Josu Iraeta
Escritor

Controlar el pasado

Hace unos pocos días, la prensa diaria mostraba a un grupo de políticos sonrientes, con representación varia y responsabilidades a estrenar, manifestando su satisfacción ante lo que en su momento llamaron «herenegun» y hoy lo conocen como «Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo».

El tiempo dará su veredicto, pero en realidad no es sino una muestra más de la política de «hechos consumados» fruto de los contubernios que hasta fechas recientes se fraguaban en Lakua.

Y es que, quizá sea un error suponer que la capacidad de «influir» sea una facultad una habilidad que, entre otras opciones, permite a los que «creen ser» sumamente inteligentes, encauzar el conocimiento, la opinión de la llamada «masa social», respecto a situaciones y hechos que pudieran determinar el curso de la historia.

Hay otros factores a tener en cuenta, ya que, pese al presumible nivel intelectual de los «técnicos» que han elaborado esa documentación, es insoslayable que estamos quemando la tercera década del siglo XXI, y a estas alturas, la experiencia demuestra que el despliegue de las redes sociales, con la posibilidad de intervención activa de cada sujeto, está arrinconando la «antigua creencia» de que las verdades objetivas existen.

Desde mi punto de vista, no debiera adoptarse como irrelevante, la constatación más que evidente, de que vivimos en un mundo en que cada uno aspira a tener su propia verdad, su propia versión de los acontecimientos, ignorando el antiguo respeto a la «jerarquías del saber» y, por supuesto, la tenaz vigencia de los hechos.

Siendo más explícito pudiera decirse, que, en el uso y abuso de la «Historia», hay mucho, demasiado cinismo. Es verdad, por alguno de los «atajos» por los que los habituales intrusos que pululan, entre quienes son considerados historiadores, lo hacen pretendiendo confundir Memoria e Historia. Es decir, tergiversando la experiencia, el recuerdo, también los deseos personales, con un relato que debiera poner ante el espejo a toda una sociedad.

El historiador Patrick J. Geary 1948-Jackson Mississippi decía: Toda pretensión de memoria del pasado, es siempre memoria «para algo» y ese algo suele ser inevitablemente político.

Porque, la «no violencia» no puede representar el equivalente de la desmemoria, ni puede aceptarse cualquier relato con el pretexto de que se cierren las heridas del pasado. No puede darse opción al engaño, pue es así como las heridas no se cerrarán jamás y prolongará el dolor de todos lo que han sufrido y continúan sufriendo.

Si estuviéramos en condiciones de aceptar aquello de: «el que recuerda mucho, miente mucho», con sinceridad, ¿hasta dónde creemos que pueden llegar quienes pretenden imponer una determinada versión de la «memoria», con el objetivo de mutarla en historia? Porque, parece que quienes se consideran dueños de la verdad objetiva, levitando desde una supuesta «superioridad moral», han olvidado, que en política lo esencial es como lo ven a uno los demás y no como uno se percibe a sí mismo.

Es evidente que es un tema delicado y no solo por la complejidad de «construir» un documento-relato que pretende ser histórico, sino por su utilización posterior, por el fin para el que ha sido «elaborado» y está siendo utilizado.

El trabajo-documento pretende llenar un vacío, dotar de conocimiento a las generaciones actuales y venideras, que afortunadamente no fueron testigos de un enfrentamiento largo, muy largo, también duro, sangriento y difícil, muy difícil.

Lejos del discurso político, capaz de metamorfosear cualquier situación por adversa que pudiera ser. También con la sana intención de no caer en el mensaje −supuestamente pedagógico, didáctico− pretendo seguir aportando datos que expresen, por sí mismos, la verdad imposible de un relato único.

Cuando se trata de condensar la historia de un espacio de tiempo −más o menos prolongado− con la pretensión de que el resultado concite la máxima aprobación, lamentablemente se consigue lo contrario de lo que se dice pretender. Es más, el resultado −no importa cual− siempre será un «acuerdo» tácito, claro y expreso de adulterio y manipulación.

Por citar uno sirva este: Rafael Vera, ex secretario de Estado para la Seguridad del gobierno de Felipe González y condenado −en firme− por sustraer más de quinientos millones de pesetas de las arcas del Estado, así, como también por secuestrar al ciudadano francés Segundo Marey −reivindicado por el GAL− nadie lo calificó ni vinculó «nunca», en ninguna sentencia, con actividad terrorista alguna.

Sin embargo, no ocurrió lo mismo con varios jóvenes menores de edad, que en su día fueron acusados de destrozar ramos de flores en la tumba del exconcejal donostiarra Gregorio Ordoñez. Estos sí, estos fueron vinculados públicamente con actividades terroristas.

Conociendo −como conocemos− la precariedad respecto a los derechos civiles y ciudadanos en que vivimos en Euskal Herria desde hace muchas décadas, puede afirmarse, que, para caracterizar como acto terrorista, se apela a un criterio de interpretación de triste memoria en el derecho penal: La analogía. Concretamente la analogía de intención. Y es aquí donde se percibe la «siembra» policial, ya que con más o menos cambios hacen suya los textos vigentes.

Gracias al «manual» fabricado por algunos que hoy viven tranquilos e impunes, se caracteriza y manipula lo que sea menester, para llegar al objetivo deseado: «indicios nítidos de naturaleza terrorista».

Pero también hay que contar con quienes −por razón de conveniencia− tienden a utilizarla en apoyo de sus pretensiones, dando validez al viejo proverbio que dice aquello de: «Quien controla el presente, tratará de controlar el pasado».

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