Álvaro Cía
PIM-MIG (Punto Información Migrantes) y vecino de la calle Descalzos

Convivencia e inmigración en la calle Descalzos. Una mirada de cerca

Un antiguo cuento decía: en el pueblo, sentado en la huerta, observé en la distancia algo que se acercaba desde la montaña. Parecía ser un monstruo de tres cabezas y corrí despavorido a casa para armar la escopeta. Cuando se acercó un poco más vi que no era un monstruo, sino un gran oso, así que metí los cartuchos. Cuando estaba a cien pasos observé que era un hombre, con aspecto peligroso. Me coloqué la culata en el hombro y le apunté, quitando el seguro. A cincuenta pasos le vi un aire vagamente familiar y retiré el dedo del gatillo. Cuando estaba a diez me di cuenta de que era mi hermano, que volvía después de años cargado de bártulos. A unos pasos ya, corrí a abrazarle.

Los supuestos «problemas de convivencia» y la «sensación de inseguridad» que parecen tener algunos vecinos de la calle Descalzos, debido a los jóvenes magrebíes que acuden a descansar a un local de la calle, probablemente se deban más al desconocimiento y a los prejuicios que a sucesos reales. En la distancia cualquier cosa puede parecer un monstruo. Como vecino de la calle me han invitado a entrar en su local, he conversado con ellos y hemos tomado un té. He sabido que un grupo de mujeres musulmanas que utilizaban el local hace meses, recientemente reformado, se lo han cedido altruistamente a jóvenes magrebíes que malvivían en la calle. Para que así, al menos, tengan un espacio cubierto donde orar, descansar, tomar un té y sentirse mínimamente acogidos. Personalmente no he visto ningún incidente, a no ser los que produce la Policía Nacional y local pasando constantemente a identificarlos y hostigarlos sin otra razón que su diferente nacionalidad. El caso es que la migración y la pobreza existen, y parece que parte de la sociedad no quiere verla. Llevamos siglos saqueando sus riquezas y recursos, produciendo un cambio climático que les afecta principalmente a ellos y construyendo muros y vallas cada vez más altas y mortíferas para impedir su llegada. La Ley de Extranjería les impide trabajar durante los dos o tres primeros años, imposibilitando que se incorporen a la ciudadanía, paguen impuestos y pensiones, y contribuyan a enriquecer nuestra sociedad.

Localmente, tampoco se les da una salida y las ayudas básicas como sanidad, padrón, alimentación o techo dejan a muchas personas fuera del sistema. Seguirán llegando, y cada vez más, porque la diferencia de renta Norte-Sur va en aumento y toda persona tiene derecho a migrar y a salir de su país, según indica la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Nuestra mirada debe cambiar, desde lo local a lo global, a lo estructural, para que los tiempos que vengan encuentran una sociedad más integradora, rica y multicultural.

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