Convivencia, principalmente en momentos críticos
El Estado, entendido teóricamente como constitución de un acuerdo social por la convivencia, que es el de la evitación del sufrimiento provocado por violencia del más fuerte, social, política, o económica debe promover, potenciar, asegurar la convivencia.
Estamos atravesando una situación inédita provocada por una infección vírica generalizada que pone a prueba nuestra capacidad de convivencia, a nuestro entender, bien supremo y, por tanto, prioritario de toda sociedad civilizada. Precisamente porque lo opuesto es la barbarie.
Y es precisamente en los momentos críticos cuando más énfasis y esfuerzo hay que poner para preservarla, si existe, o para lograrla si no es el caso. En estos momentos de alarma general, parece que, por lo menos en lo que respecta a la sociedad civil, se están dando muestras de empatía y solidaridad, valores escasos y en riesgo de extinción en la cultura neoliberal, que ojalá no sean flor de un día y se afiancen y perduren.
Quisiéramos aprovechar estos tiempos de mayor sensibilidad para recordar los deberes que tenemos pendientes en el ámbito de la convivencia democrática, la cual requiere, naturalmente, que se den sus condiciones de posibilidad.
En el origen de la situación de alarma general se encuentran fallos en la prevención y fallos en el cuidado posterior. En ambos casos, ha sido debido a unas políticas extractivistas, medioambientales, productivas y públicas neoliberales basadas en el máximo beneficio en la explotación de la naturaleza, en la producción de alimentos y, en España, en la privatización del sistema sanitario de los últimos años. Así no se promueve convivencia porque no hay condiciones de posibilidad para ella. Más bien se ponen condiciones de posibilidad para el conflicto, que puede llevar a más sufrimiento y costes que la propia prevención.
No obstante, la respuesta del personal sanitario, más que el propio sistema diezmado por las políticas de recortes y privatización injustas, ha sido y está siendo encomiablemente ejemplar por entregado e incondicional a pesar de las dificultades. Y subrayamos el término «incondicional», pues es universal e incondicionado a las circunstancias históricas o sociales concurrentes en el enfermo, es un cuidado-protección independientemente de quién seas o qué hayas hecho. Y la sociedad, consciente de ello, está dando muestras, por ahora, de una solidaridad, empatía, colaboración y apoyo mutuo también encomiables, como si sintiera que, ante la desprotección a que la somete el sistema de valores individualistas y del máximo beneficio, se tuviera que cuidar mediante lo colectivo, en un sistema de convivencia autogestionada.
No nos debe escandalizar que en esta respuesta social, además de empatía, exista algo de egoísmo o cointerés, ya que nos beneficiamos todos a corto y largo plazo. «Lo hago porque no quiero sufrir como sufre el otro» supone algo de autoprotección que, si es compartida por el resto, es como una inmunización recíproca universal contra la vulnerabilidad. Indudablemente, ello promueve la convivencia y cohesión social como inmunización ante conflictos, aunque sean legítimos por insatisfacción de derechos, que pueden llegar a ocasionar demasiado sufrimiento.
Y precisamente esa colaboración para la protección recíproca y la empatía son la antítesis de la ideología neoliberal que permea casi todas las esferas culturales (ética, política, social, religiosa, deportiva) de hoy en día, promoviendo el individualismo, egoísmo ilimitado, el «sálvate tú mismo». Por ello, no queda otra opción que crear un sistema de cuidados recíprocos públicos basados en la persona, sea quien sea, o estamos perdidos. En este sentido, la historia de la película "El hoyo" puede ser una imagen de lo posible.
Al igual que la salud, la convivencia también precisa unas condiciones de posibilidad para que se dé: respeto incondicional a los valores del resto de los derechos humanos, basados en la dignidad de todas las personas independientemente de quién sea y qué haya hecho. No se puede hablar de convivencia si existen condiciones civiles, ecológica y socialmente injustas, con altos índices de pobreza y desigualdad no justificada. Es caldo de cultivo para la desafección, el descontento, el conflicto, síntomas o consecuencias de la enfermedad subyacente.
Participo en el Foro Social, encuentro en nuestros debates un parecido o relación con la convivencia que proponemos para el futuro posviolencia. La población presa es producto de su tiempo, de su contexto. Y, como parte de la sociedad, es, por tanto, nuestra población presa. Pero aquí hay una diferencia con la situación actual: no se trata de eliminar un virus, sino de integrar-reintegrar a una persona. Lo ideal sería la reintegración en un cuerpo social perfectamente sano.
Decimos que la población presa es producto de una sociedad imperfecta en cuanto que ésta podía ser mejor, más democrática, más justa y más solidaria. Y la población presa es heredera de los vicios y virtudes de esta sociedad. Si es así, aunque jurídicamente victimaria por infractora de leyes, es también víctima de la imperfección. Se dirá que esto no justifica la infracción. Pero no se puede negar que la puede hacer comprensible en cuanto explicable por el contexto histórico y social. Es un error del maniqueísmo dividir a la sociedad entre personas totalmente buenas y personas totalmente malas. Aparte de que nadie es perfecto, nadie está libre, sobre todo en tiempos críticos, de cometer una gran imprudencia. Debemos imaginarnos en esa situación.
Estos momentos de confinamiento, de alejamiento de los seres queridos y solidaridad excepcional nos puede hacer algo más sensibles al sufrimiento de los otros que, merecidamente o no, sufren aislamiento durante muy largos periodos de tiempo, en muchos casos alargados innecesariamente y en condiciones contrarias al derecho democrático, al sentido humanitario, a la necesaria reintegración y, por tanto, a la importantísima convivencia presente y futura.
Debemos crear las condiciones de posibilidad para que la necesidad de confinamiento carcelario sea la excepción. Y si el encarcelado no sale «reintegrado» es que el sistema ha fracasado. Todo ciudadano, incluso el encarcelado, debe sentirse reconocido como persona objetivo de bien común. Sólo así el encarcelado puede reconocer al Estado como protector de sus derechos y de su proyecto vital cuando salga del encierro.
El Estado, entendido teóricamente como constitución de un acuerdo social por la convivencia, que es el de la evitación del sufrimiento provocado por violencia del más fuerte, social, política, o económica debe promover, potenciar, asegurar la convivencia como inmunización contra el descontento por el incumplimiento del contrato, pero, principalmente, en momentos críticos de emergencia en los que se aprovechan los pescadores de ríos revueltos.
Alguien dirá que el bien supremo es el bien común como bienestar, pero bien aún más último es la convivencia pues, fallando aquél, la convivencia no es tal o es precaria.