valores de la corporación o axiomática corporativa). Por tanto, estando gobernada por una profética mejora de las condiciones del corporativo individuo, que resulta ser la masa orientada hacia el consumo, no siendo este el menor de sus requisitos. Ya que, en una sociedad de individualismo, aquella que en su monádica constitución nos es erigida sobre la anónima suma de una totalidad de agregados independientes los unos de los otros, aun dentro del núcleo parental, prima el subjetivo interés de lo propio, en la mayor parte de ocasiones inalcanzable, basado en la fantasía de la posesión objetual. Es decir, una sugestiva potencialidad.

Situación que Berdiaev denunciara, en su día, con diáfana claridad cuando constatara el que «la sustitución de la Verdad, única, integral, liberadora, por las pequeñas verdades particulares, que pretenden una significación universal, lleva a la idolatría y a la esclavitud. Sobre esta base –defiende el filósofo– nace el cientificismo, el cual no es de ningún modo la ciencia». Y cuestión participada también por el epistemólogo Mario Bunge, desde el otro extremo, ubicando al anteriormente mencionado Latour entre los constructivistas sociales, cuando afirmara: «En efecto, estos sostienen que todas las ideas científicas son construcciones sociales, en particular obra de comunidades científicas, no de investigadores-en-comunidades». Le achaca sobre todo el que desde el «sociologismo gnoseológico», calificado como pseudociencia, sea reducida la ciencia a «mero subproducto de la economía», en el caso marxista, o bien a «misterioso estilo de pensamiento», desde otras muy diferentes ópticas, ignorando todo trabajo cerebral y menospreciando el talento, es decir, la creatividad, puesto que tanto la ciencia como el arte, tiene su origen, en esa particularidad del individuo de la especie humana.

Una improbable, más que nada por cuestiones de temporalidad generacional, réplica a ambos, de la mano de Berdiaev, sería aquella de que al menos: «En el hombre hay un principio activo al que se encuentra ligado el conocimiento. Este principio activo es un principio espiritual. Incluye un elemento teúrgico. Y por esto, el hombre puede preparar el reino del Espíritu y no solamente el reino de César. [... ] En griego nous, no solamente significa intelecto, sino también espíritu». Lo cual, en supuesta contrarréplica de Bunge, habría de reconocer tan sólo ser realidad en parte cuando afirma: «Es un error ignorar la ideología cuando se piensa en el desarrollo científico, porque nunca nos libramos de ella. Para bien o para mal, toda cultura gira en torno a alguna ideología». La laicizada creencia en que consiste buena parte de ideologías.

(Al respecto, la diferencia entre ciencia e ideología, especificada por Bunge, radica fundamentalmente en girar la primera en torno a la investigación, mientras la segunda lo hace en torno a juicios de valor y declaración de objetivos)

Lo divino humano, operando por inversión del principio teúrgico, tiene una larga tradición en el debate sobre cuestiones teologales analizadas por la fenomenología de Hans Jonas sobre ese pretendido endiosamiento en que consiste la soberbia del intelectual cualquiera sea su condición, siendo que necesariamente habrá de superarse para llegar a la auténtica y única Verdad, inasequible, en todo caso, por la parte humana de nuestra naturaleza espiritual. Bonito debate que nos tuvo entretenidos básicamente hasta el despuntar de una nueva iluminación allá por el Siglo de las Luces, y aún después, demostrativo de un común-unionismo en aquello que parece contribuir al consenso dentro de la invariable, dialéctica, contradicción.

En estos proyectos, en los que asume el protagonismo la parte por el todo, vino a consistir el común-unionismo, de credo marxista y devoción liberal, materialista y cientificista, basado en el telos, el fin, la obtención de un algo; no así tanto en la relación mediada y pactada para su consecución. El individuo es instrumentalizado y sacrificado en pos de un objetivo, quedando la comunidad reducida al espíritu autoritario del dominador. Aunque, siquiera excepcionalmente, en el caso expuesto por Jonás de las comunidades basadas en el culto mistérico no fuera tanto así, viniendo a estar regidas por los principios de «laicismo, descentralización y espontaneidad» de tal modo que llegaran a funcionar «a la manera de sectas independentistas», tal y como en su día nos recordara.

Lo que cuenta en la comunidad, asentada o no, es el marco cotidiano de una relación buscada en unas ocasiones y encontrada en otras. Y en este sentido, dicho autor también tuvo a bien comentar como en el ámbito del cristianismo eclesial así como de religiones comunitarias es «la ecclesia, sucesora de Israel no solo como concepto espiritual, sino también como asociación real del pueblo» la que forma una «cuasi-polis» o «civitas», que en su existencia terrenal dispone del «nexo salvífico como un fin» y «por tanto, sustituye la referencia inmediata del individuo al más allá por la relación con una realidad intramundana que reclama su comportamiento intramundano y le marca un fin, al mismo tiempo que le proporcionará en el más allá al que propiamente tiende».

Es decir, en mensaje actualizado, una especie de corporativo común-unionismo gnóstico-cristiano hundiendo sus raíces en los reinos de Dios y del César que tan bien parece practicar algunos emporios de iniciativa empresarial.

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